Recibo un mensaje de una colega que anuncia la muerte de Marc Augé. Otro símbolo de la antropología de la segunda mitad del siglo XX falleció a sus 87 años en la misma ciudad en la que nació, Poitiers. Augé fue un antropólogo de los que se mueven, también catalogado como etnólogo, y de los que escribieron variado y con versatilidad. Como un joven que debe venir a la capital, Augé marchó a París para estudiar Letras y siguió allí su transcurso de relevancia mundial en la academia francesa.
Antes de convertirse en formador de varias generaciones de antropólogos, sociólogos, urbanistas e inspirados en la antropología en general, aprendió el oficio del etnógrafo. Investigó los rituales y los sistemas simbólicos en sociedades africanas, aquello llamado paganismo entre los años sesenta y fines de los setenta. Paganismo en el que había una larga lista de dioses, que Augé, junto con otros antropólogos, ampliaba y ensanchaba con la tolerancia de mirar otras formas de creer, de transitar la fe.
En los ochenta, Augé pasó a estudiar la ciudad de París desde la extrañeza metodológica con la que analizó las religiones de las poblaciones en África. Recorrió la globalidad de la ciudad que conocía, sus conexiones, sus reparos urbanos, sus peregrinajes cotidianos y la vida en los espacios. Augé puso ojos, pies y pienso sobre su propio lugar en el mundo. Eso no es tan fácil. Para quienes estudiamos a las personas que nos rodean, ese ejercicio de distancia y rareza autoimpuestas se vuelve igual o más dificultoso que irse a una sociedad lejana.
Entre 1985 y 1995 fue director de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, en París, y también dirigió el Centro de Estudios en la misma institución. Fue, además, uno de los fundadores del Centro de Antropología del Mundo Contemporáneo. Pasó del oficio de etnólogo a la formación y la dirección de estudiantes. Siguió en contacto con el mundo que lo rodeaba, con ese pensamiento constante del espacio y ese estar en todos los lugares posibles donde se hacía identidad.
NO LUGAR
En 1992 publica su libro más conocido, No lugares: introducción a una antropología de la sobremodernidad, en el que crea un marco teórico para pensar los «espacios vacíos»: aeropuertos, supermercados, grandes cadenas de hoteles. Lugares con ausencias, despojados de identidad y, por lo tanto, no pasibles de ser estudiados por la antropología. Para explicarlos apaña una categoría: la sobremodernidad. La acompaña con cierta idea de la soledad, que impide el reconocimiento propio y de la otredad. Cada vez tenemos menos tiempo, más tecnología, más imágenes, más mensajes, menos espacios comunes.
En ese primer tramo de los años noventa, dice un antropólogo y profesor argentino en Twitter, sus estudiantes se maravillaron con la llegada del libro de Augé, traducido al español, y con la idea de estudiar a las personas más próximas. En mi caso, nacida en los noventa, me enseñaron sus teorías 18 años después, cuando ingresé a la facultad a estudiar Antropología. Entonces, Augé ya era un maestro, de esos que permean en hacer carne el oficio y con quienes aprendemos. Estemos de acuerdo o no –y parece que hay que pedir perdón por esto, aunque tendré mi redención en lo que sigue–, creo que hay que reconocer los aprendizajes que nos dieron vuelta ciertos esquemas.
Pienso en lo difícil que es visualizar el origen de un aprendizaje pasado, nacido en el desacuerdo. Me permito insistir en la opción contraria: hay sabidurías, trayectorias, aprendizajes de otros que en la contraposición pueden ser aprendizajes propios. Aprender sobre algo en lo que estamos de acuerdo es más fácil, aprender en el desacuerdo es una tarea continua que interpela las pretensiones de saberlo todo.
Si un no lugar para Augé era un espacio despojado de identidad, quizás vale la pena reverlo como algo discontinuador, en un mundo en el que la identidad lo rige todo en un constante soy, soy, soy. Allí donde Augé ve no lugares, hay momentos en los que la identidad la pone otro: el Estado, el mercado, la ubicación en la ciudad, el color de la piel, cuánto dinero llevás para entrar en tal o cual país, qué tipo de viajero sos (migrante, turista, peligro, refugiado). Recordé mis pasos por aeropuertos: momentos de cacheos migratorios, de identidades conyugales, de permisos de policías y también de amiga nueva, de encuentros, de gatitos y recomienzos.
OLVIDO Y RECUERDO
A la noche, cuando llego a casa, comparto la noticia de su muerte en mi red social con el título «Se fue a un mejor no lugar», satirizando el dicho popular sobre la muerte. Me responden algo de los cielos. Pienso en que quizás para mí, desertora del no lugar, como lo concibe Augé,el cielo puede ser como un conjunto vacío, donde podemos poner cualquier cosa que refiera a un paraíso propio y también colectivo: aquello que solo vive para nuestros ojos y que de alguna forma las culturas compartimos. Me pregunto por la curiosidad por las vidas, los lugares y los tiempos, por la búsqueda constante de aquello que compartimos como humanidad, lo común y diverso en simultáneo. Y pienso en las utopías. Dice Donna Haraway en un video hermoso, Cuentos para la supervivencia terrenal, que es necesario volver a las utopías como lo hace la ciencia ficción. Pensar realmente fuera de lo posible para no sentirnos privados hasta de imaginar mundos verdaderamente distintos y posibles en nuestra imaginación.
Encuentro otros trabajos de Augé. Porque también escribió sobre otras formas de narrar el mundo. Sobre la bicicleta, los olvidos, la etnoficción. Contar historias no siempre desde la academia. Salirse del centro y ver las cosas como figuras, con otras categorías. Esa idea que me obsesiona cuando escribo: que nombrar no sea cerrar, sino abrirse a una forma de estar con los demás, con aquellos que son diferencia. Si la identidad es relacional, un no lugar es producir la muerte de la alteridad, un espacio vacío de humanidad, una soledad entendida como ausencia de diferencia, y no como la necesidad que sentimos a veces los solitarios, nuestra aliada y nuestra compañía.
Pienso, a partir de la muerte de Augé y de otros académicos, qué de estos vínculos queda en las vidas de quienes alguna vez (o nunca) vimos a esas personas que aparecen en las necrológicas de los medios. Augé visitó Montevideo en el año 2017. Fui a escuchar una de sus conferencias mientras esperaba migrar a un país lejano. Recuerdo que me parecía una cita obligada. Tenía entonces, y quizás todavía tengo, cierta deuda con él, por ser una de mis primeras diferencias con una teoría. Y eso no es poco, más bien todo lo contrario. Aprender a estar en desacuerdo, así como la soledad, puede ser un espacio de placer en el que el pensamiento, la curiosidad y la inocencia emergen como gajos de una planta que nos incentivan a buscar y buscarlo todo. Y seguir buscando. Eso, para mí, es lo que significan estas muertes.