—Sos un salteño importado ¿de qué lugar de Argentina?
—La Boca, Buenos Aires. Vine dos veces, la definitiva fue a los 18 años, con mi madre, que tenía familia acá, y mis hermanas Esther y Mirtha. Con Esther atraíamos público a la peña folclórica La Carreta, del barrio Saladero, bailando twist al estilo Chubby Checker. Peña que dirigía “Pocha” Ferreira, la primera persona que me inculcó amor por lo nuestro. Después conocí el pericón; en Argentina, a pesar de que en la escuela me metía en cuanta danza hubiera, nunca lo había bailado.
—En el liceo, acá, mantuviste el vicio.
—Hice el liceo nocturno, donde con el “Bocha” Ardaix y Federico Ibarra, que tocó el bombo en el homenaje que tanto me emocionó, teníamos un trío de zapateadores. Y una de mis profesoras liceales, Nidia Arenas, pionera del teatro en Salto y también argentina, de Santiago del Estero, organizó un grupo de danzas folclóricas al que me integré y al tiempo abandoné, porque hacíamos siempre lo mismo; conmigo se fueron varios.
—¿Cuándo fundaste el grupo Ibirapitá?
—En 1967, con cuatro parejas. El nombre lo propuso la Tere (Teresita Balbiani, su eterna esposa y compinche), con el argumento de que un ibirapitá fue el árbol que cobijó a Artigas en el exilio.
—¿En dictadura mantuviste el grupo?
—Sí, y bailábamos temas de Numa Moraes, que estaba proscrito.
—¿Cómo fue posible?
—Usé el afán de los militares en utilizar la tradición en beneficio propio, a favor de la permanencia de la danza folclórica. Una vez me convocaron a recibir, con alumnos y bandera uruguaya, al ex presidente de facto Aparicio Méndez, que vino a inaugurar el puente de la represa de Salto Grande, y me negué. Volví a negarme cuando me pidieron que armara un espectáculo en el teatro Larrañaga para “competir” con un caceroleo.
—¿Te permitían negarte?
—Por suerte salí ileso de las negativas.
—Desde fines de los setenta comenzaste a dar clases de danza folclórica como docente de sucesivos gobiernos departamentales.
—Sí, también en escuelas públicas que comenzaron a convocarnos, a mí y al grupo.
—Cursos siempre gratuitos.
—Sí, y como la gente que se arrimaba a nosotros era en su mayoría de bajos recursos, llegó un momento en que tuve que empezar a pedir contribuciones para comprar el vestuario que consideraba adecuado a cada danza.
—Tu método nació del puro autodidactismo.
—Y de la admiración inconmensurable por el bailarín Santiago Ayala, el “Chúcaro”, que junto a Norma Viola dirigía el Ballet Argentino. Me ayudaron, también, consejos de la profesora montevideana Iris Porta, directora del grupo Urunday, el libro de danzas argentinas de Pedro Berruti y revistas donde salían coreografías. Y de las profesoras que marcaron historia en la danza salteña, como “Yiya” Migliaro y Myriam Albisu, también aprendí viendo sus espectáculos.
—¿Cómo sostuviste casi medio siglo de defensa de la danza folclórica tradicional?
—A partir de la influencia del Chúcaro, que fue el primero en hacer, con folclore, estampas históricas que paseó por el mundo.
—Más allá de influencias, en qué basaste tu “fundamentalismo”.
—Le di la espalda a la estilización.
—A la proyección folclórica.
—A la estilización, proyección es todo, cada vez que ocupás un escenario, proyectás. Participamos en un certamen argentino en el que los jurados definieron al grupo dirigido por Piñeyro como de “danza tradicional académica”, fijate qué título.
—En qué perjudica la estilización a la tradición.
—Tergiversa los fundamentos, lo cual, para mí, es como traicionar la historia. Al igual que ella, la danza folclórica admite más la incorporación que la distorsión. Aunque, a mi entender, la estilización capaz de incorporarse a la tradición sin arruinarla es casi inexistente. Algo debo de haber hecho bien porque fuimos convocados a bailar, yo y una querida amiga, en el homenaje a Abelardo Lojo Vidal, fundador de la escuela de danzas folclóricas de Buenos Aires, que organizó la madre de Julio Bocca en el teatro Maipo. El propio Bocca presentó allí un grupo dirigido por él y, como suele pasarme, no me gustó (risas); era danza clásica con música folclórica.
—¿Cuál es tu mejor legado como artista?
—La seguridad en lo que hago.
—¿Y como persona?
—El respeto a lo que hago. Hay un grupo que heredó mi línea y espíritu de trabajo, se llama Transitando Huellas y lo dirige una talentosa profesora, Cecilia Lanzieri; varios gurises que ya no lo integran me dijeron que volverán a bailar cuando me cure.
—Definí en dos palabras a la mujer que te cura a diario.
—Una de las mejores cosas que me pasaron en la vida, porque además de ayudarme me soportó. Nos casamos hace poco, ¿sabías?, luego de 42 años juntos; la jueza, amorosa, vino a casa.
1. El acto, encabezado por el intendente Andrés Lima, ocurrió el 21 de diciembre, ocupó acera y calzada del sector de la calle Osimani en el que residen Eduardo y Teresita, y contó con la actuación de los grupos de danza folclórica Abrazo (Silvia Montaña), Transitando Huellas (Cecilia Lanzieri), Andante (José Luis Pereira) y Entre Amigos (Marita Arias).