Los muros en las calles montevideanas deparan una gran cantidad de impresiones estéticas al transeúnte distraído. De pronto nos vemos asediados por una multitud de impresiones en pugna por nuestra atención en el efímero instante del pasaje. Carteles, grafitis, publicidades, mensajes, esténciles, roturas y marcas sin origen determinado ilustran las paredes de la ciudad como si de un libro se tratase y nos exhortan a interpretar los signos de sus páginas caóticas, tercermundistas, multidisciplinarias. Y a cualquiera que mire bien no se le habrá pasado por alto una serie de pósteres o afiches –un humor irónico inconfundible– sobre el mundo del trabajo que producen una suerte de identificación inmediata. La simplicidad del dibujo, además, tiende a imprimir una risa acompañada del pensamiento: ...
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