En su breve pero sólida filmografía como director, Ben Affleck ha logrado dar con un tono y un espacio propios. Su cine nunca escapa al homenaje, pero consigue, en sus mejores momentos, trascender sus influencias. Sin Heat (1995), de Michael Mann, y Point Break (1991), de Kathryn Bigelow, nunca hubiese existido The Town (2010), segundo largometraje de Affleck, policial clásico de altísima tensión narrativa, ladrones de bancos y balaceras en plena avenida. Algo parecido podría aplicarse incluso para la oscarizada Vivir al límite (2009), también de Bigelow, cuyo nervio bélico replicaría Affleck en su también premiada Argo (2012). Podríamos ir más allá en el tiempo y remontarnos a Gone Baby Gone (2007), su debut como director, para identificar cierta reescritura de lo que poco antes había hecho Clint Eastwood en Río Místico (2003). Estas últimas dos comparten el hecho de ser adaptaciones de novelas escritas por Dennis Lehane. El detalle no es menor: a excepción de Argo, todas las películas de Affleck transcurren en Boston, reducto por excelencia de la obra de Lehane.
En su nueva película,1 que también protagoniza, Affleck vuelve a Boston y a Lehane, a los robos y a los disparos, pero para ubicarse en los años veinte, en plena “ley seca”. La historia sigue los pasos de Joe Coughlin, un veterano de la Primera Guerra Mundial que se gana la vida robando a otros ladrones por medio de infiltrados. En el camino se enamora de la novia de uno de éstos (Sienna Miller), y se mete en serios problemas. Coughlin decide entonces trabajar para el capo de la mafia italiana como su representante en Florida, encargándose de montar un negocio en torno al ron y al juego. Si en anteriores trabajos Affleck rendía homenaje al ya mencionado cine de ladrones de bancos, en Vivir de noche hace lo propio con el cine de gángsters. El eje de la historia ya no son los robos puntuales sino la trayectoria delictiva completa de un hombre: ascenso, auge, caída y renacimiento. Esto supone un cambio narrativo importante: Affleck apuesta por expandir su cine hacia otros márgenes, apartándose del thriller de fórmula y moviéndose hacia un terreno dramáticamente más ambicioso y a la vez irregular. La mayor virtud de sus trabajos anteriores era que se enfocaban en un hecho muy concreto –la desaparición de una niña, el robo a un banco, el rescate de los funcionarios de una embajada– para desplegar desde ahí su arco dramático y sus personajes, pero siempre girando en torno al hecho inicial. En Vivir de noche, en cambio, opera el mecanismo inverso, y la narración se vuelve derivativa, con varios núcleos. El tratamiento cinematográfico continúa siendo impecable y clásico, aunque ahora un tanto tedioso de a ratos merced a una historia de tensión irregular. El esqueleto dramático de esta nueva película, de hecho, es muy similar al empleado en The Town: historia romántica envuelta en el fuego de una trama criminal, siempre desde la perspectiva humanizada; un delincuente con cierta conciencia, donde el crimen acaba por carcomer la apacible vida privada. Pero si en aquella película Affleck trascendía su referencia (el cine de Mann), en ésta se queda en el homenaje (al Scorsese de Casino, al De Palma de Scarface), en el simple y correcto ejercicio del género, algo que, incluso así, no es poco en el cine mainstream actual.