Las ambiciones hegemónicas de la extrema derecha francesa no pasaron el muro de la voluntad popular. La segunda vuelta de las elecciones regionales celebradas el domingo no confirmaron el resultado espectacular que el partido de ultraderecha Frente Nacional había obtenido en la primera, donde, con poco más del 27 por ciento de los votos y a la cabeza en seis regiones, se izó como el primer partido de Francia delante de Los Republicanos del ex presidente Nicolas Sarkozy y de la actual mayoría socialista. El domingo 6 de diciembre el FN se quedó con la opción de ganar tres regiones. La apuesta de su líder, Marine Le Pen, no prosperó. La movilización del electorado –más del 60 por ciento de participación– y la eficacia del llamado Frente Republicano desbarataron los sueños del partido extremista. Sin embargo, la derrota es a medias. El Frente Nacional marcó ayer otro hito histórico superando el 30 por ciento de los votos, el más abultado jamás conseguido hasta ahora. La derecha y el centro se ubicaron en primer lugar con el 40,6 por ciento, y los socialistas en el tercero, con 27,78.
Si bien la ultraderecha perdió en dos importantes regiones que estaban a su alcance, Nord-Pas-de-Calais-Picardie y Provence Alpes Côtes d’Azur, certificó su protagonismo central al tiempo que se introdujo como fuerza política dominante en el medio de los dos ejes de gobierno, el socialismo y los conservadores. El bipartidismo es hoy un dato del pasado. La derecha de Los Republicanos, beneficiada por el retiro de las listas socialistas allí donde la extrema derecha tenía posibilidades de ganar, se ubica también como una fuerza de gran alcance frente a un socialismo que sale mucho menos moribundo de lo que parecía. Para el PS la poción tiene un doble gusto: dulce y amargo. Dulce porque, a pesar de los pronósticos y de haber perdido la región de París, no se fue al abismo. Amarga porque en regiones que controló durante años, Nord-Pas-de-Calais por ejemplo, no habrá ningún socialista en las asambleas regionales. En total, la derecha ganó siete regiones y los socialistas cinco.
La movilización ciudadana habrá servido únicamente para que el FN no controle dos o tres regiones, no para detener su implacable y constante avance. Existe, de hecho, una clara mayoría opuesta a lo que se consideran los partidos de la casta que vota por la extrema derecha. Además de su antiinmigración, el antiislamismo y su frontal crítica de la construcción europea, el Frente Nacional ha ido constituyendo en torno a él lo que el analista y presidente de la empresa de encuestas de opinión Viavoice, François Miquet-Marty, llama “una contrasociedad”. El votante de la ultraderecha se sitúa fuera de la casta en una suerte de clase baja que mira con horror a los de arriba. Esa “contrasociedad” es, según Miquet-Marty, “una sociedad completa que entra en secesión en el seno del mismo país y se define con su propia sociología, con su propia economía, con su propio pensamiento y visión del mundo”. El analista explica que es esa “sociedad de abajo” la que entró en disidencia con la próspera “sociedad de arriba”. Esta visión explica más claramente el crecimiento permanente de la extrema derecha francesa, que comúnmente es atribuido al aumento del racismo.
La respuesta republicana evitó un oprobio mayor y le dio al PS un poco de oxígeno. Sin embargo, tal y como lo observaban varios analistas, si los socialistas perdieron menos de lo esperado no fue porque sus ideas despertaran algún entusiasmo, sino porque sus electores se movilizaron para impedir que el Frente Nacional se quedara con las regiones. Victoria a medias, fracaso a medias. Sin el espectro de ese mal, el PS, por sí solo, habría quedado aplastado. El primer ministro, Manuel Valls, apostó a usar a la derecha como espantapájaros y ganó parte de la apuesta. Victoria triste, si se quiere, porque carece de entusiasmo o de adhesión a un partido desdibujado, decepcionante e incapaz de representar una idea de país o de futuro.
Las grandes ideas también parecen pertenecer al museo de la democracia. Valls declaró que no se podía hacer gala “de ningún alivio, de ningún triunfalismo, de ningún mensaje de victoria. El peligro de la extrema derecha no ha sido apartado”. Y no se equivoca. Lo que resulta obvio es también que será el Frente Nacional el que definirá las posiciones de los partidos en las presidenciales de 2017. Los Republicanos, sobre todo su líder, el ex presidente Nicolas Sarkozy, están convencidos de que la victoria se juega arando la tierra de la extrema derecha. El FN es así un exitoso elemento contaminante de todo el sistema democrático, al que denuncia sin descanso. Al justificar su derrota, Marine Le Pen habló de “un sistema agónico” que salvó su cabeza con una “campaña de calumnias decidida en los palacios dorados de la república”.
La líder del FN recalcó que el “abismo” entre la izquierda y la derecha había dejado de existir para ser remplazado por otro, el que separa “a los mundialistas de los patriotas”. El tributo pagado para evitar que la ultraderecha controlara las regiones ha sido alto. Por primera vez en la historia el propio jefe del Ejecutivo socialista salió a pedir que los electores votaran por los candidatos de la derecha como forma de frenar la avalancha de los frentistas. Nada puede ser más triste que la frase pronunciada por el actual primer secretario del PS, Jean-Christophe Cambadélis, cuando evocó las regiones ganadas anoche por el PS: “Esto es un éxito sin alegrías”, dijo.
(Tomado de Página 12, por convenio.)