El efecto Bolsonaro sobre la Amazonia y el futuro del clima brasileño: «No se puede combatir el desmonte sin enfrentar el agronegocio» - Semanario Brecha
El efecto Bolsonaro sobre la Amazonia y el futuro del clima brasileño

«No se puede combatir el desmonte sin enfrentar el agronegocio»

En un nuevo estudio publicado en Nature, la investigadora en química atmosférica Luciana Gatti y el equipo que lidera rastrearon el «efecto Bolsonaro» sobre la mayor selva tropical del planeta. En la semana en que se celebra el Día de la Amazonia, Gatti conversó con Brecha sobre su investigación.  

Amazonia brasileña, en el estado de Pará. AFP, MAURO PIMENTEL

Como Gatti y su equipo habían alertado en julio de 2021, con datos recolectados entre 2010 y 2018, la Amazonia, finalmente, se convirtió en una fuente neta de emisión de carbono. En un estudio publicado la última semana de agosto en la revista Nature y que analiza datos de 2019 y 2020 –los dos primeros años de gobierno de Bolsonaro–, la doctora en Ciencias, especialista en química atmosférica y coordinadora del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE, por su sigla en portugués) y el equipo que ella lidera encontraron un panorama aún más alarmante. Las emisiones de gases de efecto invernadero aumentaron un 89 por ciento en 2019 y un 122 por ciento en 2020 respecto a la medición anterior. Como revela el nuevo estudio, la flexibilización de las políticas públicas tiene un papel fundamental en la destrucción de ese ecosistema.

—¿Cómo resumiría los resultados obtenidos en este nuevo estudio?

—Yo diría que nos sorprendió cómo dos años de falta de políticas públicas de control del desmonte afectaron tan enormemente a la Amazonia. Al punto de que la región oeste, que era una región neutra en materia de emisiones, dejó de serlo. Cuando digo neutro me refiero a que las absorciones de la selva están compensando la totalidad de las emisiones. Durante los primeros años del gobierno de Bolsonaro, eso dejó de suceder. El desmonte avanzó en las regiones más preservadas de la Amazonia, regiones que, justamente por ser las más preservadas, son muy importantes para el balance de gases en la atmósfera.

Con lo que hemos aprendido con el lado este de la Amazonia, el desmonte lleva a un cambio de la condición climática, que luego genera estrés para la selva, que deja de funcionar como lo venía haciendo. Hoy una parte importante de la Amazonia que estaba sana está dejando de serlo a causa de las acciones humanas. Eso muestra cuán nocivo es para la propia continuidad de la selva el proyecto de usar tierras amazónicas para aumentar el área agrícola.

Existe una correlación muy fuerte entre la condición climática y el funcionamiento de la selva, y la resiliencia de esta última no parece ser tan grande como se decía previamente. En dos años vimos que las emisiones amazónicas aumentaron un 122 por ciento. El desmonte aumentó un 80 por ciento. El área cultivada de soja aumentó un 68 por ciento, la de maíz, un 58 por ciento y la dedicada a los rebaños bovinos, un 13 por ciento. Y, atención: la exportación de madera bruta aumentó un 693 por ciento. Esos son datos oficiales, gubernamentales, por lo que imaginamos que el escenario real puede ser peor. Por ejemplo, bajo la gestión del ministro de Ambiente de Bolsonaro, Ricardo Salles, se eliminó la obligación de que los exportadores de madera tuvieran licencias emitidas por el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales, lo que significó que los empresarios pudieron declarar de su propio puño y letra que las suyas eran áreas reforestadas o de eucaliptos, mientras que en los hechos vendían maderas seculares. Hubo una extracción gigantesca de madera, y eso probablemente explica por qué el aumento de las emisiones de carbono fue mayor proporcionalmente que el aumento del desmonte y otras actividades. Es necesario poner un freno al comercio de madera en la Amazonia, porque está siendo una fuente de degradación muy significativa.

—¿Qué significa que la selva deje de absorber y deje de tener ese papel como reguladora de emisiones?

—No existe una medida de cuánto absorbe la selva, existe una medida del resultado final. Y, si estamos viendo una emisión neta, significa que existen más emisiones que absorciones. Hace un año y medio que estamos haciendo unas mediciones que nos van a dar la cantidad de absorción que efectivamente hay, pero en este estudio eso todavía no aparece. Al ver el dato, el 122 por ciento de aumento de emisiones, nos preguntamos: ¿es que la selva absorbió menos?, ¿o es que las emisiones aumentaron? Sabemos que la mayor parte de la absorción ocurre en la estación lluviosa, y durante esa estación no hubo cambios en el comportamiento de la Amazonia como un todo en relación con el promedio de esa estación entre 2010 y 2018, cuando sí ocurrieron graves problemas en la estación seca, con el desmonte y las quemadas efectuadas por los empresarios, que aumentaron el área quemada en un 42 por ciento.

En el período estudiado ahora existe una emisión importante que no vino del fuego, sino que –creemos– responde a la degradación que ocurrió en relación con el desmonte y con la extracción de madera. El hecho de que ocurra durante la estación seca muestra que el problema no es que la selva absorbió menos, el problema es que las emisiones humanas aumentaron. Y para tener certeza de eso existen las alertas de desmonte. Esos mapas nos muestran que donde las emisiones aumentaron, el desmonte también aumentó. Para mostrar que eso tiene que ver con la falta de políticas públicas, mapeamos las multas, los embargos y las destrucciones de equipamientos utilizados en los crímenes ambientales, un trabajo que hicimos junto con colegas de todas las áreas estatales implicadas. Vimos que todo ese contralor fue casi cero durante el gobierno de Bolsonaro, en una caída gigantesca con lo ocurrido previamente. Así fue que comprobamos que fue claramente la retirada de las políticas públicas lo que permitió el avance del agronegocio en la Amazonia, con consecuencias mucho mayores de las hasta ahora imaginadas.

—¿Qué destino tienen esas tierras que sufren las quemadas y el desmonte?

—Generalmente esas son acciones de grileiros, especuladores ilegales que luego comercializan esas tierras. El grileiro va con el maderero, deforesta, retira las maderas de mayor valor, el maderero las exporta, luego prenden fuego y venden esa tierra al criador de ganado. Hay todo un movimiento criminal de apropiación de tierras públicas, todo un sistema de comercio. Es terrible anunciar que el área agrícola aumentó un 70 por ciento, porque es un absurdo que aumente la producción sojera a costa de desmontar la Amazonia. Un colega llama agrosuicidio a esa operativa del agronegocio, porque los empresarios están matando la fábrica de las lluvias.

—Algo que va a afectar, en otras regiones del país, a sus propios negocios…

—Exactamente. El conjunto del agronegocio paga el precio por esa estrategia de lucro de una pequeña parte de los productores que compran tierras ilegales más baratas y desmontan regiones que deberían operar como reservas legales. En las regiones donde aumenta el desmonte, se pierde la lluvia y aumenta la temperatura; no hay vuelta. En lugares como la reserva federal Floresta Nacional do Tapajós, que se convirtió casi en una isla en medio de la soja, los árboles mayores están cayendo con una facilidad absurda. Lluvias de 20 minutos están derribando grandes cantidades de árboles. Lo llamaría ogronegocio, porque es sinónimo de ignorancia, y ellos ignoran la función de la selva en la regulación del clima, e incluso su papel en las condiciones climáticas que son tan fundamentales para la agricultura.

Otra cosa que no podemos tolerar son proyectos que hablan de pecuaria sustentable y plantan eucaliptos en la Amazonia; eso es un disparate: es un segundo asesinato, seca todo. Eso contribuye a los eventos climáticos extremos, grandes desastres e inundaciones. Debemos entender que el problema es el desequilibrio que patrocinamos con el uso de la superficie de la tierra. Estamos sustituyendo la naturaleza por algo diferente, y eso tiene consecuencias. ¿El hecho de que Bolsonaro y Salles hayan acelerado el desmonte en Brasil de forma insana, cortando 24 árboles por segundo, no estará relacionado con la gravedad de la crisis de sequías, inundaciones y deslaves que vivimos? Los árboles son parte de la producción de lluvia: toman agua del subsuelo y la vierten en forma de vapor en la atmósfera, en ese proceso enfrían el ambiente. Cuanto más se desmonta, más calor hace y más carbono se emite, y esto acelera el cambio climático. Eso contribuye al aumento de desastres, porque esos gases mantienen el calor en la atmósfera y, como está más caliente, más agua se queda en la atmósfera. Cuando llega un frente frío, hay mucha más agua para llover en un corto espacio de tiempo, y por eso se dan esos volúmenes de lluvia: cuanto mayor es la diferencia de temperatura, mayor es la intensidad del evento.

—Uruguay acaba de vivir una de las peores sequías de su historia, y tiene vastas áreas plantadas de eucalipto para alimentar plantas de celulosa…

—El eucalipto tiene un papel importantísimo en ese sentido, porque va secando ríos y nacientes. Recientemente fui a visitar una ecovila, que hace seis años que está en disputas con la papelera Suzano porque les secó el río. Esas industrias se llevan solamente la materia prima, la pasta, crean poquísimo empleo y se roban el agua de Brasil. Lo que dejan es la seca. Si quieren hablar de renta, deberían traer la industria del papel para acá. Hay muchas cosas que precisan ser revisadas en ese proyecto de América Latina como exportador de commodities. Hay una extracción gigantesca de nuestros potenciales naturales y nuestras reservas, que conlleva un desequilibrio climático que nos va a llevar a un colapso muy rápidamente. Desindustrializados, con poco empleo y, encima, perdiendo nuestras condiciones climáticas, vamos hacia un completo desastre. Es un plan de fracaso a mediano plazo que ya tiene sus consecuencias en el corto plazo, como en el caso de Uruguay con la sequía. Si no hacemos nada, ese colapso va a llegar.

—En este último estudio, los datos son de 2019 y 2020, cuando el gobierno de Bolsonaro se iniciaba y ocupaba los titulares internacionales por la destrucción de la Amazonia. ¿En qué medida ese cambio político explica los resultados descubiertos?

—Para pensar desde el punto de vista político, es necesario mirar cómo el agronegocio se movió en Brasil. Desde el gobierno de Dilma [Rousseff] veíamos que el poder del sector estaba aumentando. En realidad, ya desde antes. En 2012 estaban consiguiendo mayor representación en el Congreso Nacional, lo que quedó demostrado con la aprobación del Código Forestal, que fue una masacre contra la naturaleza y fue un momento bisagra para volver a causar daños a la Amazonia. Fue ese sector también el que estuvo detrás del golpe a Dilma, y es posible ver el crecimiento del desmonte acelerado desde 2016. Temer inició muchos cambios que Bolsonaro agravó cuando llegó al poder. ¿Y quién estaba detrás de la campaña de Bolsonaro? El agronegocio y los militares. Llegó a la presidencia en parte gracias a ese poderío financiero y representó a ese sector de la sociedad en el gobierno. Ese proyecto de «Brasil, hacienda del mundo» es un proyecto que demuestra la terrible ignorancia de sus impulsores. Porque se basa en la idea de que tenemos un país con un clima favorable a la agricultura y de que eso hay que aprovecharlo. Pero tenemos esas ventajas porque somos un país tropical con una vegetación exuberante, eso es parte esencial de nuestra condición climática. En la medida que postulan la destrucción de eso, estamos ante un programa autodestructivo. Yo escuché de la boca de un hacendado que la selva es un desperdicio de tierra.

—¿Cómo evalúa la política ambiental del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva? ¿Ve acciones que permitan creer en una posible reversión del escenario descripto?

—Ese gobierno tiene un problema básico y es la gran alianza que se llevó adelante para poder ganar la elección y sustentarse en el gobierno, incluso con sectores que representan ese modo dañino de hacer las cosas en la dimensión ambiental. Mientras tenemos una excelente ministra de Medio Ambiente, como Marina Silva, tenemos también un ministro de Agricultura que viene del agronegocio [Carlos Fávaro] y que continúa aprobando venenos como hacía la ministra anterior [la representante del agronegocio y actual senadora Tereza Cristina].

No es posible preservar la selva, reducir el desmonte y, al mismo tiempo, ampliar el área agrícola. Ya desmontamos más de lo que podíamos y vemos hoy una modificación climática en la Amazonia que la está haciendo llegar al punto de no retorno, por lo que deberíamos estar en un gran proyecto de restauración de ambientes naturales. Y, sin embargo, vemos al ministro de Minas y Energía queriendo abrir una nueva frontera de explotación petrolera en la desembocadura del río Amazonas, una región que absorbe una cantidad gigantesca de carbono, que tiene corales únicos y una biodiversidad riquísima. Y vamos a arriesgarnos a invertir nuevamente en fósiles cuando deberíamos estar yendo rumbo a energías alternativas, con menos impacto ambiental.

Veo que Lula es más optimista de lo que la realidad nos muestra. Él cree que va a conseguir combatir el desmonte sin enfrentar al agronegocio, y no se puede. En algún momento se va a tener que sentar a la mesa y decirles: «Lo que están haciendo es insostenible, vamos a tener que poner orden en la casa». No hay lugar para la soja y el maíz en la Amazonia. Otro problema es que Bolsonaro dejó a la Amazonia sin ley. Las organizaciones criminales se fortalecieron mucho y se armaron, y enfrentarse a ellas no será como antes. Lo cierto es que el gobierno de Lula es una guerra intestina de distintas fuerzas, y es una incógnita cuánto podrá avanzar en el tema ambiental, para lo que también sería preciso un escenario diferente en el Congreso.

—¿Tiene usted esperanza?

—Soy una luchadora, batallo por la ciencia y por lo que creo que debe hacerse. No podemos desanimarnos, tenemos que hablar cada vez más y más. Siendo bien sincera, tenía miedo de que me dieran un tiro en la cabeza durante el gobierno anterior. Las amenazas y los chantajes eran permanentes, el INPE sufrió una presión enorme. Fui vigilada directamente por la Presidencia de la República, pero tomé la decisión de no callarme, de seguir hablando. Soy una funcionaria pública, por lo tanto, del pueblo. Si yo me quedara quieta porque al ignorante que estaba sentado en la silla presidencial no le estaba gustando el resultado de la investigación científica, no tendría respeto por mí misma. Fueron momentos muy difíciles, pero acá estamos. Así es la pelea que tenemos que dar, y lo haremos lo mejor que podamos.

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