Las primarias en Argentina dieron un resultado lapidario. La fórmula de Alberto y Cristina Fernández se impuso sobre la de Macri y Pichetto por 15 puntos y derrotó al oficialismo en todos los distritos del país salvo Córdoba y la ciudad de Buenos Aires. El resto de la elección no va a tener gracia.
Hace cuatro años, Macri hizo campaña y empezó su mandato prometiendo luchar contra la corrupción y la pobreza, y terminar fácilmente con la inflación y el déficit. Logró exactamente lo contrario: la inflación disparada, los ingresos de los trabajadores diezmados, la pobreza extendiéndose, la deuda en las nubes. Todo eso gracias al “mejor equipo económico de los últimos 50 años”, la intervención estelar del Fondo Monetario Internacional y el alivio proporcionado a los mercados de terminar finalmente con el populismo.
La idea de que Macri, con su apellido y su prontuario, iba a ser la solución a la corrupción fue siempre ridícula. Pero los delirios masivos producidos por las campañas mediáticas anticorrupción convencieron a millones de que el heredero del clan que había armado las tramas corruptas de la obra pública a lo largo de décadas, con gobiernos de todos los signos políticos, iba a restaurar la moral de la política. La clase empresarial argentina, incluida la familia del presidente, para colaborar con la limpieza, se “arrepintió” en masa de sus gruesas corruptelas, intentando meter presa a Cristina Fernández. No sólo no lo lograron, sino que en el camino se destapó una trama más oscura aun, en la que jueces, fiscales y servicios de inteligencia extranjeros extorsionaban y coimeaban a los arrepentidos (cualquier parecido con Brasil es pura coincidencia).
El kirchnerismo fue derrotado en las presidenciales de 2015 y en las parlamentarias de 2017. Para este año, se organizó de a poco una serie de contactos para reunificar al peronismo, que si bien no metió a todos para adentro, sí recuperó a figuras que eran críticas del kirchnerismo desde hace años, como Sergio Massa y quien terminaría siendo el candidato a presidente, Alberto Fernández. El delicado acuerdo entre la derecha peronista y el kirchnerismo dio resultado, y todo hace predecir un triunfo arrollador en octubre.
El día después de las elecciones, Macri dio una conferencia de prensa. Allí dijo: “El mercado es un fenómeno distinto a la política local, que toma sus posiciones. El viernes lo habíamos visto tomar una posición muy a favor de la Argentina pensando que nosotros ganábamos la elección, y ahora perdimos. Entonces el mercado va a tener su posición”. Es decir, los mercados quieren que él gane las elecciones, y si no gana, Argentina va a recibir un escarmiento. Macri señala que “el mundo” (como si el mundo fuera reducible a un puñado de especuladores) no está de acuerdo con la decisión de los argentinos.
Estas son admisiones poco comunes en la derecha. El mensaje es claro: Macri no representa a Argentina ante el mundo y los mercados, sino a estos frente a los argentinos. Si los argentinos no se someten, Macri viene respaldado por huestes extranjeras que van a desatar su ira, destruyendo la economía argentina. Como en tantas ocasiones en los últimos años, el capital transnacional y sus gobiernos delegados se presentan como un ejército de ocupación, que va a actuar por las buenas si las urnas lo refrendan y por las malas si no. Esto nos recuerda lo frágiles que están nuestras democracias frente a estas maniobras de la clase capitalista global.
El macrismo intenta entonces una estrategia insólita: después de empeorar terriblemente la situación heredada del gobierno anterior, ya no puede echarle a este la culpa de la catástrofe de su propia gestión, entonces se la echa a un eventual próximo gobierno. De todas las operaciones de simulacro duranbarbista, esta es de las más inesperadas. Pero el hechizo se rompió. Los hasta ahora todopoderosos ejércitos de bots, trolls y periodistas obsecuentes son el hazmerreír del continente, y los mercados, que quieren sustituir a los votos como forma de elegir gobierno, van a ser desafiados.
¿Qué escenario se abre ahora? Es imposible saber. La alianza que se apresta a ganar no es el kirchnerismo, con su voluntad de darse de frente contra Clarín y los terratenientes. El futuro gobierno, además, va a tener que lidiar con el endeudamiento de Macri y los acuerdos con el Fmi. Pero vuelve la política. Las calles van a calentarse, y van a encontrar a un gobierno más permeable y disputable. En Argentina siempre podemos esperar lo inesperado, y poderosas reorganizaciones plebeyas.
Lo que de ninguna manera podemos esperar es un feliz retorno a los tiempos anteriores a 2013. Ni en Argentina ni en el resto del continente. Basta ver a Brasil y Venezuela, y no sólo. Estos son tiempos más extremos, y el fin de ciclo fue en serio. Los límites a los avances de la década progresista siguen allí, y si pensamos que desaparecieron y que se trata apenas de volver renovados para dar las mismas peleas, volveremos… a chocar contra ellos.
Pero Argentina nos muestra, por lo menos, que el escenario que tenemos por delante no implica necesaria ni solamente una seguidilla de victorias neoliberales y conservadoras. Porque contrariamente a lo que prometen, a los neoliberales no les es fácil terminar con la inflación ni relanzar la economía. Sus medidas recesivas y represivas producen, necesariamente, inestabilidad política. A los amigos empresarios de la derecha eso puede no importarles: su visión es puramente cortoplacista, y el ajuste ya está hecho. No les van a quitar lo bailado de los negocios de estos años. Ellos no están allí para crear procesos políticos de largo plazo. Su largo plazo se juega por otro lado, en la transformación de nuestras vidas para que nos acostumbremos a la precariedad y la aspiración emprendedora, gobierne quien gobierne. Y en eso no les ha ido mal.
Empezamos a ver, después de unos años catastróficos para la izquierda suda-mericana, que es posible montar defensas, contraataques, replanteos estratégicos, nuevas alianzas, actores y lenguajes. Que los Bolsonaros y los Macris no son monstruos ingeniosos e imbatibles, sino brutos incapaces de controlar la situación, de controlarnos. Y algo podemos hacer con eso.