Antes de llegar a los 40 temimos que, tal vez, nos agarrara esa crisis existencial que les toca, más tarde o más temprano, a las personas. Nos tranquilizamos diciéndonos que hemos pasado por tantas crisis que, bueno, podríamos sobrevivir una más. Somos distintas generaciones que aquí confluimos, en distintos momentos, siempre críticos, porque Brecha nació en crisis y así siguió, ininterrumpidamente. Aunque varios de nosotros tenemos menos años que el semanario, sentimos que somos parte desde el principio porque lo leímos para atrás y para adelante, porque nos interesó pensar en sus orígenes y en sus distintas etapas para definir cómo continuar esta tarea.
No solo somos redactores: somos diseñadoras, fotógrafos, correctores, administrativos, repartidores, y sostenemos este espacio también desde otros lugares, para los que no nos formamos en universidades, sino haciendo desde Brecha y en colectivo. Somos una cooperativa de trabajadores y, a base de ensayo y error, hemos rotado por los distintos espacios de coordinación que hacen posible que este semanario se imprima cada semana y no sea solo una serie de páginas, sino un espacio simbólico.
Cuarenta años después acá estamos, buscando que la perspectiva de Brecha, su periodismo de izquierda independiente, siga existiendo. Entre nosotros no solo hay diferencias generacionales. Como nuestros lectores pueden advertir sin dificultad cada semana, el semanario reúne, además, sensibilidades distintas que conviven dentro del amplio marco de las izquierdas, un campo en el que –basta con atender a lo que dicen los entrevistados en este número– la crisis está a la orden del día.
No soslayar nuestra ubicación en ese campo ideológico ha sido, desde el inicio, una seña de identidad de Brecha, solo equiparable a su vocación crítica, renuente a la obsecuencia, a la manipulación y a los intentos de control político. Fuera de esta ecuación, 40 años de obstinación no tendrían sentido.
Hay, claro, entre quienes hacemos el semanario –y entre nuestros lectores– diferencias de estilo, énfasis, orientación, carácter, perspectiva y expectativa acerca de qué esperar –y qué ya no esperar– del país, del mundo y del futuro.
Quienes a través de un inmenso esfuerzo colectivo –créannos que no exageramos– seguimos llevando el semanario a la calle, cuatro décadas después de su fundación, estamos convencidos de la necesidad, en Uruguay, de un medio de comunicación independiente de cualquier organización política, religiosa o empresarial, que todas las semanas intente articular preguntas y respuestas acerca de la realidad que nos rodea. Una nueva –vieja– tarea que, cuando nos sale bien, también nos sale caro.
Puede que, 40 años después, los ilustres personajes del staff de la primera época hayan dejado lugar a una generación de periodistas del llano que se tomaron en serio la idea de los fundadores y la de sus maestros más próximos, y están dispuestos a cometer sus propios errores para llevarla hasta las últimas consecuencias. Como ya ha sido dicho, el hilo invisible que une pasado y presente no se rompe.
Puede que, 40 años después, la vieja –nueva– tarea se cumpla a veces con éxito y otras con mayor dificultad, o no se cumpla, y paciencia. O puede que este viernes hayamos finalmente encontrado el camino.
En este espacio semanal tan nuestro, siempre habrá tiempo para abrir una brecha en la crisis. Nos vemos la que viene.





