—Me gustaría hablar brevemente con usted de Galeano en vida, de cómo era como amigo, de cómo se conocieron…
—La primera vez que nos vimos fue en unos grandes almacenes de Barcelona. Yo estaba rebuscando algo, creo que era la sección de música por el fondo y ahí se me apareció Eduardo, que hacía ya un tiempo que estaba en Calella, en la costa donde pasó un exilio muy largo. Y él había bajado a Barcelona y ahí coincidimos, y fue la primera vez que nos vimos y charlamos. Ahí empezó nuestra relación que se fue consolidando en cada viaje mío a Montevideo y de él a España. Coincidíamos además muchas veces por el mundo. Eduardo era una persona muy viajadora, muy curiosa, le gustaba mucho andar, y vivía recuperando los afectos que tenía esparcidos por el mundo. En esos caminares nos encontramos muchísimas veces. No recuerdo un viaje mío a Montevideo en el que no hayamos compartido vino y mantel, historias y risas. En fin, teníamos esa confianza maravillosa que uno tiene con los amigos que ama y con los que comparte la vida. Como amigo ha sido una pérdida extraordinaria, para la cultura uruguaya es una pérdida enorme. Pero yo le agradezco a la vida el privilegio de haber podido estar cerca de él y de haber contado con su cariño.
—Si tuviera que elegir un rasgo de Galeano que lo definiera humanamente, ¿cuál sería?
—Difícil. Yo no me atrevo con uno. Eduardo era un ser lo suficientemente complejo y abierto como para ser definido por un solo rasgo. Diría sí que era un hombre que unía el talento con la sensibilidad. Era un gran conversador… mejor dicho era un gran relator. Cuando él agarraba la mano de la conversación no había quien coño se la quitara. Relataba y relataba con detalle, describía con la palabra pero teniendo en cuenta las pausas y los silencios. Y era sumamente divertido contando historias, incluso este último viaje, en el cual estuve un par de veces en la casa cenando con él, todavía conversaba mucho y era un placer oírle relatar historias, aunque fueran historias que uno ya conocía. Las repasaba con todo lujo de detalle.
—Ustedes dos se hicieron amigos porque tenían afinidad en varios temas, la política, la cultura de la izquierda, el interés por la suerte de Latinoamérica, el fútbol…
—Se podía ser amigo de él sin necesariamente compartir en detalle cada cosa, pero era muy difícil ser amigo suyo si no comprendías el fútbol y si no compartías el interés por América Latina. Ya no tanto el pensamiento, porque una de las cosas que también tenía Eduardo como muy clara en su funcionamiento era la libertad de conciencia. A pesar de que apoyara con claridad una idea, podía disentir con los modos de aplicarla y lo expresaba fuerte y sin recato. Lo que nunca se sintió Eduardo fue en el deber de la obediencia, no practicó esta obediencia debida que lamentablemente es tan frecuente de ver y tan indefendible.
—Usted dijo en Montevideo el día del velatorio que Galeano era la reserva moral de la izquierda, ¿por qué?
—No lo dije yo. Dije que lo había leído aquel día. Me parece que fue Tato Pavlosky en Página 12. Lo tomé porque me pareció una expresión muy ajustada. Si hay una reserva moral de la izquierda –que sin duda la hay–, Galeano formaba parte de ella. Es un punto referencial. Su forma de vivir la cotidianidad y la militancia era ideológicamente referencial.
—¿Y era incómodo para cierta parte de la izquierda?
— Yo creo que los desobedientes, los que tienen un sentimiento, los que hablan desde su conciencia y desde su libertad siempre en algún momento suelen ser incómodos. Su fuerza y el respeto que provocan también hace que su voz pueda ser oída.
—Desde el punto de vista artístico, ¿cuál era el mayor talento que tenía Galeano? Porque ha sido muy reconocido y muy popular, pero también muy discutido o ignorado por la academia y la crítica.
—Pero lo mismo le ocurrió a Benedetti. Creo que el mayor problema ha sido vender libros. Como vendían libros, eso le jodía a más de uno. Son escritores profundamente populares. Pero hay una razón para ser populares que no es la simplicidad, sino el ser capaces de tener facilidad comunicativa, como no tienen otros escritores, que también son imprescindibles. No soy dogmático en ese sentido, pero lo que consigue Galeano en todos sus libros es contar cosas que la gente entiende, y lo hace con un lenguaje brillante y muy ocurrente. Que tenga detractores, pues sí, no hay dudas, pero una de las razones es que vendía muchos libros.