Tronti llevó a cabo lo que se considera como una revolución copernicana. Así como no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, sino la Tierra la que se mueve en torno al Sol, «también nosotros habíamos visto primero el desarrollo capitalista, luego las luchas obreras. Es un error. Hay que invertir el problema, cambiar el signo, empezar de nuevo desde el principio: y el principio es la lucha de clases obrera [destacado en rojo en el original]».
Este era el comienzo del primer editorial del periódico Classe Operaia, publicado en 1964. A diferencia de los discursos que consideran los hechos a partir del capital y resaltan la continuidad, el método de la tendencia es el análisis desde el punto más alto del desarrollo. Y el punto más alto, para esta perspectiva, son las luchas.
Esa corriente se conoce desde entonces como obrerismo y anima a varios movimientos políticos de actualidad. Pero, después de tanto tiempo y de tantos cambios, ¿cuál es la actualidad de esta reflexión? En 2009, Tronti respondía a esa pregunta indicando tres características.
En primer lugar, el punto de vista. «Un punto de vista parcial, unilateral, antiuniversal. La idea fuerza del obrerismo es que solo desde el punto de vista de [la] parte se puede conocer el todo. Porque el conocimiento que el todo propone de sí mismo es siempre falso e ideológico; siempre conduce a una falsa apariencia. El único conocimiento verdadero y realista es el que una parte puede hacer de la totalidad. Porque este no es un simple conocimiento: es también una contraposición. Solo desde el punto de vista de [la] parte podemos oponernos al todo, organizar contra el todo una posición alternativa.»
El segundo rasgo de actualidad es la unidad de pensamiento y acción. «El pensamiento no sirve para producir otro pensamiento, sino para producir acción. Y acción conflictiva. El obrerismo es una política del conflicto y la diferencia.»
Por último, «la tercera razón para la permanencia del obrerismo es su antirreformismo. En medio del sentido común político-intelectual hoy invasivo y totalizador, en el que todo el mundo es reformista, en esta norma general, o normalidad, reformista, el obrerismo, es decir, la política del conflicto obrerista, aparece como una especie de excepción, de excedencia, algo que no es integrable ni asimilable».
«Teniendo firmes estos puntos, se puede ir a todos lados. Sabiendo, y diciendo, en una jerga política y estilísticamente incorrecta: ustedes, a mí, no me atraparán.»1
* Luis Ibarra es docente e investigador del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
1. Mario Tronti, Noi, operaisti, Roma, Derive Approdi, 2009.