La trama de esta pequeña, modesta y recordable película* combina un par de ideas dignas de ser consideradas. Por un lado, deja saber con claridad que no siempre cada niño que nace en cualquier parte del mundo va a estar rodeado de madre, padre y hermanos dispuestos a protegerlo cada vez que sea necesario. No es el caso de la niña prodigio de 7 años (McKenna Grace) que motiva la presente historia, quien, al fallecer la madre –el padre se había prácticamente esfumado–, quedó a cargo de su tío (Chris Evans), un joven artesano que aceptó dicha responsabilidad, muy bien apoyado por ¡una vecina! (Octavia Spencer), la madura señora que regentea el grupo de viviendas donde se aloja el susodicho. Uno y otra se entienden con la chiquita como corresponde, estando los dos siempre listos a hacer todo lo posible para que ella tenga una vida normal, probando así que muchas veces un par de “perfectos extraños” pueden asumir la tarea de criar a un niño cumpliendo con todos los requisitos de la mejor manera. Y por aquí viene el otro gran punto de interés de este asunto de orden “familiar” : parece recomendable hacer todo lo posible para que los niños prodigios, habida cuenta de una conveniente y periódica –pero no absorbente– asistencia a instituciones especializadas que valoren y desarrollen sus aptitudes, disfruten de una existencia normal en la cual conste asimismo la concurrencia a una escuela común donde los superdotados puedan alternar, aprender y jugar con chicos de su misma edad. Para unos y otros –para todos y cada uno–, lo afirma este relato con la espontaneidad del caso, resulta tan apropiado como edificante comprobar que cada ser humano es diferente por motivos que, en ciertos casos, dan la impresión –aunque no debieran– de pesar más que otros.
Vale entonces la pena seguir las alternativas de esta trama acerca de una niña prodigio que crece en medio de una familia postiza, que hace lo imposible para que ella viva como los demás chicos de su edad, puntos que el guión de Tom Flynn toca por medio de una narración desprovista de énfasis que, a su vez, el director Marc Webb sabe desgranar. Sabe también observar con mirada comprensiva a varios personajes implicados, entre ellos una bienintencionada –cabe aquí recordar el viejo dicho que sostenía “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”– abuela (Lindsay Duncan), dispuesta, ella también, a hacer lo posible para lograr el bienestar de su nieta. A favor de la ecuación que maneja
Webb debe constar la magnífica naturalidad, contradicciones incluidas, de Chris Evans en el papel de ese tío que se las trae, y la inmensa humanidad de Octavia Spencer como la vecina siempre lista a hacer todo lo que puede en beneficio de la chiquita que Mckenna Grace consigue hacer rendir sin aspavientos, en medio de un elenco donde hasta la abuela que encarna la Duncan merece ser escuchada y entendida. Todos, en definitiva, se encuentran al servicio de un relato que, como otras cosas en la vida, cobra las características de una historia de amor que Webb y los suyos deciden narrar de manera asordinada para que lo que se proponen hacer llegue a buen puerto. Lo consiguen.
Gifted. Estados Unidos, 2017.