No hay desafío mayor para un actor de teatro que enfrentarse a un monólogo. Como verdadera carne de cañón, su talento queda expuesto al máximo. En La fiera, Mané Pérez (No daré hijos, daré versos) se convierte en una mujer-tigre, una vengadora anónima que viene a hacer justicia por mano propia desde ese lugar de lo animal y lo mítico. Su personaje no es sencillo, ni tampoco la historia que viene a contarle al público. Sus primeras líneas usan un lenguaje distante, casi un dialecto de frontera inentendible, pero pronto el espectador queda atrapado por la arriesgada composición física, vocal y gestual que la actriz despliega mientras describe historias que se deslizan entre lo humano y lo sobrenatural.
La puesta es una coproducción argentino-uruguaya. El director Mariano Tenconi la trabajó con una actriz argentina ambientándola en Tucumán, y en esta nueva versión local trasladó la leyenda de la mujer-tigre al Interior profundo uruguayo. Su personaje bebe mucho de las vengadoras sangrientas de Tarantino. Esta mujer poco adiestrada, que se autodenomina como “algo bruta”, se instala duramente en la escena relatando los pormenores de una de sus tantas matanzas. Las imágenes de un baño de sangre, propias del encuentro entre un hombre y un felino salvaje, se desprenden del detallado relato de Mané. Pronto surge la pregunta: ¿quién es esta vengadora y de qué se está vengando? Y en la respuesta pueden desatarse varios debates sobre el teatro de denuncia, el tratamiento de lo político en el teatro, o simplemente comprender las razones de este personaje y dejarse llevar por el juego que plantea la escena.
Muchos análisis de la puesta argentina hablan de una pieza que aborda la violencia de género desde un costado original, ya que la vengadora carga con un pasado familiar marcado por la presencia de un padre que da muerte a su madre. De allí en adelante la vida de la vengadora es la búsqueda permanente de justicia en casos de abuso, sometimiento y violencia de cualquier tipo hacia la mujer. Sus víctimas son los hombres, en un intento de ojo por ojo, que también puede ser cuestionado por muchos. Pero más allá de estas cuestiones, lo interesante de La fiera es la construcción escénica de este curioso personaje.
En un pequeño espacio despojado, que podría ser cualquier rincón de una carretera, un baño público, un vestuario, la fiera cuenta sus diversas historias de venganza contra los hombres. Con un acertado look deportivo a lo animal print, Mané compone a esta mujer que despliega todo su costado asesino sin perder su femineidad, y logra todavía algo aun más difícil: una amalgama perfecta entre lo humano y lo animal. Narra cómo mediante un ritual se transforma en una mujer-tigre y sale a matar. Su exigente trabajo corporal construye con creces a este felino onírico. El director explota con gran acierto todos los matices y talentos de la actriz, incorporando al relato varias canciones interpretadas en vivo (recorriendo ritmos tan diversos como el hip hop y la cumbia) que agregan dinámica y humor al relato. Dos músicos (Pablo Machado en piano y acordeón, y Ana Laura de León en percusión) acompañan a la actriz, y sus intervenciones hacen que la pieza devenga en un muy interesante musical que, a pesar de lo duro del tema que aborda, tiene fuertes puntos de humor.
En la construcción de esta fémina hay mucha influencia del cómic, otro tanto del cine, y el sincretismo se resuelve de manera fuertemente teatral mediante la presencia y los recursos de esta excelente actriz que, en su debut en un unipersonal, deja todo en las tablas, tal cual una fiera sedienta de aplausos. Y sí que su entrega los merece.