Estimada Ida:
Hace poco más de un mes me senté frente a usted en una mesa redonda, vestida con un amplio mantel blanco, en la cual íbamos a cenar luego de una larga jornada, en un festival organizado en su honor. Estábamos ahí para leer, pero, sobre todo, para verla, admirarla y escucharla. La suerte quiso que quedáramos sentadas una frente a la otra, mientras las personas a su alrededor se movían, le hacían varias preguntas o intentaban tomarse fotos «para la posteridad» o para colgarlas en redes y afirmar: «Yo la conocí: era una poeta famosa y tenía casi 100 años».
En mi mente apareció entonces su poema «Final de fiesta», escrito en 1953, en Palabra dada: «La blanca mesa puesta de esperanza/ el pan, la fruta, el agua, nuestros sueños/ el dispendioso amor sobre los platos/ ¿serán fiesta y...
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