Uno tras otro, los países de la Unión Europea se han ido sumando, y este pasado 20 de abril Alemania, el único país que quedaba en el debe, se puso al día con la iniciativa. El Consejo de Ministros alemán aprobó el proyecto de ley (a aplicarse a partir de 2020) para prohibir la publicidad de tabaco –también de cigarrillos electrónicos– en la vía pública. Los únicos espacios que quedarán exentos de la restricción serán los puntos de venta, como quioscos, tiendas especializadas y estaciones de servicio. En definitiva, se terminan las vallas, columnas publicitarias y cartelería que hagan referencia al rubro. Los cines sólo podrán publicitarlo cuando las funciones sean para adultos.
Es muy interesante leer las palabras del gerente de la Asociación de la Industria de Tabaco alemana, Michael von Foerster, quien señaló que son de temer este tipo de iniciativas, ya que suponen un precedente para otras medidas restrictivas de “comportamientos socialmente no deseados y productos que suponen un riesgo para la salud”, y agregó que “hoy se va en contra del sexismo y el tabaco, mañana contra el alcohol, el azúcar, las grasas de los alimentos, los deportes de riesgo y el transporte privado”, y además que “los políticos no deben convertirse en guardianes de la virtud”. Es decir, que los ataques al sexismo y al tabaco son una moda del momento y un peligro porque podrían marcar precedentes para muchas más restricciones. No está tan mal, habrá que tomar nota de esas nuevas ideas de prohibiciones que señala. Por su parte Markus Kerber, director general de la Federación de la Industria Alemana, recalcó que el país está en camino de transformarse en un “Estado-niñera”.
Luego de más de cincuenta años mintiendo a diestra y siniestra, ganando casi todas las batallas legales, negando lo innegable y silenciando a los opositores, la industria tabacalera por fin está comenzando a perder. Esta es la tesis central del documental de Robert Kenner Mercaderes de la duda, en el que además se esboza un notable paralelismo entre el poder discursivo de los voceros de diversas multinacionales a lo largo de la historia, y cómo los mismos recursos retóricos son repetidos hoy para negar el calentamiento global o los daños ambientales producidos por la industria y los bienes de consumo. Los argumentos que más se repiten, y que mejor les han funcionado, son aquellos que señalan que los consensos científicos no son tales y que siempre existen “dudas” respecto de lo que muchos se apresuran a llamar certezas; y, por supuesto, aquellos que refieren a las libertades cercenadas, al individuo coartado en sus facultades, a estados opresores que imponen su ideología.
Medio siglo lleva una batalla que aún continúa, y en el camino han muerto decenas de millones de personas. Como bien señala el documental, cincuenta años es demasiado tiempo para que la humanidad se dé cuenta de ciertas cosas. Si hay que esperar varias décadas más para que se tomen medidas reales contra el efecto invernadero, lo que hay para perder es mucho. Porque lo que está en juego en este caso son minucias como el planeta Tierra y sus limitados recursos.