El oficial de inteligencia había viajado precipitadamente a Paysandú y se había instalado en la primera semana de julio de 1973 en el cuartel del Batallón de Infantería 8 para incorporar los abruptos cambios producidos por el segundo y definitivo acto del golpe de Estado. La disolución de las cámaras en la madrugada del 27 de junio incorporaba un nuevo actor en la lista de los enemigos de la seguridad nacional: los blancos de Por la Patria y algunos herreristas, que hasta el episodio del desafuero del frenteamplista Enrique Erro procesaban lentamente los alcances del primer acto de febrero.
Las «informaciones confidenciales» obtenidas en unas redadas contra legisladores del Partido Nacional indicaban que dos militantes de la lista 36 de Tacuarembó planeaban viajar a Buenos Aires, con una escala en Paysandú, para entregarle al hasta hace unos días presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Gutiérrez Ruiz, el producto de una colecta destinada –aseguraban los informantes– a la compra de armas.
Para cuando el oficial del Servicio de Información de Defensa (SID) pudo detener e interrogar a los dos tacuaremboenses, ya era tarde: el senador Wilson Ferreira Aldunate, que había inaugurado su exilio el 30 de junio, se le había escapado por unas horas.
Lo de Paysandú fue suerte. En cambio, el escape del Palacio Legislativo, en las primeras horas del miércoles 27 de junio, fue un operativo planificado. Los generales y los coroneles que irrumpieron (para la foto) en el Salón de los Pasos Perdidos cuando ya se había divulgado el decreto de disolución del Parlamento se aseguraron de que no se produjera ningún encuentro indeseado con algún legislador. Pero el «camello» de los Fusileros Navales que esperaba en el estacionamiento correspondiente al Senado, frente a la desembocadura de Hocquart, tenía por cometido detener a Ferreira. Los fusileros no se percataron de un pase de mosqueta. Wilson y su hijo Juan Raúl aparecieron por la puerta lateral rodeados de jóvenes, que los acompañaron hasta el Ford Escort blanco del legislador. Wilson se había escabullido y había subido a otro auto, que lo condujo hasta el puerto del Buceo, donde lo esperaba su esposa, Susana, en una embarcación de un amigo. El cierre de los puertos desbarató el proyecto de navegar esa madrugada hasta Buenos Aires.
El matrimonio permaneció en la embarcación hasta el atardecer del jueves 28, mientras la inteligencia militar incautaba dos mimeógrafos en los que se habían impreso volantes de la Resistencia Blanca al golpe. Uno de los volantes decía: «Blancos de la ciudad y el campo. Al igual que Oribe, Saravia y Herrera, a las armas para defender la patria». Entre el 1 y el 2 de julio fueron detenidos los diputados Luis Alberto Lacalle, Óscar López Balestra y Miguel Ángel Galán, además de varios militantes. Lacalle confirmó que Resistencia Blanca era una corriente espontánea del Partido, aunque no orgánica, y que se había instalado una «cadena» telefónica para «invitar» a comerciantes a que no abrieran sus negocios durante la huelga impulsada por la CNT; López Balestra sostuvo que se estaban organizando entregas de alimentos en fábricas ocupadas; Galán, en tanto, reveló que en las sedes de Por la Patria y del Movimiento de Rocha se produjeron reuniones con José D’Elía y Vladimir Turiansky. Dijo que el volante de Resistencia le parecía «un disparate» y contó que el viernes 29 había mantenido una entrevista con Wilson en un chalet de Laguna del Sauce sobre la ruta 12. El líder de Por la Patria le habría traspasado la jefatura del movimiento y le ordenó rechazar cualquier tipo de violencia.1
Las actas de interrogatorios del Archivo Berrutti no hacen referencia a la forma en que Wilson Ferreira logró huir, de modo que el SID no supo que el jueves 28 el senador abandonó el puerto del Buceo y viajó a Punta del Este en una caravana de tres autos para poner en práctica un plan alternativo. Obligados a abandonar el chalet Zapicán por la curiosidad de una vecina, Wilson y su esposa permanecieron una tercera noche en una casa de Laguna del Sauce hasta que, en el atardecer del sábado 30, se escondieron en un extremo del aeródromo de El Jagüel, donde una avioneta piloteada por Jorge Henderson se aproximó carreteando. Ambos se treparon al aparato a la carrera. El plan de vuelo, sin pasajeros, señalaba Paysandú como destino. La avioneta cruzó el río Uruguay a la altura de Paysandú y viró hacia el sur volando hasta el aeródromo de Don Torcuato, en el partido de Tigre, a unos 30 quilómetros de Buenos Aires.
La inteligencia militar tampoco tuvo noticias de las gestiones que en Montevideo hizo discretamente el técnico agropecuario Horacio Terra Gallinal. Y para cuando fue interrogado en Paysandú por el oficial del SID, ya no era necesaria la discreción. Desde Buenos Aires, Ferreira había hablado telefónicamente con un amigo, al que le propuso realizar un encuentro partidario en algún campo del litoral, cercano al río. La movida era arriesgada, pero Wilson consideraba imprescindible blindar el núcleo dirigente. Él había consultado la idea con Gutiérrez Ruiz (que había viajado el miércoles 27 de junio a Buenos Aires con su documentación real en el Vapor de la Carrera, aunque su nombre no apareció en la lista de pasajeros) y con Carlos Julio Pereyra (que no pensaba exiliarse, pero que prudentemente hizo un paréntesis porteño). Los tres se alojaban en el hotel Carsson, una costumbre desaconsejada en tiempos de inseguridad.
Terra no dudó en ofrecer su estancia Los Pilares para el encuentro. José Radiccioni lo llevó a una casa en Carrasco, donde acordaron los detalles: los participantes, la manera de llegar hasta el lugar, las precauciones para las invitaciones. El día D sería el domingo 15. El propio Terra se ofreció para recoger a Ferreira en Buenos Aires y trasladarlo hasta Los Pilares. Primero viajó con su familia hasta la estancia, y el viernes 13 desafió a la suerte: se desplazó a Fray Bentos, donde aprovechó para invitar al exintendente Luis Barriola y al expresidente de la Junta, escribano Lourenzo. Cruzó a Gualeguaychú y tomó un ómnibus para Buenos Aires.
Entrada la noche, Gutiérrez Ruiz se comunicó con Terra, a quien citó en un café al mediodía del sábado. Del café ambos fueron al hotel, donde almorzaron con Ferreira. A las nueve del domingo los tres se encontraron en una esquina céntrica y, de allí, Ferreira y Terra se trasladaron al aeródromo Don Torcuato, donde los esperaba una Piper Comanche. El plan de vuelo tenía como destino Concepción del Uruguay, pero, al acercarse al punto, el piloto se desvió hacia el oriente, se internó en territorio uruguayo y aterrizó en unos campos cercanos a Quebracho, en un paraje conocido como Tres Bocas, cerca de unos galpones. Apenas descendieron Ferreira y Terra, la Piper Comanche retomó vuelo. Eran las 12.40 del domingo 15.
Celiar Rovia y Darío Ferraz no solo eran referentes de la lista 36 en Tacuarembó, también eran amigos de Gutiérrez Ruiz y de su esposa, Matilde Rodríguez Larreta. El escritorio de Ferraz atendía los asuntos del establecimiento rural de los Gutiérrez-Rodríguez cuando la política absorbió la atención del Toba en la capital. Una persona a la que no podían identificar –coincidieron ambos en afirmar durante los interrogatorios del SID–2 los invitó para el encuentro con Ferreira. El domingo 15, apenas clareaba, salieron rumbo a Paysandú por la ruta 26. Pero no llegaron a la capital sanducera como esperaba el oficial del SID, según lo que le había dicho un informante. Las indicaciones que siguió Ferraz señalaban que en el entronque con la ruta 3 debían doblar hacia el norte, recorrer unos 30 quilómetros hasta llegar al cruce de un camino vecinal, tomar hacia la derecha y recorrer unos 11 quilómetros hasta llegar a las casas de la estancia Los Pilares. Llegaron pasadas las 11.30. Había ya un «montón de gente» que se apretujaba en una sala mientras escuchaba un mensaje grabado por Wilson. Entre la veintena de invitados reconocieron a un exdiputado por Artigas y a Dardo Ortiz. Para el mediodía –hora de la convocatoria– ya estaban presentes, además de Ortiz, Juan y Ulises Pivel Devoto, Fernando Oliú, Mario Long, Daniel y Hugo Durán del Campo, Federico Muñoz, Fernando Posadas, los mencionados referentes de Río Negro, Barriola y Lourenzo, Nelson Coussin, de Artigas, Mauricio Rodríguez, Carlos Cach y dos personas, Leal y Cruz, mencionados solamente por sus apellidos. El memorando del SID que describe el encuentro no identifica a ningún participante, por lo que es de suponer que no hubo infiltrados; la inteligencia militar reestructurada por el coronel Ramón Trabal todavía estaba verde.
Cuando los asistentes oyeron la avioneta que aterrizaba, salieron al encuentro de Ferreira y el dueño de casa. Ferraz y Rovia se decepcionaron por la ausencia de Gutiérrez Ruiz, aunque después comprendieron que arriesgar a los dos principales dirigentes blancos en el exilio a 18 días del golpe era un despropósito temerario. Ferreira no perdió tiempo después de los saludos. Las principales indicaciones fueron rechazar e impedir cualquier tipo de violencia en la oposición a la dictadura; centrar la acción en una resistencia pasiva; rechazar cualquier cargo en el Consejo de Estado y en las juntas vecinales, pero mantenerse en aquellos puestos que se ocupaban antes del golpe y que no fueran arrebatados por los militares; quedar atentos a la espera de los acontecimientos; hacer un esfuerzo por mantener una línea de intercambio de información. «Habló además de que el Partido debería tener una posición desvinculada del Frente Amplio, de la lista 15, de la CNT, etcétera. O sea, procurar que cuando hablara el partido lo hiciera por sí mismo y por propia línea política.»3
Después del mensaje a todos los presentes, Ferreira mantuvo breves intercambios de palabras con la mayoría de los invitados, en un gesto que reforzaba su liderazgo. Salvo la condena a la violencia, en explícita referencia a los volantes de Resistencia Blanca, las indicaciones políticas de Ferreira no contenían novedades, al menos para aquellos invitados vinculados a los círculos más estrechos de la conducción partidaria o para los dirigentes ausentes. Su visita clandestina a Uruguay, que arriesgaba su libertad personal, era un desafío a los militares y, a la vez, una expresión del papel que pretendía jugar en la interna del Partido. El riesgo era más elocuente que cualquier discurso.
Cuando, cerca de las tres de la tarde, se volvió a oír el ruido del motor de la avioneta, Ferreira mantuvo una breve reunión a puertas cerradas con Juan Pivel Devoto y Oliú. Después lanzó un saludo general a los presentes, un infaltable «viva el Partido Nacional» y se subió al aparato, que lo retornó a Don Torcuato, donde lo esperaban el Toba y Juan Raúl, su hijo. Hacía unas semanas había escapado de los Fusileros Navales, y tres años más tarde escaparía de la emboscada que los comandos de la dictadura montaron en mayo de 1976 contra las principales figuras políticas de la resistencia uruguaya en el exilio. Los militares debieron esperar hasta junio de 1984 para encerrarlo.