Entre los incunables de mi frecuentemente saqueada biblioteca hay un viejo volumen que siempre estuvo ahí, que no se sabe cómo llegó, y que por eso mismo resiste con probada firmeza las continuas depuraciones a las que las necesidades someten a sus vecinos. Es un compendio de algunos ejemplares de la revista Rojo y Blanco, dirigida por Samuel Blixen –no el de Brecha sino su ilustre antecesor–, el semestre comprendido entre julio y diciembre de 1901. En sus sorprendentemente bien conservadas páginas se puede leer en tiempo presente, por ejemplo, el fallecimiento de Juan Manuel Blanes y las honras fúnebres que se le dispensaron, enterarse de muchos eventos sociales donde no faltan jamás las gestas deportivas, los elegantísimos bailes y los picnics multitudinarios, leer la flamante crítica del brasileño José Veríssimo sobre Campo y Gurí, de Javier de Viana, y solazarse con la sencilla publicidad –páginas y letras, muy raramente algún dibujo de productos como “Las cápsulas antibacilares Gayoso”, la “Rizolina argentina” o el “Depilatorio inglés de M Miquel”, que incluye todo un texto instigador: “Una señora o señorita con vello, bigotes o barba en la cara, parece horriblemente fea, aunque sea muy hermosa. El Depilatorio Inglés destruye tan inoportunos huéspedes, para no volver jamás” (mayúsculas, negritas y guiones del original).
Hay también un “número extraordinario” (16 de julio de 1901) dedicado a la firma del contrato para las obras del puerto durante la presidencia de Juan L Cuestas, que, a diferencia de lo que sucede hoy, se las arreglaba apenas con cinco ministros: de Fomento, de Gobierno, de Relaciones Exteriores, de la Guerra y de Hacienda.
Pero lo más sorprendente, que no provoca sonrisas ni gracia alguna, nada tiene que ver con grandes eventos y grandes nombres, sino con noticias de crímenes, algunos lo bastante truculentos como para convencer a nuestros aterrados conciudadanos de lo erróneo de creer que todo tiempo pasado fue mejor. En lo que se podrá tener razón sobre ese “pasado mejor”, tal vez, es en el tratamiento de esos hechos. En el caso de la revista, escueto, informativo en lo esencial, a veces con alguna mínima inflexión narrativa.
El más impactante se refiere al asesinato de un niño de 5 años (Antonio Arismendi) perpetrado por otros dos de 9 (Fermín Ojeda) y 12 años (Salvador Petrillo). Al parecer el pequeño Antonio a menudo tiraba piedras a la casa de Fermín. Entonces éste lo llevó de paseo hasta una laguna, le dio una pedrada en la cara que lo atontó, y con ayuda de Salvador lo tiraron a la laguna. “La historia esta, tan terrible en su sencillez, ha sido así, con toda naturalidad, referida al juez de instrucción por el asesino y su cómplice, al ser descubierto el hecho, dos días después de producido. Ahí los tienen ustedes con sus ataditos de viaje, prontos a emprender, a su edad, la lóbrega peregrinación carcelaria.” Así concluye la crónica sobre el crimen cometido en las inmediaciones de La Paz y Villa Colón, en los “alrededores de la fábrica de aguardiente de Corradi”. La nota incluye una foto donde se ve a dos niños, uno con pantalones hasta la rodilla y el otro con una especie de mameluco, mirando la cámara y efectivamente munidos de sus ataditos de viaje. “Peregrinación carcelaria”; ¿adónde? La nota no lo informa.
Adelantados en la lista habitada por Mary Bell, los niños asesinos de Liverpool, los compatriotas que en 2013 asesinaron al niño Jonathan en Cerro Pelado, entre tantos otros, Fermín y Salvador anteceden incluso a los adolescentes Leopold y Loeb, que matando a un niño creyeron cometer el crimen perfecto en el Chicago de 1924 (que diera lugar al libro Compulsión, escrito por Meyer Levin en 1956 y llevado al cine por Richard Fleischer en 1959, con el protagonismo de Orson Welles). La más terrible, incomprensible, de las listas.