La decisión de India de abstenerse en la Asamblea General de la ONU cuando se votó un alto el fuego en Gaza en octubre de 2023 –alineándose con Israel, Estados Unidos y sus aliados del bloque occidental en contra de 121 países– es una muestra de las posturas contradictorias del gobierno de Narendra Modi, que trata de ocupar una posición prominente en un orden mundial cambiante. En otros ámbitos, Modi se ha apresurado a rechazar cualquier crítica a su historial de derechos humanos o a sus retrocesos democráticos, por considerarla propia del Occidente imperialista y colonial, mientras defiende la pretensión de India de liderar el Sur global. Esta es una parte importante de la atracción que ejerce Modi sobre su base. Una encuesta reciente mostró que la gente en India, aunque no es optimista sobre su propio futuro en términos de economía, bienestar o seguridad de las mujeres, cree que el país está actuando bien en la escena internacional.
El reposicionamiento hacia el eje estadounidense no es nuevo, se viene produciendo desde que India abrió su economía, en 1991, se alejó del modelo proteccionista dirigido por el Estado y se acercó al bloque occidental en lo económico, pero también en lo político, presentándose como la «mayor democracia del mundo» y participando en la «guerra contra el terrorismo». Es un posicionamiento al que Washington ha dado la bienvenida en su nueva guerra fría con China, en la que recurre a India como una «democracia asiática» a la que debe incluirse en formaciones como el QUAD (siglas en inglés para Diálogo de Seguridad Cuadrilateral) junto con Japón y Australia. En una visita a Estados Unidos en junio de 2023, Modi fue recibido con una salva de 21 cañonazos, una cena en la Casa Blanca y la invitación a dar un discurso ante las dos cámaras del Congreso. Mientras tanto, por cuarto año consecutivo, la Comisión de Estados Unidos para la Libertad Religiosa Internacional recomendó que el Departamento de Estado designara a India como «país de especial preocupación» debido a sus «violaciones sistemáticas, continuas y flagrantes de la libertad religiosa». El fundador de Genocide Watch ha advertido sobre la inminencia de un genocidio contra los musulmanes en India, The Washington Post y The NewYork Times vienen aportando constantemente pruebas del creciente autoritarismo de Modi e India sigue en caída en casi todos los indicadores mundiales: democracia, libertad de los periodistas, pobreza, etcétera.
Si bien la geopolítica sustenta la relación entre Estados Unidos e India, otros factores también explican la creciente cercanía de la India de Modi con Israel y más concretamente con el gobierno de Benjamin Netanyahu. Como lo explica Azad Essa en Hostile Homelands: The New Alliance Between India and Israel (Patrias hostiles. La nueva alianza entre India e Israel), mientras mantenía su postura oficial a favor de la autodeterminación palestina, India empezó en los años sesenta a comprar discretamente tecnología de defensa y a recibir entrenamiento de Israel. Bajo Modi, la asociación de defensa se reforzó y es motivo de celebración, en tanto que el apoyo a Palestina se ha vuelto más condicional.
Modi y Netanyahu se reconocen y respetan mutuamente como gobernantes autoritarios; el nacionalismo hindú y el sionismo tienen grandes afinidades como movimientos de dominación mayoritaria, ambos Estados se ven a sí mismos hermanados en el combate al «terrorismo islámico» y los capitalistas favoritos de Modi tienen ahora inversiones considerables en Israel. Estas características se derivan de tres elementos centrales e interrelacionados de la «nueva India» de Modi: el éxito del proyectoque busca hacer de India una nación hindú, la capacidad de Modi para asegurarse el apoyo del capital y permitir así una forma depredadora de acumulación acelerada para sus empresarios amigos y, más ampliamente, para los capitalistas como clase, y su capacidad para maniatar a la población mediante una hábil combinación de carisma personal, políticas sociales populistas, cooptación de las instituciones y represión abierta.
NACIONALISMO HINDÚ
Lo que distingue a Modi de otros políticos populistas autoritarios, como Bolsonaro, Erdoğan, Duterte o incluso Trump, es la larga y profunda base ideológica y organizativa del movimiento al que pertenecen él y su Partido Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés). El Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), la organización que encabeza el movimiento de nacionalismo hindú conocido como Hindutva, se fundó en 1925 como una de las corrientes de la resistencia nacionalista al colonialismo británico y extrajo su idea supremacista etnorracial de nación del fascismo europeo.
Desde el principio, el movimiento ha tenido dos puntales. Primero, fabricar una identidad hindú mayoritaria a partir de las diversas sectas y prácticas del subcontinente en el marco de una definición de hinduismo patriarcal, brahmánica (de la casta privilegiada) y apegada a los textos sagrados. Esto implica resistir los desafíos planteados por la casta oprimida de los dalits al orden de castas jerárquico y, al mismo tiempo, cooptar tanto a dalits como adivasis (las comunidades indígenas) en el redil hindú. En segundo lugar, fijar esta identidad definiendo a otros grupos –como musulmanes y cristianos– como ajenos a la nación. El RSS dispone de un vasto aparato organizativo para obtener un amplio consentimiento a sus doctrinas, con miles de frentes en todo el país, dirigidos a niños, jóvenes, mujeres, estudiantes, trabajadores (controla la mayor central sindical del país), soldados, adivasis y diferentes castas. También dirige escuelas y actividades caritativas y de servicio, incluidas labores de socorro durante catástrofes naturales. El BJP, formado en 1984 por la unión de partidos anteriores afiliados al movimiento, logró prominencia con campañas opuestas a ampliar las políticas sociales a un mayor número de castas y militando en pos de borrar los símbolos de la historia musulmana en India en favor de un pasado «auténtico» hindú.
La intención genocida de los esfuerzos de Modi por erradicar la vida musulmana ha quedado clara desde que fue elegido por primera vez a nivel federal, en 2014. Aunque es inconcebible que 196 millones de musulmanes, un 14 por ciento de la población, puedan ser aniquilados, sí se los puede someter a la violencia y la humillación, silenciarlos, marginarlos y quitarles sus derechos básicos. Desde la reescritura de los libros de texto hasta el cambio de nombre de ciertos lugares, la presencia más que milenaria del islam en la historia india está siendo eliminada sistemáticamente.
Desde 2014 se ha registrado un número creciente de linchamientos de hombres musulmanes a manos de grupos parapoliciales, que los acusan de comer o vender carne de res o de «seducir» a mujeres hindúes para casarse con ellas y convertirlas al islam. Los musulmanes pobres son los blancos principales, atacados y golpeados por grupos de vigilantes que los obligan a recitar «Jai Sri Ram» (alabado sea Rama). Ni siquiera estrellas de cine y jugadores de críquet famosos se han salvado de los trolls y las amenazas por ser musulmanes. Las llamadas al boicot económico de las empresas musulmanas han agravado la marginación económica y social, que ya era una realidad omnipresente en muchas partes del país.
En uno de los estados gobernados por el BJP, las mujeres que llevan hiyab no pueden inscribirse en la universidad, bajo el entendido de que la Constitución prohíbe llevar símbolos religiosos en instituciones públicas. Sin embargo, en esas instituciones son habituales los rezos y las prácticas hindúes. Durante las festividades del hinduismo es cada vez más frecuente ver multitudes de hombres con bandanas color azafrán, armados con palos y espadas, que se pasean agresivamente por los barrios musulmanes cantando canciones y eslóganes contra el islam, golpeando a quienes siguen esa religión y destruyendo sus bienes. Obedecen así a los líderes extremistas que han convertido en un deber religioso violar y matar a musulmanes.
Modi y los miembros de su partido guardan silencio ante esta violencia. A veces toman distancia y la describen como obra de individuos aislados, pero en la mayoría de los casos hacen alusiones apenas veladas en busca de provocar e intensificar la polarización con fines electorales. Casi ninguno de los autores de los linchamientos ha sido detenido. Al contrario, los hombres implicados en la violación en grupo de una mujer musulmana y en el asesinato de varios musulmanes durante el pogromo antimusulmán de Gujarat en febrero-marzo de 2002, cuando Modi gobernaba ese estado, así como los implicados en el linchamiento de un comerciante de ganado musulmán, han sido liberados y saludados como héroes por los diputados del BJP. La Policía asiste con regularidad a los actos violentos y las autoridades municipales de los estados gobernados por el BJP, con el pretexto de combatir las «construcciones ilegales», destruyen los comercios y las propiedades de los musulmanes que protestan.
Durante el segundo mandato de Modi, que comenzó en 2019, los gobiernos del BJP adoptaron una serie de leyes destinadas a privar de derechos a los musulmanes. Varios estados gobernados por el BJP han aprobado leyes de protección de las vacas y que prohíben los matrimonios interreligiosos, sumando la fuerza de la Policía y de los tribunales a la violencia de los grupos parapoliciales. En 2019, tres grandes cambios legislativos y jurídicos, incluida una ley de enmienda de la ciudadanía, transformaron irrevocablemente la naturaleza de la ciudadanía india, convirtiendo de hecho a los musulmanes en ciudadanos de segunda clase de una nación hindú.
Una de estas leyes, la ley de reorganización de Cachemira, institucionalizó la ocupación india de esa región al norte del país. La norma abolió la autonomía limitada que la Constitución india le concedía y eliminó la prohibición de vender tierras a los no cachemires, abriendo el camino a la ocupación a gran escala y a la transformación demográfica. Cachemira es una de las regiones más militarizadas del mundo, con frecuentes cortes de internet, detenciones arbitrarias –en particular, de periodistas y activistas de derechos humanos, en virtud de leyes «antiterroristas» draconianas–, desapariciones y «asesinatos en enfrentamientos» a manos de una Policía y un Ejército que gozan de impunidad como consecuencia de la ley de poderes especiales de las Fuerzas Armadas, en vigor en Cachemira desde hace más de 30 años.
Los cristianos (al igual que los musulmanes, considerados seguidores de una religión foránea) han sido objeto de violentos ataques por llevar a cabo supuestas actividades de conversión entre adivasis y dalits (lo que podría reducir la «mayoría» hindú). Los cálculos electorales sobre las ventajas de crear una base hindú extremista también han motivado la reciente campaña de violaciones y asesinatos de cristianos en el estado de Manipur, en el noreste del país. En el noroeste se ha buscado deslegitimar un amplio movimiento de protesta contra leyes agrícolas neoliberales acusando a los agricultores sij que lo lideran de «separatistas» y «terroristas». Otros han sido, igualmente, tachados de «antinacionales» y han sido atacados por fuerzas parapoliciales y del Estado. Intelectuales y activistas de izquierdas y liberales, periodistas, profesores y estudiantes universitarios, artistas, feministas y miembros de organizaciones de la sociedad civil son señalados como parte de una élite anglófila y «seudosecularista», contra la cual el BJP se presenta como representante de la nación auténtica.
CAPITALISMO DEPREDADOR
La tasa de crecimiento relativamente alta de India (7,2 por ciento en 2022-2023) oculta la creciente desigualdad, el desempleo y el empobrecimiento reflejados en los datos relativos a la desnutrición, la mortalidad infantil y la salud de las mujeres. El gobierno de Modi ha fracasado de forma espectacular a la hora de abordar los mayores desafíos económicos de India: aumentar la inversión en la industria, atraer la inversión extranjera, crear empleos y ampliar las exportaciones. Las tasas de crecimiento reflejan en parte el poder de consumo de una «clase media» que, aunque importante en términos absolutos, solo representa una pequeña parte de una población de 1.400 millones de habitantes. Gran parte de la explicación de esto reside en la naturaleza de ese crecimiento, originado por la compra de activos en situación de quiebra por especuladores internacionales, la adquisición de tierras y recursos a costos extraordinariamente bajos y el acceso privilegiado al capital y a los mercados por los capitalistas más favorecidos por el Estado.
El gobierno adoptó una serie de leyes neoliberales que dan «facilidad para hacer negocios», entre ellas, reformas laborales que distorsionan el derecho laboral y cambios en las normas medioambientales para facilitar el acceso de las empresas a los recursos naturales. Los planes para privatizar aún más los activos públicos incluyen la autorización de la explotación comercial del carbón, el aumento del límite a la inversión extranjera en la fabricación de material militar, la subasta de aeropuertos a asociaciones público-privadas y la cesión de activos del sector público a agentes privados en régimen de «arrendamiento a largo plazo». Tres nuevas leyes agrícolas, aprobadas de apuro por el Parlamento en 2020, casi sin dar tiempo para el debate, habrían revertido las políticas que garantizaban a los agricultores la posibilidad de vender una cierta cantidad de su producción a un precio fijo y habrían abierto el mercado agrícola a grandes firmas monopólicas si no fuera porque los agricultores protestaron en masa.
Durante los 14 años que pasó como jefe del estado de Gujarat, donde perfeccionó su modelo de gobierno, Modi forjó estrechas relaciones con los principales actores del mundo empresarial de esa región, quienes financiaron su campaña federal en 2014. Estos amigos, especialmente los más cercanos a él, Gautam Adani y Mukesh Ambani, han sido recompensados con ayudas para adquirir terrenos baratos y licencias para construir desde puertos hasta universidades. En marzo de 2022, Hurun Global Rich List informó que Adani, quien se había convertido en la segunda persona más rica de India y Asia en 2020, había agregado 49.000 millones de dólares a su fortuna en 2021, o sea, más que los tres primeros multimillonarios del mundo, Elon Musk, Jeff Bezos y Bernard Arnault, lo que representa un aumento de riqueza del 153 por ciento en un año en el que India se vio devastada por la pandemia. La fortuna de Ambani, que sigue siendo el hombre más rico de India, aumentó un 24 por ciento ese año. En los diez años transcurridos desde que Modi se convirtió en primer ministro, la fortuna de Ambani aumentó un 400 por ciento y la de Adani un 1.830 por ciento, aunque, como reveló un informe publicado en enero de 2023 por Hindenburg Research, la manipulación de las acciones y el fraude contable permitieron que la fortuna de Adani fuera masivamente sobrestimada. En un plano más general, en la última década el número de multimillonarios indios ha aumentado, al igual que la riqueza que han acumulado.
Los ricos se han enriquecido también gracias a una masiva reducción de impuestos a las grandes empresas y fortunas, lo que contribuyó al creciente déficit presupuestario del país. Mientras que el capitalismo depredador hecho posible por Modi ha desplazado, desposeído y empobrecido a un gran número de personas, el gasto de India en protección social sigue siendo de los más bajos del mundo. Lo invertido en salud se mantiene entre el 1,2 por ciento y el 1,6 por ciento del PBI y disminuyó en 2021, mientras que las inversiones en educación representaron una media del 3 por ciento del PBI en las dos últimas décadas. En 2022, Oxfam informó que, durante la pandemia, unos 46 millones de indios cayeron en la pobreza extrema.
* Aparna Sundar es doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Toronto. Su trabajo se centra en la economía política, la política comparada y las políticas de desarrollo, con especial atención al sur de Asia. Además de dictar cursos en la Universidad de Toronto, ha enseñado en la Universidad Azim Premji y en el Instituto para el Cambio Económico y Social, ambos en Bangalore, India.
(Publicado originalmente en New Politics. Traducción de fragmentos a cargo de Brecha.)