Uruguay debate sobre eutanasia - Semanario Brecha

Uruguay debate sobre eutanasia

Magdalena Gutiérrez

Ven

Si fuera un ángel negro

o una madre

si se pudiera hablarle

convocarla

como hacían los poetas

ven muerte ven que espero

si fuera un dios voraz

alguien que oyera alguien

que comprendiera

toda esta noche toda

estaría invitando

estaría ofreciendo

estaría clamando

rompiendo el aire el techo el cielo

con mi voz

ven muerte ven

que espero.

Toda esta noche

toda

hasta que al fin

oyera.

Idea Vilariño

La infancia de Alain Delon transcurrió en orfanatos parisinos después de la separación de sus padres. Su vida continuó luego centrada en su atractivo físico en las pantallas de cine, que lo convirtieron en un ideal de belleza masculina. Una larga historia de amoríos culminó, sin embargo, en una vejez solitaria. Hace dos años, en una entrevista recogida por L’Illustré, afirmó: «Sin ellas, yo habría muerto como un matón». Según él, les debe todo a las mujeres. Su amiga Brigitte Bardot dijo: «La última mujer de Delon será la muerte». En 2019, dos años después de haber sido intervenido del corazón, Delon sufrió accidentes cerebrales que lo dejaron con graves secuelas. Hoy, a los 86 años, pide que se le autorice el suicidio asistido en el país donde radica, Suiza, donde la acción es legal, a diferencia de la eutanasia. El pedido del actor reabre la discusión internacional sobre este tema tan controvertido, que en este momento es tratado en el Parlamento de nuestro país, a raíz del proyecto de ley del senador colorado Ope Pasquet.

Lo que esconde la discusión sobre la eutanasia y el suicidio asistido, que hace muy difícil llegar a un consenso, es el reconocimiento del derecho de las personas a decidir sobre su propia muerte, como lo hacen sobre su vida. ¿Quién detenta el poder de decidir sobre la vida y la muerte? ¿Dios, la sociedad, el individuo o el médico? Nuestra larga tradición cristiana propone que solo Dios puede dar y quitar la vida, lo que impone en las conciencias una resistencia radical a considerar la eutanasia, entendiendo por tal al acto de dar muerte para evitar el sufrimiento.

A lo largo de la historia occidental las decisiones en torno al final de la vida han requerido la ayuda de un sacerdote: la extremaunción prepara al agonizante para su encuentro con Dios. El último siglo trajo consigo cambios dramáticos: la vida y la muerte se medicalizaron. La última se internó en los hospitales. Dejó de ser la muerte doméstica, en la que el agonizante está rodeado de sus familiares y puede despedirse. Ahora, con frecuencia, la muerte ocurre entre extraños, en camas de CTI, a veces en aislamiento, con tubos que penetran los cuerpos, necesarios para mantener la vida de los sujetos que están entre la vida y la muerte. En relación con esto, Delon afirma en la entrevista de L’Illustré: «Una persona tiene derecho a partir en paz, sin pasar por hospitales, inyecciones y demás».

Los cuidados paliativos, que surgieron para evitar el sufrimiento de las enfermedades crónicas terminales, son uno de los grandes avances en la humanización de la medicina de los últimos años, pero no siempre son capaces de evitar el sufrimiento, lo que puede determinar que algunos enfermos supliquen que se les quite la vida. Otros simplemente se suicidan. Hay sufrimientos orgánicos y también los hay morales, que la medicina, con sus avances biotecnológicos, no ha podido remediar. Esta última tiene límites que es necesario reconocer, para evitar caer en la desconsideración de quienes continúan sufriendo. Cuando una enfermedad es incurable, cuando es irreversible, cuando condena al individuo a un sufrimiento que no se pueden aliviar –independientemente de que se trate de una enfermedad terminal o no– y este demanda que se reconozca su derecho a solicitar la muerte, se plantea la eutanasia como una solución.

Aun en estas circunstancias no hay consenso y muchos médicos se rehúsan a aceptar la solicitud de sus enfermos debido a sus convicciones morales. En este sentido, el Código de Ética Médica del Colegio Médico del Uruguay, establecido por ley, concuerda con el de muchas otras agrupaciones médicas de diversos países y prohíbe la eutanasia a título expreso. Las opiniones de los médicos de nuestro país están divididas y no es posible llegar a un consenso. El análisis bioético del tema surgió en las últimas décadas y en él se destaca la consideración cada vez mayor del principio de autonomía. Si se reconociera el derecho de las personas a decidir sobre su propia muerte en condiciones como las expuestas y se jerarquizara el principio bioético del respeto de la autonomía del paciente sobre el de no maleficencia, la acción eutanásica podría considerarse posible dentro del marco ético. No obstante ello, para permitir que un médico efectúe la eutanasia en nuestro país, debería cambiarse la ley que establece el código de ética que rige la profesión.

Por otra parte, nuestro código penal –redactado por José Irureta Goyena (positivista y ateo) y promulgado en 1933–, que en el artículo 37 establece el homicidio piadoso –rodeado de importantes controversias–, dice lo siguiente: «Los jueces tienen la facultad de exonerar de castigo al sujeto de antecedentes honorables, autor de un homicidio efectuado por móviles de piedad, mediante súplicas reiteradas de la víctima». Esto es, queda a criterio del juez la posibilidad de despenalizar aquel homicidio motivado por la piedad ante el sufrimiento de una víctima. Nada dice sobre la medicina, pero lo importante es que, en su espíritu, este artículo reconoce la posibilidad de dar muerte para evitar el sufrimiento y que en esas condiciones, siempre y cuando se respete la autonomía del sujeto, la acción homicida puede ser despenalizada. A pesar de que el artículo nunca fue modificado, no hay sentencias que se refieran a él.

Holanda fue el primer país en reconocer la eutanasia entendida como homicidio piadoso. Luego se sumaron otros países europeos. Algunos países no la despenalizan, pero atenúan la pena. En Suiza, donde está prohibida –no así el suicidio asistido, que es facilitado por empresas dedicadas a ello–, más de 1.000 individuos por año se suicidan con pastillas que ingieren por voluntad propia o abriendo una canilla en una tubuladura que infunde una droga (por lo general, un barbitúrico) suministrada por un médico. La tercera parte de los pacientes recurre al suicidio por enfermedades malignas; otro tercio, por enfermedades crónicas incurables; otros, por causas diversas. Las condiciones de estas empresas para aceptar la petición son padecer una enfermedad incurable, experimentar un sufrimiento que no pueda ser aliviado de otra forma y tener el juicio mental indemne. Son varias las organizaciones sin fines de lucro que proveen este servicio –Dignitas en el caso del actor–. Muchas veces los interesados provienen de otros países, principalmente Alemania.

En una encuesta hecha en Uruguay en 2020 por Equipos Consultores, a pedido del Sindicato Médico del Uruguay, se formuló la siguiente pregunta: «Cuando una persona tiene una enfermedad en fase terminal, que causa grandes sufrimientos y le causará la muerte en poco tiempo, ¿cree usted que la ley debería permitir que los médicos pudieran poner fin a su vida y a sus sufrimientos si esta persona lo solicita libremente?». El 68 por ciento de los encuestados respondió que sí, sin diferencias significativas entre la capital y el interior ni diferencias mayores entre los distintos niveles educativos. Opiniones similares se obtuvieron sobre el suicidio asistido. En el momento actual, tanto el Colegio Médico del Uruguay como la Academia Nacional de Medicina están estudiando las propuestas legislativas en profundidad y abriendo ámbitos de análisis para, eventualmente, aportar distintas visiones que faciliten el tratamiento del tema en el Parlamento.

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