De ese modo se pretende mejorar la calidad del hábitat y ahorrar energía, ya que las azoteas con césped absorben los rayos UV y el agua de lluvia, combaten el calentamiento al reducir la temperatura de las ciudades y duplican la vida útil de los techos, en comparación con los que no tienen esa protección.
Copenhague es la segunda ciudad en adoptar este tipo de legislación, luego de Toronto, que ha conseguido generar 1,2 millones de metros cuadrados verdes en desarrollos comerciales, institucionales y residenciales de varias unidades. El ahorro energético en la ciudad canadiense se estima en 1,5 millones de quilovatios anuales para los propietarios de los edificios. En Suiza también es obligatorio instalar cubiertas con vegetación en todos los edificios nuevos.
Los “techos verdes” tienen una larga tradición en los países escandinavos, donde muchas viviendas de las zonas rurales tienen techos de tierra sobre los cuales se deja crecer el pasto. Éste ayuda a mantener la tierra cohesionada, evitando su “lavado” por la lluvia, y además aumenta el aislamiento térmico de las azoteas. En la década de 1960 Alemania fue pionera en la promoción de este tipo de techos que ahora se difunde a muchos países. Los germanos calculan que hasta el 10 por ciento de los techos de su país son verdes, pero la tendencia crece en casi toda Europa.
Su utilidad es especialmente importante en las grandes ciudades, que concentran calor y pueden superar en cuatro grados la temperatura de las zonas circundantes. Los edificios absorben la radiación solar y la emiten en forma de calor. En el techo verde del City Hall de Chicago, la temperatura en días muy calientes puede ser de uno a cuatro grados más baja que la de los demás edificios de la ciudad que no tienen césped en el techo. Por otro lado, los techos verdes suelen utilizarse también para cultivar flores y verduras, evitar el riesgo de inundaciones ya que absorben el 80 por ciento del agua de lluvia, actúan como barrera acústica y filtran los metales pesados en el agua.
No debe extrañar que sean los países nórdicos los que marchan a la vanguardia de este tipo de emprendimientos, ya que la población tiene una larga tradición de defensa y cuidado del ambiente. En casi toda Europa, por ejemplo, no se plantan transgénicos. La superficie con esos cultivos apenas supera las 100 mil hectáreas, mientras que en Uruguay rebasa largamente el millón de hectáreas. Lástima que esos países se hayan dedicado a patear hacia el sur global la minería a cielo abierto, la producción de celulosa y los monocultivos transgénicos, emprendimientos que no quieren cerca de sus verdes prados.