«Y si nos pinchan, ¿no sangramos?» - Semanario Brecha
El mercader de Venecia y el «antisemitismo»

«Y si nos pinchan, ¿no sangramos?»

Detalle de The Merchant of Venice, de Elizabeth Shippen Green Elliott para Tales from Shakespeare, de Charles y Mary Lamb.

La parodia de Caballeros sobre la obra de Shakespeare en este carnaval, ambas calificadas como «judeófobas» por parte de algunas instituciones judías, justifica un repaso por las distintas lecturas que el clásico de Shakespeare ha cosechado a lo largo del tiempo. En la última década del siglo XVI, una de las obras de teatro preferidas por el público londinense era El judío de Malta, de Christopher Marlowe. Barrabás, el protagonista, es un villano maquiavélico, el estereotipo negativo del judío de la modernidad temprana tanto en su apariencia física como en sus actitudes. La obra es una sátira demoledora cuya visión cínica y antirreligiosa va a incluir no solamente al judío del título, sino también a los musulmanes y los cristianos de la cosmopolita Malta. La obra de Marlowe es el antecedente más próximo de El mercader de Venecia de Shakespeare, de 1598, cuyo título parece apuntar a una suerte de paralelismo –o quizás sea una respuesta– respecto de la de Marlowe: la ciudad es Venecia, que, como Malta, es un centro de comercio y negocios, y, aunque el foco titular anuncia a un mercader, el personaje más recordado es, como Barrabás, también un judío, el gran Shylock. De hecho, y sin embargo, el título nos obliga a recordar que, aunque Shylock de alguna manera la trascienda, la obra tiene a ambos como protagonistas, al judío y al mercader cristiano.

La obra de Shakespeare gira en torno a dinero, riesgos, recibos, comprobantes, préstamos y usura, asociados al proceso de la circulación de la moneda y el incipiente capitalismo. Es el mundo de los mercaderes y de los prestamistas, del mercader Antonio y del prestamista Shylock, un mundo repleto tanto de certezas como de incertidumbres. La acción transcurre en una Venecia mayormente oscura, nocturna, y, en paralelo, en Belmont, que, por el contrario, es luminosa, y las transacciones comerciales tienen que ver con el matrimonio de Porcia, una bella heredera con numerosos pretendientes, quienes para casarse con ella deben antes resolver un acertijo, tal como ordenó su padre antes de morir. Basanio, el amigo íntimo de Antonio, quiere casarse con ella, pero no tiene dinero como para ir de modo apropiado a hacerle la corte a una dama rica, por lo que le pide ayuda a Antonio. Este no tiene efectivo en el momento, ya que sus naves no han llegado a puerto aún, por lo que acuden a Shylock. Él acepta prestar el dinero con la condición de que, si la suma no es devuelta en la fecha indicada, Antonio tendrá que pagarla con una libra de su propia carne, de la parte del cuerpo que Shylock disponga.

Ahora bien, la gran pregunta que surge, y que determina las decisiones directoriales, es si la obra de Shakespeare es antisemita o si, en cambio, confronta al antisemitismo. En los siglos XVII y XVIII, Shylock por lo general se presentaba como el judío estereotípico, con peluca roja y nariz grande, malvado; Antonio era el cristiano bueno y Porcia, la joven abogada que, interpretando la ley veneciana al pie de la letra, lo salva. O sea, una comedia burlonamente antisemita. Sin embargo, a comienzos del siglo XIX, Keane, un gran actor shakesperiano, presenta a Shylock como un hombre digno de compasión, y se destaca el siguiente parlamento: «¿Un judío no tiene ojos, no tiene manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? […] ¿No tiene calor y frío en verano e invierno como los cristianos? Si nos pinchan, ¿no sangramos? […] Y si nos ofenden, ¿no nos vengaremos?».

JUDÍOS Y CRISTIANOS

Hazlitt, crítico literario, ensayista y filósofo, presenció dicha representación y reflexionó: «Nos sentimos más cerca de Shylock que de sus enemigos. Él, desde sus vicios, es sincero; ellos, desde sus virtudes, hipócritas».

La representación compasiva, hasta trágica, de Shylock y de la obra en general fue revertida cuando en la Alemania hitleriana se utilizó como vehículo de una propaganda antijudía muy exitosa, con un Shylock monstruoso, un exceso grotesco que superó ampliamente al de las representaciones comédicas de las primeras épocas.

En nuestra época, pos-Holocausto, las lecturas de El mercader de Venecia van, mayormente, por su antisemitismo. Si entendemos a Shylock como otro, como outsider, cuyo exceso (reclamar implacablemente la libra de carne) es consecuencia directa del trato que recibe de parte de los cristianos, que lo escupen y lo patean al tiempo que requieren su dinero, y cuyo deseo de vengarse tiene que ver además con el hecho de que un cristiano le «roba» a su hija, quien a su vez le roba el dinero, y que su sirviente también decide pasarse al otro bando, vemos a un hombre furioso y dolido, despojado y traicionado, aferrado a lo único que le queda, la venganza: «Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de este? La venganza. […] La villanía que me enseñáis la pondré en práctica y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado».

Dentro del «otro bando» descubrimos contradicciones y ambigüedades: ¿Basanio está realmente enamorado o es un cazafortunas? ¿Antonio está enamorado de Basanio? ¿Y qué decimos de Porcia? Para Harold Bloom –quien tilda la obra como indudablemente antisemita–, es una «deliciosa hipócrita» racista (no le gustan los hombres de piel oscura; el príncipe de Marruecos «tiene la complexión de un demonio», dice). Vestida de abogado, defiende a Antonio por medio de un minucioso análisis del contrato que este incumple e invoca misericordia, clemencia o compasión (según las traducciones de mercy en inglés). No se contenta con salvar a Antonio y restituirle sus bienes, al impedir el cumplimiento de la cláusula de la libra de carne, sino que necesita además arruinar económicamente a Shylock y despojarlo no solo de sus bienes, sino también de su identidad. Destruye a Shylock en un acto de venganza gratuito; a esto Antonio agrega la humillación final: peor que escupirle, ahora ordena que se convierta al cristianismo. Destruido, Shylock desaparece de la obra.

«Concluido el juicio, todos se retiran a Belmont para celebrar tres bodas: Porcia con Basanio; su doncella Nerisa con el amigo de Basanio, Graciano, y Jessica, la hija de Shylock, con el cristiano Lorenzo.»

¿Un final feliz, digno de las clásicas comedias shakesperianas? Hay directores que omiten el acto final y optan por un cierre trágico. Sin embargo, entiendo que no podemos desatender la tremenda ironía del final de Shakespeare, y que hoy nos interpela poderosamente, en tanto individuos y como sociedad. 

* Lindsey Cordery es profesora de Literatura Inglesa (Facultad de Humanidades, Universidad de la República) y diplomada en Literatura Inglesa por Cambridge, entre otros títulos.

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