En un Estado cuyas fronteras con el derecho privado son cada vez más borrosas, este caso –que además no era precisamente el ubicado en el techo del ranking salarial público– no es la excepción. Desde el Poder Ejecutivo aseguraron a Brecha que otras empresas de Ancap pagan remuneraciones que casi duplican la del jerarca sustituido, y sin considerar a las sociedades anónimas de propiedad estatal hay 30 salarios que superan al del presidente de la República. Ahora se busca aprobar un tope, pero hay otra cuestión de fondo: una maraña de organismos que funcionan en el derecho privado y escapan a los controles centrales de la Presidencia y el Parlamento.
Decir que el gerente de una empresa estatal que se rige bajo los parámetros del derecho privado, como es el caso de Alur, gana tanto o más que el presidente de la República, tiene altas dosis de impacto mediático asegurado. Pero centrar el foco en esa cifra (que además primero fue de 438 mil pesos y luego, aclaración del gerente relevado mediante, se convirtió en 303 mil) implica concentrarse en el árbol y no adentrarse en el espeso bosque, en el que domina la ausencia de patrones comunes y en el que cada organización parece moverse con sus propias (y muchas veces) opacas reglas. La metáfora geográfica más adecuada sería la de un archipiélago, caracterizado por la reproducción de empresas que se rigen por el derecho privado pero cuya propiedad es pública, y en el que abundan las personas públicas no estatales (Ppne) a través de las cuales se han ejecutado la mayoría de las políticas públicas de los últimos gobiernos. Y, como si no bastara, también se replican las tercerizaciones de gran parte de los servicios que antes eran realizados por funcionarios públicos.
El común denominador de estos mecanismos es la falta de criterios unificadores, que por ejemplo equiparen sueldos y funciones (o responsabilidades) a lo largo y ancho del Estado (aquello de a igual tarea, igual remuneración). La otra característica es que estas modalidades suelen ser más propensas a la falta de transparencia, ya que no suelen estar sujetas a los mismos controles que el resto de la Administración, a pesar de que su presupuesto también se origina en los fondos públicos.
No muy alejada está asimismo la situación de los gobiernos departamentales que, amparados en su autonomía, remuneran a sus trabajadores de formas completamente dispares, por lo que un técnico informático en una intendencia puede llegar a tener un salario más alto que el propio intendente de un departamento de menores ingresos.
Quizás con la intención de emitir una señal de austeridad, en tiempos de desaceleración económica, el gobierno incluyó un artículo en la rendición de cuentas (el décimo), que marca un tope del 60 por ciento del salario del presidente de la República para todo el ámbito público, incluyendo –de acuerdo a la interpretación de integrantes del Ejecutivo consultados por Brecha– a los entes y servicios descentralizados, funcionarios de los gobiernos departamentales (y en un principio también a los intendentes, aunque luego eso se dejó atrás). Pero además el Ejecutivo entiende que ese tope también comprende a los asalariados de las instituciones categorizadas como Ppne –que para dar una idea de su diversidad es el formato de instituciones tan variadas como el Fondo Nacional de Recursos (Fnr) y la Corporación Nacional para el Desarrollo (Cnd)– y a los de las empresas públicas de derecho privado –hijas de las empresas públicas de mayor porte de Uruguay– como son Alur o Cabaen el caso de Ancap, o Accesa en el caso de Antel. La propuesta fue parcialmente rechazada, ya que no hubo humo blanco para incluir bajo el alcance del artículo a los salarios de los intendentes, pero se espera que el nuevo texto se apruebe en los próximos días si no cambian las voluntades en la Cámara de Diputados, en la que se está discutiendo nuevamente.
BYPASS AL ESTADO. Hasta dónde debe llegar el brazo del control público y hasta dónde debe apretar para no impedir la gobernabilidad, es una discusión que el Frente Amplio (FA) no ha logrado consolidar en sus 11 años de gobierno. No han faltado proyectos para intentar transparentar y unificar los criterios del aparato cuasi paraestatal que se extiende a través de los negocios de propiedad de empresas estatales –muchas de ellas sociedades anónimas–, pero las voluntades políticas no terminan de alinearse y los proyectos terminan esfumándose. El tope establecido por la rendición aparece como un nuevo intento de ordenar un sistema que se ha transformado en inasible para todos los gobiernos, y que de hecho ha reproducido estos formatos en los últimos años.
La propia existencia de empresas públicas de derecho privado requiere al menos poner en discusión su justificación o no en función de determinados objetivos, y sobre todo la pertinencia de transparentar su información. Actualmente Ancap tiene 14 empresas de su propiedad (que la literatura académica identifica como “hijas”), que llevan adelante tareas tan diferentes como el suministro de gas, la producción de cemento y la distribución de whisky. El cuento se repite para Antel, que generó cuatro, para Ute, que posee siete, y para Ose, que comparte una con la Cnd. República Afap es otra institución que en los hechos compite en el mercado de los fondos de ahorro previsional, pero cuyos capitales son públicos y se rigen por el derecho privado. En otro capítulo está la Cnd, constituida por ley como persona pública no estatal, y que posee a su vez varias empresas-hijas.
Estas firmas, al desempeñarse con los códigos del mundo privado, se rigen con criterios discrecionales y no tienen un estrecho seguimiento del Estado, ni tampoco criterios comunes de funcionamiento entre ellas. Tanto las contrataciones o los rangos salariales, como el propio accionar de estas empresas, son decididos por sus jerarcas. En algunos casos, los cuadros gerenciales son designados políticamente, y en otros bajo requerimientos técnicos específicos. Los salarios de los gerentes son en algunos casos más altos que los del ex gerente general de Alur Manuel González, chivo expiatorio de un sistema que permea a todas las empresas de propiedad pública total o mayoritaria. Según informaron a Brecha fuentes del Poder Ejecutivo, el más alto de los salarios de estas empresas es el del gerente general de la Distribuidora Uruguaya de Combustibles SA (Ducsa), cuya retribución es de 562.000 pesos nominales (sin contar las partidas especiales, que varían por empresa y pueden adjudicarse por motivos como el cumplimiento de metas o el presentismo). Ducsaes una sociedad anónima de capitales 100 por ciento estatales. Agregaron que hay 30 sueldos en el Estado que superan el del presidente de la República, sin tomar en cuenta a las sociedades anónimas de propiedad estatal.
Parece claro que el de la empresa de biocombustibles no es un caso aislado, y que la máxima de a igual tarea igual remuneración no se cumple, porque no están dadas las pautas generales para que ello ocurra. A la vez, está la particularidad de que en varios casos estas empresas compiten con otras pares provenientes del más duro mundo comercial (incluso multinacionales de gran porte), algo que constituye un desafío para un Estado que para mantener a los mejores profesionales, investigadores o científicos en sus áreas, debe sostener un nivel salarial acorde, para evitar la continua fuga al sector privado. A modo de parámetro de referencia, la encuesta de remuneraciones de la consultora Price Waterhouse Coopers relevó a 118 empresas de gran porte en el primer semestre de este año, entre las que se encuentran las privadas de capitales públicos, y el promedio salarial arrojado a fines del primer semestre del año es de 342.041 pesos nominales para los gerentes generales –peleando a la par con los 318 mil pesos líquidos que gana el presidente Tabaré Vázquez –, y poco más de 200 mil pesos para los gerentes de área. Pero los montos pueden ser aun más elevados, ya que se les suele agregar un 15 por ciento en promedio sobre el salario, por concepto de partidas especiales.
ESTUDIO SE BUSCA. Es unánime la postura de los cuatro investigadores del Instituto de Ciencia Política de la Udelar que fueron consultados para este informe: se deben establecer criterios claros tanto de asignación como de remuneración dentro de las empresas públicas de derecho privado. Si los cargos son políticos o técnicos, las franjas salariales, o cuáles son las metas a alcanzar, son requerimientos mínimos de transparencia. Lo curioso es que todos coinciden en la necesidad de abordar un primer paso bastante más básico: que la población pueda conocer, sin mayores dificultades, cuántas y cuáles son las empresas públicas de derecho privado. No es algo sencillo de relevar tampoco para un periodista.
Conrado Ramos (investigador del Instituto de Ciencia Política de la Udelar, ex subdirector de la Opp) explicó a Brecha que tanto para las empresas públicas como para el resto del sector hace falta un estudio que establezca cuánto vale una tarea determinada, y por tanto cuál es el beneficio para el Estado de una determinada tarea, para pagar en función de eso. Para el actual miembro del Partido Independiente (PI) el problema de las disparidades salariales en las empresas públicas de derecho privado es que por su naturaleza intrínseca no se piensan como parte del sector público, lo que les da gobernabilidad, pero a la vez posibilita la discrecionalidad salarial. La Oficina de Servicio Civil (Onsc), según él, tampoco ayuda: “es más una oficina de recursos humanos que una oficina de articulación estratégica”, y su rol, aunque las leyes no le atribuyen el control de las empresas públicas no estatales, es concebir y ordenar el resto de las funciones públicas, algo que este dirigente y académico considera que no está “ni cerca” de cumplir correctamente.
Alejandro Milanesi, también del Instituto de Ciencia Política, explicó a su vez que en otros países sólo la cabeza gerencial de los organismos es política y el resto es técnico o de carrera, a diferencia de Uruguay, donde la modalidad del cargo de confianza desciende varios escalones más abajo. El problema para el politólogo es que muchas veces los cargos los ocupan personas que no son las más preparadas, hipotecando la capacidad técnica en detrimento de la confianza política. Una etapa indispensable en el debate es, para el académico Guillermo Fuentes, dar la discusión acerca de qué se va a premiar y en qué casos.
No hay recetas fáciles. Tanto Milanesi como Fuentes también admiten que el tope del 60 por ciento próximo a aprobarse en la rendición de cuentas puede generar salarios no competitivos, por lo cual los más preparados optarían por el sector privado (algo que también se reconoce en el Poder Ejecutivo: “muchas veces tenemos elencos acotados y hemos fracasado en atraer gente a la función pública, algo que implica mucha responsabilidad y exposición mediática”, dijo a Brecha un integrante del gobierno). La restricción salarial, advierten los académicos, también puede generar nuevos atajos, al establecerse partidas especiales por fuera de las pautas establecidas. “Probablemente termines pagando compensaciones por el costado que no forman parte del salario base de la persona, con lo cual seguirías teniendo lógicas anexas, no ilegales, pero anexas”, apuntó Milanesi.
DESDE LEJOS NO SE VE. Se denomina comúnmente “Estado en las sombras” a todos esos brazos del Estado que, rigiéndose en un marco normativo privado, manejan y se gestionan con dineros públicos. Bajo diferentes formas jurídicas, estas islas (“honguitos”, les llama un integrante del Ejecutivo) han crecido en la última década asociadas a la etiqueta de la eficiencia.
Milanesi definió esta tendencia como una “fuga hacia el derecho privado” surgida en escapatoria de la encorsetada normativa pública, que en ocasiones es una limitante para la gestión de algunas políticas.
Una de las modalidades son las empresas. De Ancap, Ute, Antel y Ose se desprenden casi 30 sociedades anónimas en las que varía el nivel de participación de los entes. A su vez estas empresas comienzan a tener su propia descendencia, es decir, son dueñas de otras sociedades anónimas, generándose entre ellas todo tipo de incestos. Por ejemplo, Ancapes dueña de Ancsol SA, pero ambas comparten la propiedad de Petrouruguay SA. Con diferentes tipos de combinaciones entre las propias empresas, con la participación de actores privados y hasta cotizando en bolsa, se conforma este árbol genealógico con sociedades anónimas hijas, nietas e incluso bisnietas del Estado.
Los sueldos de los intendentes
Sin límite
Por Valentina Caredio
La rendición de cuentas reflotó el debate en torno a la autonomía real que tienen las intendencias, pero esta vez relacionado a los parámetros para definir los salarios de los intendentes. El riesgo de inconstitucionalidad que puede acarrear el topeo de los sueldos de esas autoridades departamentales motivó al Senado a excluir esa posibilidad del artículo 10 y en su lugar discutir un proyecto de ley en el que sólo se limiten las remuneraciones de los funcionarios de los gobiernos departamentales.
El artículo de la rendición pretendía topear los sueldos de todos los funcionarios del Estado en un 60 por ciento del salario del presidente de la República, incluidos los intendentes, pero fue rechazado en Diputados por su eventual inconstitucionalidad. Actualmente la gama de sueldos iría desde los 105 mil pesos (sin gastos de representación) correspondientes al intendente de Río Negro, Óscar Terzaghi, hasta los 350 mil del intendente de Maldonado, Enrique Antía (quien sería el único en superar el salario de Tabaré Vázquez).
Patricia Ayala, senadora del Frente Amplio (FA) y presidenta de la Comisión de Hacienda, explicó a Brecha que el Parlamento no tiene la potestad de determinar las remuneraciones previstas por cada Junta Departamental. Por su parte, la senadora blanca Carol Aviaga manifestó que hubo un acuerdo en que el asunto “podría llegar a lesionar las autonomías departamentales”.
Marcos Otheguy (711, FA) confirmó que se presentará un proyecto de ley aparte; que se está trabajando en una propuesta que regule los salarios de todos los funcionarios municipales, exceptuando a los intendentes, que será presentada en Diputados junto a la rendición de cuentas. Para Aviaga, hay voluntad política para que el proyecto sea aprobado con mayoría especial.
CONTRAPUNTOS. A pesar de la precauciones tomadas por los legisladores, el asunto es espinoso. El constitucionalista Martín Risso argumentó a Brecha que las intendencias tienen autonomía garantizada por la Constitución, y la remuneración de sus empleados forma parte de la potestad presupuestal de que gozan.
José Korzeniak, si bien admite ese problema, considera que puede salvarse el obstáculo con una mayoría especial de dos tercios en la votación de cada cámara. Y agregó que aun en el caso de no alcanzar esa mayoría, “puede ser una norma inconstitucional, pero que no haya quien esté en condiciones de plantearlo debido a que sólo una persona con interés personal y legítimo podría presentar el recurso”.
Una de las limitantes es que el Parlamento no estaría facultado para incursionar en este ramo, puesto que serían los gobiernos departamentales los que sancionan los estatutos para sus funcionarios. De todos modos, al llegar a la mayoría especial en cada cámara, se estaría en condiciones de establecer normas que “por su generalidad o naturaleza” podrían ser aplicadas a todos los funcionarios. Con todo, aun en el extremo de lograr un aval parlamentario como el establecido en el artículo 64 de la Constitución, para Risso no se salva el problema, ya que sería una decisión presupuestal y no estatutaria. Korzeniak de nuevo introduce un matiz: al tratarse de topes y no de cantidades, se lo podría considerar un mecanismo estatutario.
OTRAS MIRADAS. En el contexto actual de descentralización es muy difícil topear los sueldos de los intendentes y funcionarios, porque iría en contra de esa reforma, explicó el académico Guillermo Fuentes: “es complejo de plantearlo políticamente en este momento”.
Otro cientista social, Martín Freigedo, ve como único camino viable para topear los sueldos de los gobiernos departamentales un acuerdo del Congreso de Intendentes. No obstante, cree que para hacer una reforma real y lograr equiparar los salarios, se debería “repensar las 19 estructuras burocráticas; se puede salir a decir que el sueldo se está regulando, pero lo importante no se está discutiendo. Lo relevante es lo que pasa dentro de las intendencias, por ejemplo que un técnico gane más que un intendente de otro departamento”.
En la misma línea, el académico Alejandro Milanesi explicó que la Oficina Nacional de Servicio Civil debería alertar sobre esas diferencias: “Aunque no tenga la capacidad de hacer nada sobre esas inequidades, probablemente ayudaría a disparar la discusión sobre los recursos humanos del Estado”.
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Tercero en discordia
Otra de las grandes patas que sostienen a ese Estado paralelo –y muchas veces invisible– son las tercerizaciones. Se trata de cuando el Estado contrata a una empresa privada para que preste un servicio que en principio debería prestarlo él mismo. Los rubros son variados: incluyen la limpieza y la seguridad así como el suministro de personal en cualquier área. No son tareas a término, sino funciones permanentes. Esto se ilustra en casos de empleados que desde hace más de 18 años prestan servicios a organismos públicos bajo este tipo de vinculación.
Este año la Comisión de Trabajo Tercerizado (Ctt) del Pit-Cnt presentó, a través del diputado Luis Puig, ante la Comisión de Legislación del Trabajo un proyecto que se propone eliminarlas.
Brecha conversó con Marcelo Recalde Cabrera, coordinador de la Ctt, quien explicó que en Uruguay “sobran los proyectos regulatorios”, los que han sido insuficientes para resolver la problemática, y es por eso que este es prohibitivo. De aprobarse, alcanzaría también a las empresas del Estado y las personas públicas no estatales, ya que no se podría trabajar para el Estado bajo el derecho privado. Aunque no es un proyecto que cuente con demasiada expectativa de vida, hay quienes piensan que podría ser una oportunidad para hincarle el diente a una discusión postergada.
La Ctt, junto con el Instituto Cuesta Duarte, se encuentra realizando el primer estudio en profundidad de esta situación, que espera terminar a fines de este año. En este terreno existe el mismo desconocimiento que para el resto de la telaraña paraestatal. Recalde explicó que la investigación les ha permitido confirmar una de las principales hipótesis: el Estado no controla la tercerización de funciones, por lo tanto no sabe cuántas empresas tiene, cuánto gasta en ellas, a cuántas personas emplea bajo esta modalidad, ni si son eficientes o no.
Según el sindicalista, este proceso, en el que muchas veces los empleados tercerizados cobran hasta el 50 por ciento menos que los públicos por la misma tarea, genera problemas no sólo para los trabajadores sino también para la calidad de los servicios prestados.
Esta precarización del trabajo produce inevitablemente una alta rotación de personal, con trabajadores en constante capacitación, con consecuencias sobre la calidad de la gestión.
Desde la Ctt entienden que todo este tejido encubre una dependencia de esta modalidad, y afirman que hoy el Estado no podría funcionar sin estas empresas. Un ejemplo claro es Ose: desde la atención al público o los técnicos de campo hasta quienes toman el consumo están tercerizados. Algo parecido sucede con Ute y Antel.
El costo que paga el Estado por esta modalidad no se agota en la transacción económica con la empresa: a partir de la ley de tercerizaciones quien contrata es fiador responsable de los haberes del trabajador, lo que genera un gasto en juicios perdidos.
Recalde destacó que la preocupación de la Ctt para que esta situación se conozca, se discuta y se regule ha encontrado, al menos de antemano, receptividad en el Poder Ejecutivo, así como también en varios sectores de la bancada oficialista.
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