A simple vista, los dos adolescentes parecen estar bien. Hacen bromas entre ellos, desayunan con voracidad y pasan muchísimo tiempo mirando sus celulares. El más joven, Sasha Oleksandr, de 14 años, lleva un buzo con capucha de Call of Duty, por el famoso videojuego. Su hermana, Daryna, es un año mayor y tiene un piercing en la nariz.
No tienen ningún estigma a la vista, pero son parte de los miles de niños y adolescentes que Rusia ha desplazado como consecuencia de su guerra en Ucrania. El gobierno ucraniano dice haber contabilizado 19.546 niños «deportados o desplazados a la fuerza» por Rusia desde la invasión de febrero de 2022. Las propias fuerzas de seguridad rusas hablan de «728 mil niños» originarios de Ucrania llegados a Rusia desde entonces, una cifra que al parecer incluye a los niños evacuados con sus familias.
El investigador estadounidense Nathaniel Raymond (director del Laboratorio de Investigación Humanitaria de la Universidad de Yale) es coautor de uno de los informes más completos sobre el traslado y la reeducación de niños ucranianos durante la guerra. En entrevista con Mediapart, estima que la cifra «mínima» de niños desplazados y deportados está entre «25 mil y 30 mil», y que el «número real es probablemente mucho más alto».
La cifra contempla gran variedad de casos: niños considerados huérfanos que fueron enviados a Rusia para su adopción, niños desplazados como «evacuados» de zonas de guerra, enviados a «campamentos de vacaciones» durante semanas o meses, etcétera. Más allá de la diversidad de casos, esos números apuntan a una realidad habitual: en los territorios ucranianos que ocupa, Rusia pone en práctica una política selectiva dirigida a los niños, a los que se esmera por convertir en pequeños buenos ciudadanos de la Federación Rusa, aunque esto signifique sacarlos de sus casas, separarlos de sus familias o retenerlos contra su voluntad.
VACACIONES EN EL CAMPAMENTO MECHTA
Para Sasha y Daryna Oleksandr, la historia comenzó con la esperanza de pasar unos días de vacaciones al aire libre. En octubre de 2022, los dos adolescentes ucranianos vivían con su madre, Tetyana, en la ciudad de Jersón, en el sur de Ucrania. Su vida diaria no era fácil, entre la guerra y la ocupación. Las fuerzas rusas tomaron la ciudad en marzo de 2022 e intentaron imponer su poder. Pero las tropas ucranianas lanzaron una contraofensiva para intentar recuperar el control y los combates se recrudecieron.
El 5 de octubre de 2022, la administración ocupante anunció que, debido al «creciente bombardeo», los liceos de Jersón tendrían vacaciones durante 15 días. Poco después, sonó el teléfono de Tetyana, la madre de los adolescentes. «Era su profesora», recuerda. «Me dijo: “Si querés, tus hijos pueden ir de vacaciones a Eupatoria, en Crimea”.» La profesora le aseguró que era la mejor opción, «para la salud de los niños», para que pudieran alejarse de la guerra por unos días. El campamento era organizado por las autoridades locales, en coordinación con el gobierno central ruso.
Tetyana dijo que sí. La familia conocía a otros niños que habían pasado algunas semanas en campamentos de Crimea y «no tenían motivos para preocuparse», recuerda Daryna. Hermana y hermano salieron con otros alumnos de su liceo. Cruzaron el Dniéper en barco y luego se subieron a buses con destino a Crimea, la península que Rusia anexionó en 2014.
Eupatoria, una ciudad de tamaño medio, está en la costa occidental. Cuenta con tres «campamentos de vacaciones», cada uno con un nombre más bucólico que el anterior: Luchistyy («radiante»), Druzhba («amistad») y Mechta («sueño»). A los hermanos los enviaron a Mechta y después a Druzhba.
Se quedaban en un pequeño complejo con habitaciones, cantina y canchas de deportes. Su rutina diaria consistía en ejercicio físico, comidas «a veces lamentables», algunas actividades lúdicas (incluida una «noche de discoteca» y un corto viaje al mar) y, hacia el final de la estadía, «unas cuantas lecciones», como recuerdan Daryna y Sasha Oleksandr.
«Álgebra, matemáticas, física… nada interesante», dice Daryna. Más que por el contenido de las actividades, los niños estaban marcados por las circunstancias que rodeaban el final de su estadía. Se suponía que iban a pasar «dos semanas, como máximo», según les había dicho su profesora, pero al final de ese período, la docente vino a decirles que la estadía sería más larga. «Entró a nuestro cuarto y nos dijo: “Los ucranianos están atacando Jersón, hay bombardeos. Si quieren volver a casa, sus padres tienen que venir a buscarlos en persona”», recuerda la mayor.
Tetyana consiguió pasar a buscar a sus hijos al cabo de un mes. No sucedió lo mismo con todos los jóvenes de los campamentos de Luchistyy, Druzhba y Mechta. Posteos en las cuentas de Telegram de funcionarios y políticos rusos y ucranianos implicados en la organización de estos campamentos revelan que algunos internos estuvieron retenidos allí al menos hasta marzo, casi seis meses.
El equipo de investigadores de la Universidad de Yale liderado por Raymond, que publicó en febrero de 2023 una de las investigaciones más completas sobre el traslado de niños ucranianos, identificó cuatro campamentos de vacaciones administrados por Rusia en los que a los niños «se les demoró la fecha de regreso durante varias semanas» o, incluso, «de forma indefinida».
«Separar a los niños de sus padres por períodos indefinidos», aunque sus progenitores hayan aceptado inicialmente su «reubicación temporal», «puede constituir una violación de la Convención sobre los Derechos del Niño», según los autores del informe.
CÁNTICOS PATRIÓTICOS Y REEDUCACIÓN
En lo relativo a las clases, aunque Daryna y Sasha Oleksandr no las recuerdan muy bien, los organizadores de los campamentos no ocultan su objetivo: hacer de los internados pequeños buenos rusos. «Los niños aprenden historia rusa con mucho interés, estudian la Gran Guerra Patria [como llaman en Rusia a la Segunda Guerra Mundial] y aprenden himnos patrióticos», afirma la dirección del campamento Luchistyy, en Eupatoria, citada por Vladímir Konstantínov, presidente del Parlamento de Crimea, en su canal de Telegram. «También cantaron uno de ellos durante nuestra reunión», señaló Konstantínov tras una visita al campamento.
Una de las imágenes del campamento publicadas por Konstantínov muestra a niños y adolescentes sobre un escenario, desplegando una enorme bandera rusa. Las niñas llevan cintas en el pelo o en el cuello con los colores del pabellón: rojo, azul o blanco. Otra imagen, que presenta «creaciones hechas por niños», muestra un dibujo con una mujer que parece llevar un uniforme del Ejército ruso, así como una bandera roja, azul y blanca coronada por un sol.
«El objetivo principal de estos campos parece ser la reeducación política», señalan los investigadores de la Universidad de Yale en su informe de febrero de 2023, tras investigar 43 lugares donde se mantiene retenidos a niños ucranianos. El equipo ha continuado su trabajo y ahora investiga «más de 80 lugares» donde se piensa que hay niños retenidos, según explica a Mediapart Nathaniel Raymond.
Los intentos de «reeducación política» no son siempre sutiles. Un episodio en particular ha dejado huella en Daryna, la adolescente de Jersón. Un día, uno de los supervisores del campamento «reunió a todos en una habitación», recuerda. Allí, delante de todos los niños, el hombre insistió en que «Ucrania es un Estado terrorista y todo es culpa suya». «Todo»: la guerra y su rastro de destrucción. Luego «nos dijo que nuestros padres nos habían abandonado y que ahora íbamos a vivir aquí», afirma la adolescente.
Otros jóvenes de Jersón que pasaron por los campamentos de Eupatoria dicen que quienes se mostraban proucranianos eran objeto de humillaciones y tratos crueles. Algunos de estos maltratos habrían sido cometidos por el mismo hombre que aseguró a Daryna y sus compañeros que todo era «culpa de Ucrania». El sitio web ruso independiente de investigación The Insider afirma que ha logrado identificarlo: se trataría de un exmiembro de las Bérkut, las violentas unidades especiales de la Policía ucraniana que se plegaron a Rusia cuando la anexión de 2014.
«HUÉRFANOS» ENVIADOS A RUSIA EN ADOPCIÓN
Las estadías de «reeducación política» están destinadas sobre todo a niños ucranianos cuyos padres están vivos e identificados. Para aquellos a quienes se considera huérfanos, las autoridades rusas tienen otros planes: por lo general, se los manda a Rusia, voluntaria o forzosamente, para integrarlos en familias de acogida o adoptarlos, según sostienen los investigadores de derechos humanos y las ONG que han trabajado en el tema.
Hay varios motivos de preocupación. Los orfanatos ucranianos de los que han sido desplazados estos niños no solo acogen a huérfanos, sino también a niños enviados allí debido a las dificultades de sus familias, según dicen las autoridades ucranianas. En otros casos, las autoridades rusas parecen haber hecho caso omiso a los lazos familiares existentes.
Como sucede con el resto de su política de desplazamiento y rusificación de los niños ucranianos, Moscú insiste en que su objetivo principal es «protegerlos». El 2 de enero de 2023, Vladimir Putin pidió oficialmente a su gobierno y a la comisionada presidencial para los Derechos del Niño que se tomaran medidas para «identificar a los menores […] que se han quedado sin protección parental» en las regiones ocupadas de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, para así darles «asistencia social estatal […] lo más pronto posible».
El argumento no engaña a nadie. Un grupo de investigadores, en trabajo por encargo de Naciones Unidas, documentó «el traslado de 31 niños de Ucrania a Rusia en mayo de 2022» y concluyó que se trataba de «una deportación ilegal, que constituye un crimen de guerra». El 17 de marzo de 2023, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió órdenes de detención contra el presidente ruso y contra su comisionada para los Derechos del Niño, María Lvova-Belova, quienes podrían ser declarados culpables del «crimen de guerra de deportación ilegal de niños y del crimen de guerra de traslado ilegal de niños», según detalló el organismo internacional.
Uno de los contactos habituales de los investigadores de la CPI es el hiperactivo Mykola Kuleba. De unos 50 años, el fundador de la ONG Save Ukraine lleva 25 trabajando para proteger a los niños en Ucrania. Su organización se esfuerza en la actualidad en repatriar a los niños ucranianos enviados a Rusia.
Su equipo prepara documentación con las familias de los niños para demostrar que tienen un familiar vivo en Ucrania, organiza la logística para su regreso y completa decenas de expedientes para la CPI sobre el desplazamiento forzoso de niños. Save Ukraine dice haber repatriado ya a 223 niños, de un total de 387 retornos anunciados por las autoridades de Kiev.
Gracias a esta ONG, Tetyana, Daryna y Sasha Oleksandr pudieron regresar a Ucrania. Tras el campamento de Crimea, la familia debió pasar por otro calvario: se vieron obligados a trasladarse a Rusia.
EL GRUPO WAGNER Y SU «HEROÍSMO»
Cuando la madre fue a recuperar a sus hijos, gracias a un vecino que la acompañó en coche hasta la otra orilla del Dniéper, los niños se tranquilizaron. «Todo se hizo más liviano», recuerdan. Pero llegado el momento de cruzar nuevamente el río para volver a casa, en Jersón, las cosas se complicaron.
«Cuando nos acercamos para cruzar el puente, vimos una fila larguísima de autos esperando», recuerda Tetyana. «Los soldados rusos que estaban ahí se rieron y me dijeron: “¿Quién te dijo que podés volver a Jersón?”.» La ciudad estaba a punto de ser tomada por las tropas ucranianas. Los combates estaban cerca. La administración militar rusa se negó a permitir que nadie volviera a la ciudad.
«El comandante de la zona nos prohibió volver a la orilla derecha. Nos dijo que el puente había explotado y que los peatones no podían cruzar», relata Tetyana. «Estuvimos tres días varados ahí. Había bombardeos a cada rato. Los soldados rusos nos dijeron que teníamos que tomar los autobuses de evacuación, que nos llevarían a un lugar seguro.»
Una vez más, para proteger a sus hijos, la mujer dijo que sí. El 12 de noviembre, una sucesión de autobuses y trenes llevó a la familia a la región de Krasnodar, donde fueron alojados en un sanatorium, un hotel soviético para la clase trabajadora. Allí se quedaron nueve meses, los tres en un cuarto pequeño «sin mesa ni sillas».
Los dos adolescentes asistieron entonces al liceo ruso. Veteranos de la Gran Guerra Patria iban a las clases para contarles sus historias. El profesor de Sasha le hablaba habitualmente del «grupo Wagner y su heroísmo». Debían «cantar el himno ruso, canciones de Wagner y mirar películas de propaganda rusa», recuerda Daryna.
Un día, un adolescente de la escuela les dijo a ella y sus amigas: «¡Gloria a Rusia!». Las chicas contestaron: «¡Gloria a Ucrania!». Al otro día, dice la madre de la adolescente, «llamaron a todos los padres de las niñas», incluida ella. «Agentes de Policía y representantes de los servicios sociales nos dijeron: “Si ustedes no saben cómo hacer para que sus hijos respeten las reglas, les vamos a sacar la patria potestad”.»
Pero la «integración» forzosa en la Federación quedó en nada. Sasha Oleksandr empezó a faltar a clase cada vez más seguido y para Daryna todo resultaba «repugnante». Al final, fue el ingenio de Daryna el que los salvó. Luego de instalar una VPN en su celular para eludir las restricciones rusas en internet, contactó a unos amigos que habían conseguido volver a Ucrania. Ellos le hablaron de Save Ukraine. Daryna encontró la página de Instagram de la ONG y les dejó un mensaje. Recibió una respuesta y pocos días después, la familia volvió a Kiev, donde vive hasta hoy.
«DESTRUIR LA IDENTIDAD UCRANIANA»
Se quedaron en un hotel reconvertido en centro de acogida para niños repatriados, y para sus familias, en caso de que la tengan. En este momento se hospedan ahí 24 niños: huérfanos a la espera de familias de acogida y niños que tienen familia pero que por ahora no pueden volver a casa porque sus hogares están en el frente o en territorios ocupados por Rusia.
«Tengo mucho trabajo acá», dice Olena Kapustiuk, una de las psicólogas. Le preocupa especialmente el destino de los desplazados más jóvenes: «Los adolescentes se saben adaptar. Si es necesario, saben cómo arreglárselas, cómo mentir o engañar. Los más chicos, en cambio, son tan frágiles…». A diferencia de Daryna, los niños más pequeños no suelen tener acceso a un celular con internet para denunciar su situación o buscar ayuda.
Desde su oficina, Kuleba observa con pesadumbre los planes de Rusia. «Hay tres razones por las que las autoridades rusas hacen todo esto a los niños», sostiene el activista. «En primer lugar, les permite destruir la identidad ucraniana», lo que para él se trata de un «genocidio». «En segundo lugar, usan a los niños ucranianos como solución a la crisis demográfica de Rusia. Por último, los entrenan para que más adelante participen de la guerra, ya sea en Ucrania o en otros lugares.»
(Publicado originalmente en Mediapart. Titulación de Brecha.)