Vargas Llosa en Montevideo: Mejor hablemos de literatura - Semanario Brecha
Vargas Llosa en Montevideo

Mejor hablemos de literatura

El escritor peruano visitó nuestro país para presentar, en el majestuoso Salón Doré del Sofitel Casino Carrasco, su libro La mirada quieta (de Pérez Galdós). Allí, como introducción y medida profiláctica, se pidió a los periodistas que ciñeran sus preguntas a la literatura. Esto no logró, sin embargo, que Vargas Llosa hiciera lo mismo con sus respuestas.

Mario Vargas Llosa en la presentación de su libro, en el hotel Sofitel, en Montevideo. FOCOUY, GASTÓN BRITOS

Pero no era necesaria la advertencia: el día anterior Vargas ya había dejado bien claro en su conferencia en el Centro de Estudios para el Desarrollo que Uruguay es el mejor país y era improbable que alguno de los presentes quisiera escuchar su trivial pensamiento político, sin importar si el escucha había llegado al hotel a pie o combinando el 125 con el 104. No, estábamos ahí para oír al último gran escritor del boom hablar de literatura y, más específicamente, de la de Benito Pérez Galdós, ese autor español tan poco leído en Uruguay hoy, salvo por los estudiantes del Instituto de Profesores Artigas o de Humanidades. Y cuando digo «estábamos ahí» me refiero a un grupo variopinto de personas, que incluía, por nombrar solo a algunas, a Fernando Cabrera y Graziano Pascale, Gerardo Grieco y Alfonso Lessa, Álvaro Risso y Pablo Vierci. Ya bastante raro era que La mirada quieta… llegara a nuestro país, un mercado en el que las multinacionales de la edición parecen querer que solo pasten las vacas y los best sellers.

Con Vargas Llosa hablaría Blanca Rodríguez, periodista y profesora de Literatura, por lo que, habiendo los editores proscrito de entrada la desagradable eventualidad de las preguntas políticas, lo único que podía conspirar contra la velada literaria era la acústica del Salón Doré, un espacio oval y, como tal, propenso al rebote. En efecto, ni bien Blanca abrió la boca, todos los periodistas miramos con tristeza nuestros grabadores y nos distrajimos por un momento pensando cómo se las habrá arreglado Nixon para registrar las conversaciones en su despacho. Sin embargo, la distracción no se cobró víctima literaria alguna, ya que la primera pregunta que la conductora le hizo a Vargas fue cómo aprendió a leer (para los muy curiosos, digamos que le enseñó un cura llamado Justiniano, en Cochabamba y a los 5 años, acontecimiento que describió como «la cosa más importante que me ha pasado en la vida»). Claro que la pregunta de Blanca estaba justificada: se supone que estábamos allí porque nos interesaba un hombre que se había leído toda la obra de Pérez Galdós de corrido durante la pandemia, una hazaña considerable, dado el volumen de la obra.

La mirada quieta (de Pérez Galdós), de Mario Vargas Llosa. Alfaguara, Buenos Aires, 2022. 349 págs.

Lo cierto es que durante la charla no quedó claro qué fue lo que motivó a Vargas a semejante inmersión y a escribir este libro, salvo la vaga justificación de que tenía muchas ganas de leer a Galdós y que la pandemia le facilitó la tarea. Más sensato es pensar que de alguna manera se vio atrapado entre el centenario de la muerte del escritor canario y la polémica que enzarzó a los escritores Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina en El País de Madrid. Es por allí que Vargas comienza su libro, dando cuenta de ese intercambio en el que Cercas confesó que Pérez Galdós no le gustaba demasiado y Muñoz Molina lo acusó de hacerse el moderno y de no haber entendido nada. Es un buen punto de partida una polémica literaria que, en medio del bullicio del homenaje, intenta razonar los motivos de la alta valoración a un escritor que fue señalado como el más grande narrador español desde Cervantes y que, en el escenario europeo, fue puesto a la par de Dickens, Balzac, Flaubert y Zola. En aquella primera nota, Cercas decía no entender muy bien qué era lo que no le gustaba de Pérez Galdós y aclaraba que fue un artículo de Almudena Grandes1 lo que le había aclarado el panorama. Para Cercas, el problema de Galdós era no haber entendido la herencia de Flaubert, a saber, la invención del narrador. En una carta de 1852, Flaubert había escrito: «El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero sin que se le vea en ninguna». El aporte de Grandes fue señalar que Galdós nunca fue neutral, idea que retomaba Cercas, pero, a diferencia de Grandes, con una valoración negativa: «Esta objetividad, esta imparcialidad –esta neutralidad– constituyen uno de los pilares de la novela moderna: para sus más destacados representantes, ella es la garantía de la creación de un mundo verbal autónomo, surgido de la realidad, pero emancipado de ella, cuyos moradores fingen existencias tan ricas, intensas y complejas como las nuestras (o más). Galdós, en efecto, se halla en las antípodas de eso. En sus novelas toma casi siempre partido y, preocupado por difundir las causas en las que cree (todas ellas muy encomiables, por cierto), le dice al lector lo que debe pensar, en vez de dejar que sea el lector por sí mismo quien piense; este paternalismo es literariamente letal».2 Es sobre este punto que cuatro días más tarde Muñoz Molina3 puso el grito en el cielo: «Observando la vida política y la vida cotidiana, viajando regularmente por Europa, recorriendo España en viajes que le dieron un conocimiento variado y profundo del país, Pérez Galdós fue creando un mundo narrativo que es exactamente lo contrario de esa simpleza pedagógica o doctrinaria que Javier Cercas dice encontrar en sus novelas». Para Muñoz Molina, una de las mayores virtudes era «esa tercera persona de Galdós en la que el punto de vista se desplaza de un personaje a otro con la flexibilidad de una cámara de cine que no para de moverse y no llama la atención sobre ella misma».

Dos años más tarde entra en la conversación Vargas Llosa. Su lectura en apariencia se alinea, en cuanto a la valoración global de la obra de Galdós, a la de Cercas.4 Con él, Vargas opina que Galdós no está a la par de Flaubert o Balzac y, menos que menos, de Cervantes (escritor que lo maravilla porque, a pesar de ser pobre, no fue un resentido, tópico que repetiría más de una vez a lo largo de la charla).5 Sin embargo, el veredicto de Vargas Llosa respecto a Galdós es entreverado. Es verdad que Vargas, al igual que Cercas, señala como defecto principal que Galdós no adoptara un narrador omnisciente y generara toda una suerte de problemas y retorcimientos al crear personajes que, de repente, se comportaban como narradores que todo lo sabían, aunque esto resultara imposible (lo que Muñoz Molina señala como virtud, la «cámara de cine» que salta a diversos puntos de vista). Sin embargo, para Cercas y para Grandes, esto hace que Galdós «tome partido», mientras que para Vargas sucede todo lo contrario: el mérito del escritor canario es ser imparcial. «El mérito de Pérez Galdós no es solo haber documentado con novelas todo este período,6 sino cómo lo hizo: con objetividad y un espíritu comprensivo y generoso, sin parti pris ideológico, poniendo la moral por encima de la política, tratando de distinguir entre lo tolerable y lo intolerable, el fanatismo y el idealismo, la generosidad y la mezquindad en el seno mismo de los adversarios. Eso es lo que más llama la atención al leer sus novelas, sus dramas y sus Episodios: un escritor que se esfuerza por ser imparcial. Su actitud da la impresión de congelar a la España de entonces en una mirada quieta y objetiva, que inmoviliza aquello que quiere narrar para dar una visión más fidedigna de lo narrado».7

¿Con quién está discutiendo Vargas Llosa? A lo mejor ni con Cercas ni con Muñoz Molina ni con Almudena Grandes. Quizás está discutiendo con cualquier cosa que le permita desarrollar su pueril visión meritocrática en la que el pobre bueno es el que no quiere destronar a la clase opresora, sino el que, a pesar de tener todo en contra, termina escribiendo El Quijote, y el buen progresista es el que, como Galdós, tiene un espíritu comprensivo y generoso con los poderosos, sin tomar partido ideológico (por más que para el resto del mundo tomar partido es, para bien o para mal, exactamente lo que Galdós hace).

1. Almudena Grandes, «Galdós para entender la España de hoy», El País, 03-I-20.

2.Javier Cercas, «Galdós», columna Palos de Ciego, El País, 08-II-20.

3. Antonio Muñoz Molina, «En defensa de Galdós», en Babelia, suplemento cultural de El País, 13-II-20.

4. Casi un año más tarde, Cercas escribió una nueva columna titulada «El mérito de Galdós» (El País, 09-I-21), en la que aporta nuevos elementos en la valoración del canario, pero sostiene sus críticas anteriores.

5. «El caso de Cervantes es el de un español que pasa todas la humillaciones que pasa la gente pobre en esa sociedad, y, sin embargo, la gente pobre es una gente resentida que no escribe El Quijote, y Cervantes lo escribe», dijo Vargas Llosa en su charla en Montevideo.

6. El siglo XIX en España.

7. La mirada quieta (de Pérez Galdós), pág. 20.

Artículos relacionados

Cultura Suscriptores
Aurora Venturini (1922-2015)

Acaso he muerto ya sin darme cuenta

Cultura Suscriptores
Carolina Bello y las mil y una formas de narrar

Tarea fina

Con la escritora argentina Alejandra Kamiya

El amor es acto o no es