Uno y los demás - Semanario Brecha

Uno y los demás

Tres títulos observan distintas facetas del comportamiento del ser humano en relación con quienes lo rodean, ya sea en el hogar o dentro de una institución. La responsabilidad de las respectivas puestas en escena, en los tres casos, recae en gente nueva que se asoma al fenómeno teatral con inquietudes propias.

La familia Wunderkind (El Galpón, sala Cero), escrita y dirigida por Jonathan Parada, desde el mismo título –idiomas extranjeros aparte– ironiza acerca de las posibles “maravillas” que los integrantes de un hogar pueden reunir cuando se los contempla desde auera. En la intimidad, en cambio, el cuadro es terrible, un calificativo que el autor echa a andar por los terrenos del absurdo o el franco disparate. Parada, por el momento, impresiona mejor por la estimable solidez con que redondea y concreta un texto que apuesta a describir los horrores posibles en cualquier casa de vecino, que por la forma en que los plasma frente a una platea desconcertada, no sólo por la escasa o nula diferencia de edades en el elenco –el grupo se denomina Escándalo Visceral– llamado a representar dos generaciones, sino también por el hecho de que un papel, al parecer, masculino, sin decir agua va, sea cubierto por una actriz. Todo esto a lo largo de un espectáculo en el que, además, un par de personajes exhiben confusas dificultades motrices y, sin justificación alguna, se incorporan sobre o detrás de un sofá poco después de que la hija de los dueños de casa toma el diccionario para buscar los significados de expresiones nada difíciles para una chica que lee y maneja dicho libro con envidiable celeridad. No se conjugan por toda esa zona características del teatro del absurdo que defiendan tales caídas en el sinsentido.

Mientras no estabas (La Gringa), escrita y dirigida por Ignacio Cawen, se interna por los caminos de una familia de esas que en estos tiempos se denominaría disfuncional –padre fallecido, madre de tipo delirante, supuesto tío que regresa del exterior–, recreación que no descarta paralelismos teatrales referidos a la obra que una de las hijas concibe –especie de tragedia griega– inspirándose en su madre, todo un punto de partida que, poco a poco, amaga emprender otros caminos sin las justificaciones de rigor. Un tono de comedia, de alguna manera, domina una puesta que en ciertos momentos se inclina por el lado del absurdo, sin que, finalmente, el espectador pueda sentirse seguro en cuanto a qué es lo que vio. Esa especie de carencia de brújula que, pareciera, aqueja a Cawen como autor, no se manifiesta, en cambio, en lo concerniente a la dirección de actores del grupo Sin Temor ¡A! Exagerar, en la que consigue el desenvuelto aporte de Liliana Curto como la madre, un creíble tío misterioso en Silvio Flores y una afinada oposición para las siluetas de las hermanas que animan Valeria de Souza y Rosina Carpentieri. Habrá que ver ahora qué hace Cawen cuando le toque llevar a escena un texto ajeno.

Los heridos (El Mura, Mercado Agrícola), escrita y dirigida por Valeria Fontán, introduce a los espectadores en un hospital psiquiátrico donde un facultativo conduce una terapia de índole teatral que involucra la participación de siete pacientes. El bien concebido texto se desarrolla y culmina de forma convincente, mientras en la banda sonora, de manera intermitente, se escuchan compases –en diferentes versiones– de la canción “Dream a Little Dream of Me”, de la gran Mama Cass que, con delicada sutileza, conducen a una culminación conmovedora. El excelente aprovechamiento de un espacio –escenografía e iluminación de Agustín Romero– que los actores nunca abandonan abre camino a contraescenas que aportan más información sobre cada personaje, al tiempo que le recuerdan a la platea cómo los caminos de una representación teatral pueden ser utilizados para lograr que ciertos pacientes expresen los problemas que les aquejan. Fontán consigue asimismo un excelente rendimiento del elenco que integran Matías Folgar (el psicólogo), Carlos Rompani (un estupendo Guillermo), Emiliano Duarte (un mudo admirable), Fernando Amaral (un Aníbal en quien descansan los toques de humor), Mauricio Chiessa (realmente efectivo en la utilización de su voz ronca), y Daniel Jorysz (el paciente delgado y desdeñoso), habida cuenta de la incidencia de Magdalena Long y Maite Bigi, dos presencias femeninas que aprovechan a fondo su incidencia en el devenir colectivo de este novedoso espectáculo que conviene no perderse.

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