Ver sin ver - Semanario Brecha

Ver sin ver

“Esto no es una película” es el film iraní realizado en el departamento de Jafar Panahi en Teherán con él como protagonista, guionista y director.

In film nist. Irán, 2011

No es raro que despierten desconfianza y aun rechazo, en algunos espectadores, los filmes autorreferenciales. A Nanni Moretti, por ejemplo, se lo ama tanto como se lo detesta. Esta película que no es una película,1 según aclara el título, realizada en el departamento de Jafar Panahi en Teherán con él como protagonista, guionista y director, a cuatro manos con el documentalista Mojtaba Mirtahmasb, ha causado en algunos ese rechazo por lo que ven como la exposición de un ego superlativo. Bueno, son formas de ver. Pero ninguna de las películas de Panahi –El globo blanco, El espejo, El círculo, Crimson Gold, Off Side– pertenece al género autorreferencial, si es que eso es un género. Al contrario. Si hay algún cineasta que ha sabido mirar hacia afuera de sí, mirar al otro, con abierta curiosidad y explícita solidaridad, es él. Sobre todo porque prácticamente toda su filmografía lo que mira es a ese otro absoluto, para cualquier hombre, que son las mujeres, mucho más “otras” aun en un régimen como el imperante en Irán desde los tiempos de Khomeini. En el momento en que se rueda Esto no es una película, Panahi, por decisión del gobierno de Mahmud Ahmadinejad, tenía prohibido por veinte años filmar y estaba confinado en su casa después de haber pasado por la cárcel y con la casi segura posibilidad de volver a ella, al menos por seis años. Entonces encontró una forma de decir: acá estoy. Esto no es una película es en realidad un mensaje elaborado en forma de cine por un hombre impedido de hacer cine.
Panahi está solo en ese departamento grande, con la sola compañía de la inusual mascota de su hija, una iguana que se sube a los muebles y a las personas con troglodítica lentitud. Habla por teléfono con su familia –su mujer y su hija visitan familiares para entregar los regalos de año nuevo–, con su abogada, haciendo explícitas las instancias del juicio en su contra, con su amigo Mojtaba, que llega con una cámara y con quien conversa sobre eso que planean hacer y están haciendo, película o no. (Mojtaba puede manejar la cámara, Panahi no, por lo de la prohibición, pero puede registrar con su celular; lo que puede o no puede hacer Panahi, según su situación legal, es todo un juego de absurdos que incluyen el humor.) Y eso, sacado clandestinamente de Irán en un pendrive, llegó hace tres años al Festival de Cannes, el mismo por el que Panahi fue revelado a Occidente en 1995 con El globo blanco.

En ese espacio y tiempo acotados –el filme dura apenas 75 minutos–, Panahi se las arregla para que esté lo que no puede mostrar. Por ejemplo, ese afuera que él está impedido de registrar pero que llega por vía de lo que le cuentan por teléfono, por la televisión, por los ruidos crecientes que sugieren una fiesta que suena a rebelión. Por ejemplo, la película que quiso hacer y no lo dejaron. Con ayuda de unas cintas, Panahi delinea espacios, cuenta la historia –la de una muchacha cuyos padres, muy religiosos, no la dejan ingresar a la universidad a estudiar arte y la dejan sola y encerrada en su casa–, describe los planos que se verían, y, aunque no se crea, logra que el espectador se haga una ilustración mental de esa película inexistente que parece duplicar la situación que vive el cineasta. Pero de pronto éste deshace el sortilegio, no quiere contar más, y viene otro duplicado, el que se establece con lo que hizo la nena de El espejo cuando se negó a seguir “actuando”, lo que es evidenciado por el propio Panahi y mostrado en las imágenes correspondientes de aquella película.

Otro ejemplo: retirado ya su amigo pero siempre encendida la cámara, llega un joven a recoger la basura, y Panahi lo acompaña piso por piso retirando la basura de cada departamento. En las palabras que se suceden en ese descenso hasta la calle se recogen fragmentos de vidas, un runrún sobre gentes que no veremos, y sobre ese joven y sobre el mismo Panahi, al fin un curioso irredimible. El filme culmina con el cineasta llegando a la calle, cuando los ruidos por el festejo –que tampoco se ve– aumentan de volumen, pero no importa, porque ya entramos en el juego de imaginar lo invisible. Con total sencillez, Panahi lo fue enseñando en esos 75 minutos.

Esto no es parte de la reseña: leo que hoy, tres años después, Panahi está libre. Postergado final feliz.

1. In film nist. Irán, 2011.

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