Me alegra la respuesta de Eduardo de León a mi nota “El gran reformista” (5-XII-14). Creo que es una oportunidad inusual de discutir públicamente sobre estrategia política desde la izquierda, de dejar claras posiciones y de explicar asuntos que, al hablar cada uno para su microclima, quedan muchas veces sin suficiente explicitación.
El parafraseo del eslogan de la campaña del FA en el final de la respuesta de De León (“hay múltiples nuevas formas de sociedad y nuevas rutas de desarrollo democrático radical que no se detienen”) la enmarca como una defensa del oficialismo frenteamplista frente a lo que él ve como un ataque. Su caracterización de los gobiernos del FA es notablemente más honesta que la que suelen hacer los dirigentes frenteamplistas, y por lo tanto más directamente discutible: no hay que andar deduciendo ideas y estrategias de eslóganes y acciones que casi nunca se justifican públicamente como parte de una estrategia general.
Creo que esta es una de esas discusiones en las que quienes discuten no ven cosas distintas, sino que, viendo lo mismo, hacen juicios políticos diferentes. Allí donde él ve un intento de crear autonomía del Estado a través de la tecnocratización para lograr niveles de bienestar, yo veo una forma de inserción semicolonial en el capitalismo internacional. Ambas cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. De hecho, la inserción en el régimen actual del capitalismo global requiere grandes capacidades técnicas y cierta autonomía estatal con respecto a grupos de presión locales. Y, por cierto, esta construcción de Estado puede ser dirigida a lograr un relativo bienestar para sectores importantes de la población sin cuestionar la forma cómo está organizado el capitalismo contemporáneo. Esto es lo que está haciendo el Frente Amplio.
La diferencia entre nosotros es que para él no hay nada de que preocuparse, mientras yo creo que la situación es precaria y políticamente desesperanzadora, por más que sea mejor que las alternativas derrotadas en las pasadas elecciones.
De León comienza por acusarme de no detenerme en el análisis de la obra del primer batllismo. Si bien es estrictamente cierto que no lo hago, creo que tampoco es necesario. La obra del batllismo está grabada en la memoria de cada uruguayo a fuerza de repetidas enumeraciones de los logros de entonces. Claramente no cumplí con el ritual de saludar la gloria del Uruguay de oro, pero justamente lo que buscaba era señalar (y esto no es particularmente novedoso de mi parte) que la modernización tiene también una cara más oscura, que es un proceso con perdedores (que ni entonces ni luego fueron los más poderosos) y que es importante tener eso en cuenta para no dejarnos llevar por el triunfalismo de las teleologías modernistas.
En el mismo sentido, De León cuestiona el uso de la palabra “disciplinamiento” para hablar del proceso de modernización prebatllista. Señala con razón que me apoyo en Barrán para ello y apunta que mi comprensión del asunto es pobre porque no veo a esa época como la “construcción del Estado nación, modernización capitalista temprana, democratización política y democratización social”. Me pregunto si no será posible que sean ciertas las dos cosas, y si esos fenómenos son posibles sin un disciplinamiento, es decir formas de acumulación por desposesión, grandes cantidades de violencia estatal y un moldeo de las subjetividades para hacerlas gobernables. La modernización batllista no vino gratis, de la misma manera que no vino gratis el desarrollo frenteamplista, y sería muy peligroso caer en la autocomplacencia de no reconocerlo. Salvo que queramos escribir la historia de los ganadores.
Modernización y democratización no son siempre contrarios de guerra y violencia (las intervenciones occidentales en Oriente Medio de la última década deberían ya haberlo dejado claro). En mi nota buscaba llamar la atención sobre esto, tanto en el caso del batllismo como en el del frenteamplismo en el gobierno. Nuestros reformismos florecieron sobre las cenizas de batallas terribles de elites modernizadoras contra resistencias (conservadoras o no) al dominio de las formas globales del capitalismo de cada momento.
Sostengo que el proyecto de estas elites a lo largo de buena parte de la segunda mitad del siglo XX (recordar que la dictadura se pensaba a sí misma como modernizadora y no como conservadora, igual que los gobiernos blancos y colorados posteriores) fue el neoliberalismo. Creo leer que De León, al escribir “neoliberalismo” entre comillas, está expresando dudas sobre la existencia de tal cosa. Quizás la lectura de David Harvey o Philip Mirowski (o el repaso de las luchas del Frente Amplio antes de llegar al gobierno) podría despejar estas dudas.
El punto central de mi nota era que tal como el batllismo fue construido en el Estado básico creado por Latorre, reformándolo, los gobiernos frenteamplistas funcionaron dentro de lo construido por el neoliberalismo, reformándolo. De León no discute este punto en su respuesta. Sería difícil hacerlo, porque parece claro que la apertura de la economía, la disciplina fiscal y el estímulo a la inversión extranjera (cosas que no eran obvias antes del neoliberalismo ni antes de la victoria del FA) no están en cuestión. Más aun, en lo que refiere a la organización del Estado, la tendencia a la tercerización y la penetración del derecho privado parecen haberse agudizado: basta ver la cantidad de empleos tercerizados y precarios en buques insignia de los gobiernos frenteamplistas, como Antel, el Mides o el Sodre. Esto no significa que las reformas del frenteamplismo no sean importantes, sino que están enmarcadas en continuidades fundamentales, que tienen consecuencias políticas.
Algunas reformas fueron más profundas que otras. El apoyo a las cooperativas de producción, citado por De León como una omisión mía, es quizás de las menos profundas. Se me podrá perdonar la omisión al constatarse que según la Encuesta Continua de Hogares del Ine en 2012 alrededor del 0,1 por ciento de los ocupados eran miembros de cooperativas de producción, y ese número no ha cambiado sustancialmente desde 2006. Es difícil encontrar números globales de “emprendedores” precarizados, tercerizados o forzados a crear empresas unipersonales, pero hay razones para creer que son bastante más numerosos.
Pasemos al tema Methol Ferré y el antimperialismo. De León afirma que “no todo antimperialismo es sinónimo de izquierda y progresismo”, y hasta ahí estamos de acuerdo. Pero yo agregaría dos corolarios. El primero, que si bien no todos los antimperialismos son de izquierda, las izquierdas, para ser calificadas como tales, deben ser antimperialistas. El segundo, que no todos los progresismos (los desarrollismos, los modernismos) son de izquierda.
Queda pensar, entonces, qué implica hoy ser antimperialista, qué ser progresista y qué ser de izquierda. Ninguna de las tres cosas está saldada. Sin embargo, creo que es importante cuidarse de dos cosas. En primer lugar, de los progresismos que tildan automáticamente de conservadoras a las resistencias al supuestamente imparable avance del capitalismo de cada momento. Y en segundo lugar, de las supuestas izquierdas que no cuestionan la forma de organización del capitalismo a nivel mundial y las maneras como ésta condiciona las relaciones de clase y de poder.
No me cabe el sayo de las caracterizaciones de Methol Ferré hechas por De León. Creo, eso sí, que estamos en condiciones de ir más allá de la discusión entre los panamericanistas/cosmopolitas (pero siempre cultores del excepcionalismo uruguayo) y los latinoamericanistas/terceristas (o “unionistas latinoamericanos”, diría Ardao), porque la situación actual es muy otra.
La búsqueda de autonomía del Estado que propone De León parte de la base de un nacionalismo “de la patria chica”. No hay en su respuesta ninguna mención a la integración regional como parte de la estrategia deseable para Uruguay (y de hecho, hay ataques al peronismo, a Venezuela y a Cuba). Creo que las últimas décadas dan razones para esto, aunque no para dejar de pensar en cómo “trascender al Uruguay”.
De León se burla de que piense a la trasnacionalización de la izquierda como la clave de la lucha anticapitalista y señala que ya existen redes trasnacionales. Pero omite que reivindiqué una trasnacionalización que no implique una mayor elitización. Estas redes (y en especial las más efectivas y poderosas) muchas veces están compuestas de Ong dependientes de organismos internacionales, financiación proveniente de los estados más ricos y de grandes capitales, y que están compuestas por muy pequeñas elites intelectuales y políticas. Esto hace que todavía haya que pensar mucho sobre qué formas organizacionales permitirían disputar poder con el capital trasnacional, si es que ese es el objetivo.
Este rechazo al capitalismo no se debe a un idealismo afrancesado, sino al muy materialista diagnóstico de que éste agudiza la concentración de la riqueza y el poder en una clase capitalista que termina por adquirir poderes despóticos sobre los demás, tal como está ocurriendo hoy a escala global (y no es ética ni políticamente sostenible abstraer a Uruguay del globo, por más pequeño que sea).
Las estrategias basadas en competir para adaptarse mejor que otros países a las demandas de esta clase (aun si es para generar relativo bienestar o “desarrollo humano”) son necesariamente coloniales y reproductoras de heteronomía. Dicho de otra manera, la búsqueda de competitividad enraiza estructuralmente al Estado con el capital.
No hay contradicción entre decir que el proyecto del FA es crear una tecnocracia fuerte aliada a sectores organizados de la sociedad civil y capaz de mejorar la captación de capitales de Uruguay, y decir que este proyecto no cuestiona fundamentalmente la relación del país con el capitalismo global. No es claro hoy qué proyecto político podría cuestionarlo responsablemente, pero creo que un primer paso es reconocer el problema. Cosa que no hace el planteo de De León, que dice recoger (además de a un movimiento obrero libertario que increíblemente se sentiría identificado con un Estado fuerte, tecnocrático y autónomo) a la tradición del socialismo democrático, sin que quede claro qué tiene de socialista o de democrático.