Hasta que la suerte nos separe (El Tinglado), de Francisco Bentancor, dirigida por José María Novo, presenta a una pareja de autores que aunque ha dado fin a su relación sentimental, debe de todos modos reunirse para concluir el texto que tenían entre manos. Ese texto dibuja a una pareja de ficción que sospechosamente se parece a ellos, y se desplaza en su torno mientras éstos discuten y/o trabajan. En un terreno donde la realidad se confunde con la ficción puede darse no sólo que los dramaturgos en cuestión decidan acerca del destino de las siluetas inventadas sino también que estas últimas terminen por ejercer influencia sobre sus creadores. A las bondades de la escritura de Bentancor, frecuente colaborador de la institución, se suma la agilidad de la dirección de Novo, quien además asume con eficacia el papel de uno de los autores, al tiempo que Carmen Morán como su ex mujer, y Nicolás Pereyra y Fiorella Delgado, animando a la pareja imaginada, no se quedan atrás. Mérito especial de la labor directriz de Novo radica en la inventiva casi coreográfica mediante la cual mueve al cuarteto que él mismo integra.
No se elige ser un héroe (Circular, sala 1), del español Daniel Desola con dirección de Eduardo Cervieri, especula con la idea de que una bebida capitalista y sin alcohol, conocida como “la pausa que refresca”, otorgue premios contantes y sonantes a distintos tipos de heroísmo. En el presente caso, abarcarían nada menos que a la figura de un comunista ya fallecido, cuyos cinco hijos deben reunirse para decidir si aceptan esos jugosos euros o los rechazan en nombre del muy probable desagrado que eso le hubiera causado a un progenitor que, de todos modos, en su vida familiar parecería haber sido bastante menos heroico que en la política. Con firmes trazos de ironía, el autor de la recordada Almacenados, también llevada a escena por Cervieri, reflexiona aquí acerca del paso del tiempo, la vigencia de los ideales y la sinceridad de quienes dicen profesarlos. La concreta y decadente escenografía que propone Álvaro Santana constituye el marco adecuado para que el director agrupe, disgregue y enfrente a las siluetas que Carlos Rodríguez, Félix Correa, Aline Rava, Cecilia Lema y Ana Lucía dos Santos animan con afinado control de reacciones que no siempre resultan las esperadas por la platea.
Sus ojos se cerraron (Alianza, sala China Zorrilla), de Dino Armas, dirigida por Daniel Romano, observa lo que puede suceder cuando en un barrio se arma una fiesta de casamiento en la casa contigua a otra donde tiene lugar un velatorio al que, por otra parte, deberían asistir varios de los que festejan. Con el reconocido olfato del autor para pintar situaciones y personajes montevideanos, el presente título otorga jugoso camino para la versión que Romano conduce con debida atención a los elementos naturalistas y grotescos conjugados con dosis de humor negro. La dirección consigue además otorgarle al desarrollo la agilidad que reclaman la simultaneidad de los acontecimientos y las confusiones que éstos provocan en la poblada galería que Susana Castro, Elena Brancatti, Luis Lage, Pablo Robles, Natalia Yoffe, Rafael Beltrán, Gabriela Quartino, Cintia Caballero, Cristina Cabrera y Gastón Torello animan con solvencia.
Las reinas de la bailanta (del Centro), de Dino Armas y Andrés Tulipano, con dirección de Carmen Morán, propone un inesperado entendimiento entre una solitaria viuda y una jovencita ruidosa y rebelde que, para colmo, desconoce la vida de hogar. La eficaz definición de los personajes que animan las excelentes Cristina Morán, con inesperados tonos, y Laura Barboza, con festejables transiciones, reflejan el exigente trabajo de una Carmen Morán atenta a los riesgos que demanda el enfrentamiento de dos únicos personajes, apenas interrumpidos por la incidencia de bien buscadas voces en off que hacen progresar la anécdota, habida cuenta de un melancólico punto de partida, con espíritu risueño y positivo.