El perro se acercaba con un trote armónico, casi que al galope. Venía con un gesto afable, moviendo el hocico y con algo en su boca, dispuesto a jugar con quien quisiera hacerlo. La delegación que ingresaba al amplio patio abierto del recinto lo miró venir con simpatía. Una de sus integrantes lo invitó a acercarse para acariciarlo, tomar lo que tenía y, quizás, tirarlo para que el juego comenzara. Cuando el animal se acercó del todo, abrió sus fauces y dejó caer el cuerpo inherte de una rata de gran tamaño, ensangrentado, descuartizado, y se sentó esperando que alguien lo agarrara, sonriente, con su lengua afuera, relamiendo cada tanto su hocico.
La escena surrealista, propia de una película de bajo presupuesto de algún canal de la televisión por cable, fue real. El escenario fue el patio ...
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