Unholy - Semanario Brecha

Unholy

La música y los gusanos.

¡Guarda!

Cuidensé porque anda suelta,

si los cacha, los da vuelta,

no les da tiempo a rajar.

¡Lo que más bronca me da

es haber sido tan gil!

He estado enfermo las últimas dos semanas. No fue sino hasta una avanzada etapa de esta dolencia que me di cuenta de que algo quizá no estaba del todo bien; “normal”, dijo la doctora. La causa de que no me diera cuenta antes fue que la enfermedad me provocaba un placer gigantesco y adormecedor al tiempo que subrepticiamente iba sentando las bases de mi suplicio. No quiero sonar cursi, pero se me viene a la cabeza la idea de un dulce veneno. Y ya que viene de veneno hablemos de serpientes, o de manzanas. ¡Qué fruta tan indolente! No es casualidad que usualmente se la confunda con aquella del árbol del conocimiento, entreverada con Blancanieves y el mito antiguo de la discordia. Roja y brillante, dulce o arenosa. A menos que se la someta a riguroso análisis (toda madre sabe que analizar y comer son incompatibles), sólo cabe esperar que no haya un gusano en su interior, y que la rosa no tenga espinas, etcétera. Disculpen si parece que evito el punto, es que temo que al hablar de este súcubo lo invoque nuevamente… ¡Pero qué tanto! La necesidad de advertir a otros y así evitarles el sufrimiento que yo padecí me llena de altruismo y valor.

De atrás para adelante todo empieza a quedar más claro. Viajaba a mi trabajo en ómnibus y no sabía exactamente qué música tenía ganas de escuchar. Soy una persona que elige y selecciona muy bien todo lo que escucha, por lo que esta indecisión me era un tanto ajena. Por este carácter mío que les relato, además de por una desconfianza supina en cualquier algoritmo, es que rehúyo sistemáticamente de las secciones “recomendaciones”, o “últimos lanzamientos”; esto último es importante. Cediendo a la curiosidad busqué entre los últimos álbumes subidos a la plataforma y me decidí por el de una cantante estadounidense llamada Miley Cyrus. Debo confesar que la fotografía de la portada en blanco y negro, con un grosero contrapicado desde el cual la cantante me observaba con una mezcla de superioridad y desprecio, me sedujo. Poco importa ahora suponer que en aquella decisión seguramente haya influido también el hecho de que apenas cinco días después del lanzamiento oficial de su álbum la cantante protagonizara el último capítulo de una multifamosa serie llamada Black Mirror. Puse el álbum, y a partir de allí no hubo marcha atrás. Al llegar al último golpe volví a ponerlo todo desde el comienzo. Me conmovió la intensidad de lo que estaba escuchando y, acostumbrado a propuestas musicales más complejas, no podía creer que existiese algo con tal falta de profundidad (el sentido que aquí le doy a la palabra profundidad no es mi problema); todo estaba ahí, expuesto. No tenía idea de que una canción pudiera trasmitir tanta energía motora, pero tampoco tenía idea de lo que me esperaba al volver a escucharlas (quizá lo sabía perfectamente, pero no puedo renunciar a mis principios así como así). A una segunda vez siguió una tercera, y a esta una cuarta; la quinta vez que lo reproduje me di cuenta de que luego del segundo tema empezaba a sentir una ansiedad irrefrenable de que terminara el álbum. Entonces eliminé el resto de las canciones y me dediqué sólo a escuchar las primeras dos. Dios…

Contar cómo mi vida de repente comenzó a girar exclusivamente en torno al segundo tema del último disco de Miley Cyrus me parece una cerdada. Hoy puedo decir que la inminencia provocada por el final del primer tema y el silencio previo al comienzo del segundo sobreestimuló las zonas de asociación auditiva de mi cerebro al punto de que siento náuseas de sólo recordarlo. En determinado momento dejé de recurrir a la reproducción técnica de la canción, simplemente se ejecutaba en mi mente sin aviso alguno. Cualquier estímulo exterior era una oportunidad para que sus patrones rítmicos y melódicos se inmiscuyeran en mis horas impidiendo el desarrollo normal de mi existir. Mi vida empezó a perder sentido. La gente que me conoce, es decir, mis amigos, estaban anonadados. Por principio detesto a los médicos, pero todo se lo debo a una amiga que me recomendó una especialista. Intuí que era mi oportunidad de librarme del azote. La doctora me explicó que se trataba de un caso de ohrwurm, o “gusano auditivo”. Pensé en preguntarle si existía algún modo de pararlo, y ella me explicó que sí, aunque existía la posibilidad de que volviera a surgir inesperadamente la melodía incluso luego de años. El tratamiento que me propuso no me pareció bien, pero los miramientos no son lo mío. Me sometí a los procedimientos médicos que hoy me dan la oportunidad de poder contárselo a ustedes. Quién sabe cómo habría terminado todo esto de no ser por mi amiga. He vuelto a escuchar los primeros compases de la canción dos o tres veces, pero se deshacen alegremente, como un vaso de arena en el océano.

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