En agosto, la fachada del Solís vestía un cartel que llamaba la atención desde lejos por lo destacado de su arte. Se trataba del anuncio de las funciones de la pieza Absceso, con dirección de Ximena Echevarría y Santiago Lans. El diseño visual y gráfico a cargo de Irene Montero no solo despertaba atracción por lo visual, sino porque suponía la celebración de los diez años de la compañía y escuela Implosivo Artes Escénicas, dirigida por Echevarría y Germán Weinberg.
Debido a esa conmemoración, el elenco de este montaje se compone de actores que han pasado por la formación en esta escuela, que hoy tiene su nueva sede en la Ciudad Vieja. Además, para que el festejo se hiciera a lo grande, decidieron poner en escena dos textos de la dramaturga chilena Carla Zúñiga, ya bien conocida por sus trabajos presentados en Montevideo: recordemos las puestas Historias de amputación a la hora del té en El Galpón, el díptico que la propia autora dirigió este año para la Comedia Nacional,1 el montaje de La trágica agonía de un pájaro azul, dirigida por Domingo Milesi también con el elenco oficial y, más recientemente, la puesta de Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual, dirigida por María Mendive en Espacio Palermo. Los textos de Zúñiga, que abordan la temática de género y transitan problemáticas sociales duras como el abuso, el racismo o el suicidio desde un humor negro y un estilo grotesco y deslumbrante, atrapan por su frontalidad.
Tal vez por eso la compañía Implosivo se embarcó en este desafío, que le venía como anillo al dedo a este grupo que forma actores cruzando el lenguaje actoral con la formación física y que intenta colocar todas las patas de la creación en un plano horizontal. El título resume, en una palabra algo asquerosa, los conceptos que buscan transmitir dos textos de la chilena: Prefiero que me coman los perros y La infancia es la casa que habitaremos para siempre. El programa de mano define el significado de la palabra absceso enfocando la atención en el concepto de separar o escapar; tal vez este sentido es el que logra ser una guía que atraviesa a los personajes en los dos textos que, representados uno detrás del otro, componen este espectáculo como una unidad.
Vuelven a aparecer aquí los intereses de Zúñiga en torno a la familia como núcleo fundante y determinante del presente de personajes tanto femeninos como masculinos, con especial atención a la realidad de las mujeres como prisioneras de los efectos del patriarcado. Y es ese intento de escapar de los lastres y el fracaso al que se llega al no poder distanciarse de ellos lo que evidencia esta puesta. Los directores Echevarría y Lans imaginaron una escenografía que simula una casa de dos pisos (con realización de Matías Dopasso) y que, en su movilidad y ductilidad, se vuelve otro protagonista de esta historia. Dentro de ese espacio realizan juegos de luces y teatro de sombras, y despliegan los ejercicios físicos que delinean a estos personajes del grotesco, clowns tristes que habitan esta comedia negra. La cualidad de movimiento del escenario permite construir con acierto los cuadros de ambas piezas y generar un hilo conductor entre ambas, en esa casa que se habita en sus diferentes niveles y que tiene la capacidad de unir o quebrar las diferentes relaciones que se dan entre los integrantes de la familia. La casa, sin paredes, permite espiar lo que sucede en lo íntimo y enfatiza el rol del espectador como voyeur. También permite delinear con creces la narración, lo que posibilita que se sucedan los diferentes saltos temporales necesarios para comprender cuánto de la infancia define el presente de los personajes.
El código actoral exacerba el grotesco del texto, con recursos que juegan con el bagaje de las telenovelas latinas que consumía esta generación de mujeres en su niñez, así como con los cuentos de hadas (especialmente los relatos de los hermanos Grimm) y las historias fantásticas transmitidas por Disney. Tal vez los recursos escénicos, en su diversidad desde el punto de vista visual (hay un cuidadoso trabajo de luces, de vestuario, de maquillaje y de despliegue físico), abruman un poco en su reiteración sostenida y distraen a los espectadores del contenido textual, pero el abanico de diversos lenguajes que se muestra evidencia muy claramente la intensa exploración que llevan a cabo tanto la compañía como la escuela, que en su trayectoria de ya diez años se ha convertido en un referente más de la formación actoral en la escena local. Para quienes se interesen por una propuesta de teatro contemporáneo con temática hondamente reflexiva y para quienes gusten de seguir la dramaturgia de la autora chilena más representada de la actualidad, la invitación queda hecha.
1. Un montón de brujas volando por el cielo y La violación de una actriz de teatro.