El pasado 31 de diciembre se publicó en La Diaria una columna de opinión del economista Fernando Isabella (“¿A la izquierda del crecimiento económico?”1) a propósito del cambio de ciclo económico y los riesgos de apostar por políticas que en ese escenario no contribuyan con el necesario crecimiento del Pbi. En apretada síntesis, la conclusión que sugiere el economista es que en un momento de retracción económica, donde se tensiona fuertemente la puja distributiva, hay que priorizar políticas que dinamicen el crecimiento, ya que promover la redistribución tensionaría demasiado las alianzas de clase. Por tanto, la apuesta estratégica de la izquierda debe ser por el crecimiento económico para facilitar la redistribución, en caso contrario podría ser castigada electoralmente en la próxima elección tal como le habría ocurrido a otros procesos del continente.
Si bien el artículo no se agota en lo anterior, y aspectos que coloca respecto del diagnóstico del escenario y la relación entre fases de alza económica y poder relativo de los sectores trabajadores son de recibo, no nos parece que el asunto que aborda esté bien encarado sobre la base del par crecimiento-redistribución, y nos es imposible compartir una conclusión que, despejando las malezas del lenguaje y las guiñadas terminológicas al marxismo, se acaba decantando por algo muy similar a las viejas “teorías del derrame”.
A los uruguayos que vivimos de nuestro trabajo, esto es, la mayoría social del país, no nos basta con administrar el par crecimiento-redistribución para enfrentar el complicado escenario que ya se nos viene encima. Estamos parados sobre una economía cuya productividad media es inferior a la de los capitalismos centrales, que tampoco destaca por su escala ni por la baratura de su mano de obra. Somos un país “ni-ni”: ni alta productividad ni mano de obra barata. En la nueva división internacional del trabajo sobrevivimos sobre la base de la exportación de bienes primarios, y con la renta que por ello recibimos en parte dinamizamos una estructura económica interna que de otra forma no sería viable o se vería sensiblemente reducida.
En un alto nivel de abstracción, observando las tendencias generales y poniendo el foco en lo que son las determinaciones fundamentales del capitalismo uruguayo, tenemos que cuando baja la renta que recibimos del mercado mundial (desciende el precio de los commodities) y baja además el flujo de capitales externos que nos buscan para valorizarse, el conjunto de nuestra economía se resiente. En ese punto de inflexión –en el que estamos entrando actualmente–, para dar continuidad al crecimiento hay que echar mano al endeudamiento externo (hoy podemos decir que probablemente estemos a las puertas de un nuevo ciclo de endeudamiento externo), y cuando esto ya no es posible (para endeudarse hay que tener al menos la ficción de que se podrá pagar en el futuro), lo que le queda a nuestro capitalismo para continuar con su reproducción, ahora a una escala menor porque quiebran empresas y aumentan los obreros sobrantes, es avanzar sobre el precio de la fuerza de trabajo, es decir, la baja del salario real y del salario indirecto (gasto público social). Los famosos “ajustes” son la expresión de este último movimiento.
Dicho en otras palabras: la mayoría social uruguaya, al igual que el resto de la latinoamericana, es rehén de una formación socioeconómica que la tiene como principal variable de ajuste ante los avatares del proceso de acumulación mundial. Por tanto, si no quiere ver cómo comienza a depreciarse su fuerza de trabajo y a descomponerse el tejido económico nacional con el cambio de ciclo, no le queda otra que avanzar sobre el metabolismo del capital, no sólo en materia de redistribución del ingreso y la riqueza sino también en lo que hace al control directo de la producción en áreas clave, y la apropiación de porciones relevantes del excedente económico para ponerlas al servicio de las necesidades sociales y el relanzamiento productivo. No se trata aquí de una cuestión de “épica” izquierdista, la propia formación económica nos pone ante la encrucijada de avanzar en transformaciones profundas o ver con impotencia el desarrollo de un ajuste antipopular y empobrecedor.
Por tanto, ante la magnitud y complejidad del problema por delante, el par crecimiento-redistribución sobre el que gira el artículo de Isabella, basado en una premisa equivocada (“el crecimiento no es una seña de identidad de la izquierda” ¿?) similar al lugar común que dice que la derecha prioriza la libertad y la izquierda la igualdad, no sólo acota inconducentemente la cuestión, sino que apenas roza su mera superficie, y peor aun, por lo que dice, pero sobre todo por el menú de alternativas que no menciona, acaba arrimando agua para el molino del ajuste.
Llamar a una suerte de “compromiso por el crecimiento” sin poner sobre la mesa la necesidad de modificar otro conjunto de aspectos sustanciales de nuestra economía, deja la sensación de eslogan vacío, más propio de una consigna de las cámaras empresariales que de una reflexión de izquierda que se pregunta qué hacer ante un escenario de retracción como el que se viene. Si no se está dispuesto a alterar aspectos clave de la formación económica uruguaya, la única forma de apostar por el crecimiento en una fase de bajo precio de las materias primas es sobre la base del abaratamiento generalizado de la fuerza de trabajo. Semejante paquete no puede venderse como si fuera la necesidad estratégica del pueblo uruguayo y la única forma de sostener un gobierno progresista en el Estado.
Que serán tiempos de enormes tensiones sociales no hay duda. La preocupación por amortiguarlas es muy loable y entendible, la pregunta es si ello es posible y a qué costo. Nuestra opinión es que no lo es. Por algún lado deberá cortarse la piola y está en las fuerzas políticas definir su ubicación en un parteaguas que será cada vez más nítido.
Desde una perspectiva de izquierda, los límites de los de abajo no pueden ser los privilegios de los de arriba. Una política que se detiene ante la posibilidad de afectar los intereses de los poderes fácticos porque esto elevará las tensiones sociales, aun sabiendo que su contracara es el empobrecimiento de su base social, no es política, es más bien su fin, y lo que queda es la función del mero administrador del capital que puede desplegar una batería de políticas de mejora únicamente en las fases de alza y que ante la reversión del ciclo asume la administración del ajuste y a lo sumo busca suavizarlo. Eso es lo que castigará el pueblo en la próxima contienda electoral.
Si las cosas se van decantando por el mantenimiento de los acuerdos y compromisos con el poder económico y la renuncia a emprender reformas que avancen sobre el capital, entonces podemos estar ante el mejor de los mundos posibles para la derecha criolla: que el propio Frente Amplio aplique el ajuste que el capital reclama y luego pague los costos de ello dejándole en bandeja las elecciones de 2019. Si así fuere, este cambio de ciclo y el ajuste por delante no sólo acabarán dejando como saldo histórico un retroceso en las condiciones de vida de la mayoría social, sino también la recomposición plena de los vínculos entre los poderes fácticos y el Estado uruguayo.
1. http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/12/a-la-izquierda-del-crecimiento-economico/