“Volver” es un clásico para el tango, una consigna para el peronismo y un destino para la democracia argentina.
“Volver”, el tango que escribió Alfredo Le Pera e inmortalizó Carlos Gardel, nos advirtió en sus bellas estrofas qué encierra ese estigma: el encuentro con el pasado siempre mezcla miedo e ilusión. “Vivir/ con el alma aferrada/ a un dulce recuerdo/ que lloro otra vez.”
No hace falta explicar demasiado el miedo que produce la actualidad argentina. Es un perfume político que lo impregna todo, pero que sintetiza mejor que nadie ni nada la deuda a ¡100! años que acaba de suscribir el gobierno de Mauricio Macri. Ese aroma a condena hipotecaria que para muchas –demasiadas– personas representa la actual gestión, sazonó el acto de regreso a la arena electoral de Cristina Fernández de Kirchner, quien se encargó de exponerlo en el escenario con la cara y las palabras de hombres y mujeres abatidos, descorazonados y aterrados no sólo por lo que sufren hoy –desempleo, inflación, salud y educación en jaque–, sino por lo que todo esto anticipa sobre “la que se viene” después de las elecciones de octubre.
Así, de la mano de los de abajo, subió al ring a pelear su lugar en este juego del que es protagonista estelar y principal responsable.
Así, Mauricio Macri se convirtió en su necesaria contraparte y su razón principal para seguir presentándose como la mejor de lo peor. Es su rival y es su heredero político.
El devenir del llamado “progresismo” que ha gobernado varios países de América Latina en la última década ha sido este presente neoliberal duro y puro, orgulloso de su irrespeto a la ley, los derechos humanos, el Estado de bienestar y la educación laica, por citar sólo algunos de los paradigmas centrales del llamado “progresismo”. Están convencidos de que no nos deben siquiera el recato del pudor al atropellar derechos, justificados por el pornográfico comportamiento corrupto de sus antecesores, “los progres”.
Así y cada día, al festival de imágenes de bolsos con millones de dólares revoleados ante las cámaras en directo y en sinfín, le sigue la catarata de noticias de la quita arbitraria de pensiones por invalidez, el tarifazo del mes y, como broche estelar, la impunidad genocida del 2 x 1. Fue la sociedad argentina en la calle y con los pies la que hizo retroceder cada una de estas medidas hasta anularlas o congelarlas. Octubre, entonces, no sólo será la fecha de una elección que renueva media Cámara de Diputados y media de Senadores, sino también la frontera que cada voto trazará sobre esta batalla de fondo entre la sociedad y un Estado descontrolado por las corporaciones.
Ese octubre, según se preanuncia con el acto de Cristina, tendrá además el estigma del “volver” tanguero. Una vez más, los mismos de ayer se enfrentarán por el mañana. Dice mucho –demasiado– esta contienda sobre lo que representa políticamente el llamado “progresismo” latinoamericano, incapaz de pelear hasta el final las batallas que determinan las perspectivas sociales de un país. Mezquino para formar sus propios herederos, terminó legando a los enemigos el poder. Es su forma de entender la gloria: comparar lo que hay con lo que fue. Nada menos progresista en cualquiera de los sentidos que se le quiera dar a este término.
Cristina, la del poncho con los colores de la bandera argentina, la que habló en la cancha de Arsenal abrazada por una multitud que la extraña y la necesita, no es la otra cara de Macri. Sería simplificar –demasiado– una realidad compleja, que tiene muchas –demasiadas– capas de dolor, de miseria, de postergaciones, de esperanzas vendidas a precio vil, y de sentidos políticos valiosísimos construidos con eso y a pesar de todo eso. Es lo que hizo la gente desde el retorno de la democracia: movilizarse y organizarse para trazar el piso sobre el cual transitar hacia algo que en estas elecciones parece una utopía, pero así y de ahí nació el Nunca Más, el Ni Una Menos y así también nacerá lo que falta. Ese futuro al que canta Gardel en la estrofa más noble de “Volver”:
“Y aunque el olvido/ que todo destruye/ haya matado mi vieja ilusión,/ guardo escondida/ una esperanza humilde/ que es toda la fortuna/ de mi corazón.”