Visitas guiadas al argumentario - Semanario Brecha

Visitas guiadas al argumentario

Un adolescente actual juraría que el humor consiste en reírse de otro, y el debate en cerrarle la boca. Sobre todo si el otro es de Peñarol y yo de Nacional. El profesor de filosofía Pablo Romero redactó un minucioso proyecto de recuperación cultural en el ámbito educativo,1 que incluye vida y milagros de la argumentación.

¿Qué objetivos y formas de aplicación planteás en tu proyecto?

—Vinculo el capital cultural, como concepto y espacio igualitario de desarrollo del sujeto, con la educación primaria y media, particularmente en su “zona roja”, el ciclo básico, que alcanza índices de repetición de más del 30 por ciento en el Interior y del 40 por ciento en Montevideo. Hablamos de jóvenes que no pueden identificar el tema de un texto sencillo ni siquiera cuando acceden a la educación terciaria, tanto pública como privada. Retomando planteos de Bourdieu y Vaz Ferreira y apelando a mi experiencia como docente en secundaria y la universidad, y al ser pareja de una maestra (ríe), propongo abordar estos problemas en la etapa de escolarización, mediante talleres de filosofía con niños y fortalecimiento de la lectoescritura, y en el ciclo básico mediante talleres de filosofía vertebrados por autores que han escrito pensando en adolescentes, como Fernando Savater, y talleres de argumentación. Estas dinámicas incluyen talleres de investigación y apertura a aportes extrainstitucionales para maestras y profesores, cuya currícula carece de formación específica en filosofía.

Proponés incorporarla.

—Claro, es impensable reformular la educación sin reformular la docencia. Y conste que estoy lejos de plantear a la filosofía como panacea universal; apenas intento comenzar a cubrir el déficit en formación humanística que, creo, arrastra nuestra educación.

Coherente con una elección instigada, hasta no hace mucho, por el propio gobierno.

—Por supuesto, el problema es que con los índices de fracaso mencionados antes, tenés a gurises que abandonan la educación media sin haber tenido contacto con los pensadores fundacionales de la cultura occidental, que los cursos de filosofía proveen. Y tampoco desarrollan habilidades argumentativas, indispensables para la ciudadanía consciente y la vida en democracia.

Estás rondando ese lugar común llamado educación en valores.

—Exacto, vivimos hablando de educación en valores pero definime cuáles son, quién los determina, cómo. Porque deberíamos incluir aquí a la maquinaria productora de “valores” de los medios, y su chapoteo en la degradación cultural de las familias. ¿Cómo hablarles de Platón a jóvenes consumidores de Tinelli? ¿Cómo infiltrar un pensamiento en las huestes de la diversión instantánea?

Definí, en pocas palabras, a la argumentación.

—Es una disciplina originada en la filosofía del derecho, a partir de la necesidad de defender posicionamientos jurídicos; esos abogados carismáticos que vemos en las películas. Trabaja sobre la justificación de enunciados, la fundamentación de afirmaciones, que será más o menos rica en función de tus recursos y tu acervo cultural.

¿En qué medida el poder de un argumento depende de su riqueza y no del talento para vender, como espesor, mera mampostería?

—Entramos, otra vez, en el campo de la ética, es decir, de la filosofía.

Pienso en la práctica política, el grado de oficio al que ha llevado su vocación de aparentar.

—Por algo solemos pensar a los políticos como sofistas, expertos en el terreno de las falacias no formales y el argumento “ad hominem”, es decir, ataco a la persona en lugar de centrarme en su discurso. Acusarte de algo grave como forma de invalidar todo lo que sostenés.

Alejandro Dolina vive denunciando esa costumbre.

—Claro, en el juego político es un clásico, digamos, apelar al “emotivismo” y a la opinión de supuestas autoridades en determinados temas, que cuando hurgás profundo lo que menos tienen es idoneidad en ellos.

¿Qué caracteriza, según la argumentación, a un argumento sólido?

—Estrecho vínculo con el tema propuesto –prohibido irse por las ramas– y peso constitutivo, es decir, fortaleza. El sentido común tiene un rol importante en esta ecuación y, más aun, la disposición a aceptar e incorporar el buen argumento del otro.

Ceder posiciones.

—Ser permeable, más bien, porque el objetivo no es vencer, demostrar que tenemos razón, sino llegar a un consenso en el que los dialogantes acordamos que un argumento es bueno. Esto está sujeto, como cualquier actividad humana, a grados y contextos, no es lo mismo debatir en la academia que en un club o en un liceo, pero en todos los casos la ética está involucrada. Ética que no suele abundar en el simulacro de debate que montan muchos debates parlamentarios.

¿El proyecto tiene perspectivas de aplicarse?

—Lo redacté a solicitud expresa de la presidenta del Consejo de Educación Secundaria, Celsa Puente, y con un equipo amigo lo presentamos en Secundaria y en la Agencia de Investigación e Innovación; si ésta lo aprueba nos otorgará recursos para dos años de trabajo, uno de investigación y profundización en todos los aspectos metodológicos y presupuestales del proyecto, y otro de aplicación.

¿Pasado ese lapso sería autosustentable?

—Es lo que espero. Porque nació del pedido de Celsa y de mi trayecto como docente de filosofía de la cultura en una diplomatura en gestión cultural.

1. Titulado “Educación y capital cultural”, el proyecto fue presentado a la Agencia Nacional de Investigación e Innovación por Romero, el licenciado en bellas artes Raúl Álvarez, la profesora de historia Silvia Sosa, la licenciada en ciencias de la comunicación y profesora de idioma español Alejandra Francia, y la maestra Ana Suárez; está disponible en pabloromero7blogspot.com.

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