En pocos días he visto al honorable Artur Mas jugando al baloncesto en silla de ruedas, inflando globitos y bailando la conga con sus alegres camaradas. En estos tiempos oscuros y cariacontecidos casi se agradecen tanta alegría y desparpajo. Las finanzas continúan su debacle imparable, las deudas aprietan y en el horizonte colisionan nubes de tormenta, pero Mas está contento y trasmite euforia a sus electores. El sueño de la independencia es una quimera para el rey, una pesadilla para el gobierno, un dilema para la oposición y una coloreada cortina de humo para los socios de Convergencia y Unión. Declaremos la independencia y todo lo demás se nos dará por añadidura, aunque la independencia signifique depender de Bruselas y Berlín. El 74 por ciento de los catalanes está de acuerdo, la nave...
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