Durante los 80 minutos de este documental se asiste a conversaciones entre dos actores principales: un enfermo en Uruguay afectado por una enfermedad progresivamente invalidante en sus etapas finales (esclerosis lateral amiotrófica) y un médico en España dedicado a la atención de este tipo de situaciones. Sobrevuela el tema de la eutanasia y de los cuidados paliativos, pero no es ese el verdadero núcleo del documental, sino la profundidad que puede alcanzar la relación médico-paciente y médico-familia en las proximidades de la muerte.
La película muestra la raíz de lo que significa ser médico. Como lo indica su origen etimológico, médico viene del latín medicus, del verbo medeor, es decir, «cuidar». No existiría el ser médico si no existiera la necesidad de cuidar al ser enfermo, al que ronda la presunción de la muerte. En este caso, se muestra un ejemplo de conducta médica particular frente al desahuciado. No es, sin embargo, una fría receta, sino la expresión original de una intención, de una voluntad de abrigar y alentar.
La mitología griega consideraba inexorable la muerte de los seres humanos, tanto que condenó al dios de la medicina, Asclepios (Esculapio, para los romanos), por revivir a los muertos. La muerte forma parte de un equilibrio de la naturaleza y está siempre presente por inevitable. Para los griegos, solo dos muertes eran posibles: la muerte natural, a la que se llega por el proceso de envejecimiento, con las decrepitudes consiguientes, y la muerte heroica, por un pretexto honorable, de jóvenes bellos. La heroicidad –entonces y ahora– está asociada a la muerte; consiste en enfrentarla, en poner en juego el honor, la moral, la valentía y otras virtudes humanas.
Este documental muestra una muerte heroica. Encierra además el desafío de enfrentar a la muerte con valentía mirándola a los ojos, convirtiendo entonces a ambos actores –el médico y el paciente– casi en héroes mitológicos.
A diferencia del pasado de la cultura occidental, en el que la muerte era un fenómeno natural, la muerte en nuestros días ha sido paulatinamente desplazada más allá del horizonte visible. Y, por lo general, estos temas que la acercan a la realidad causan rechazo. Es raro que las pantallas expongan la crudeza de una agonía de carne y hueso, en general están plagadas de muertes que no causan ningún efecto. Muertes sin muerte, muertes lejanas, muertes vacías de su contenido primordial, muertes de un espectáculo comercial.
Aquí no. La muerte es la muerte. Muchas personas dirán antes de ver la película: «Ese tema no es para mí, no soporto sufrir, no quiero saber nada de personas agonizando», consideraciones que, en el fondo, responden al miedo a la muerte propia. Sin embargo, las experiencias que se viven aquí provocan todo lo contrario. Este documental cobra su originalidad mayor al mostrar a la muerte y al proceso de muerte con naturalidad y aceptación, a través de una relación humana basada en la sinceridad y la amistad.
La muerte, si bien es universal, es esencialmente un fenómeno individual, no extrapolable a otras personas. Pero lo que sucede en este filme es un ejemplo del cual aprender no solo a morir, sino, fundamentalmente, a vivir.
A Iván Illich, el personaje de Tolstói que sufre por la proximidad de la muerte, lo atormentan los pensamientos a propósito de su futuro: «Y no le era posible comprender aquel pensamiento, y trataba de rechazarlo como falso, mentiroso, enfermizo, para remplazarlo por otros regulares, sanos». En otras palabras, otros pensamientos esperanzadores ante una muerte inevitable que lo ocupa todo. Dice Tolstói que, para Iván, «ella se mostraba a través de todo; nada podía ocultarla».
En este documental ocurre lo contrario: la muerte no se oculta y está presente como realidad inexorable. El médico, en tanto, no es solamente un bastón de compasión en el que apoyarse, en este caso permite revalorar las vivencias y estimular una nueva concepción del morir.
Susan Sontag, en su enfoque de la enfermedad como metáfora, donde está implícita la muerte, dice: «Mi tema no es la enfermedad física en sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora. Lo que quiero demostrar es que la enfermedad no es una metáfora, y que el modo más auténtico de encarar la enfermedad –y el modo más sano de estar enfermo– es el que menos se presta y mejor resiste al pensamiento metafórico». Lo mismo ocurre con las metáforas de la muerte.
Este documental desmitifica a la enfermedad y a la muerte, las deconstruye, sin relación religiosa ni vínculo político alguno, sin un más allá promisorio de infinito; muestra cómo se pueden encontrar luces de esperanza a través del otro, en este caso, la figura de un médico excepcional que sabe encontrar los recovecos humanos que el otro necesita. También se muestra a la familia y la forma en cómo asume el tránsito, cómo lo acepta, lo que permite mantener un diálogo franco entre todos los actores. Muestra cómo la presencia del otro es capaz de provocar alivio.
Desnudar la enfermedad, para Sontag, significa recobrar la esperanza perdida, es decir, recobrar el «estar salvado», la salud emparentada con la salvación que antes estaba en manos de Dios. Por ello, la autora se refiere a ese «modo más sano de la enfermedad». Esto responde al deseo inexorable de vivir, siempre presente hasta el final. Nuestra mayor incógnita es cuándo sucederá, lo que nos permite decir que no será hoy. Según Chuang Tzu, filósofo chino del siglo IV (a. C.), «el nacimiento de un hombre es el nacimiento de su pena. Cuanto más vive, más estúpido se vuelve, porque su ansia por evitar la muerte inevitable se hace cada vez más aguda. ¡Qué amargura! ¡Vive por lo que está siempre fuera de su alcance! Su sed de sobrevivir en el futuro le impide vivir en el presente». Este documental enseña a vivir el presente, incluso más allá –o, mejor dicho, mucho antes– de la proximidad de la muerte.
Heidegger propone que el ser es ser-con, es decir que se es relación con otros y que se habita en el lenguaje, en la comunicación. Pacientes aquejados de enfermedades graves agradecieron la aparición de los libros de Sontag, pero también los médicos. Les quita a las enfermedades la condena con la que suelen disfrazarse. Médicos, enfermos y todos nosotros deberíamos también agradecer a los dos participantes principales de este documental, que, como si fueran actores de una comedia trágica, nos enseñan una forma de tránsito hacia la muerte despojándola de sus ropajes espeluznantes. Claro que, como dijimos antes, esa forma no es extrapolable sistemáticamente a otras situaciones porque depende esencialmente de las personas de que se trate, de sus creencias, de sus expectativas, de su entorno. Pero, de todas maneras, es una referencia para recapacitar sobre nuestra efímera existencia y ayudarnos a compartirla, a ser-con y a disfrutar de la vida.
Este documental le quita la tragedia a la terrible verdad de la agonía y la muerte, y lo hace a través de una relación médico-paciente basada en una amistad profunda, en la que el humor tiene su lugar. Enseña y educa, revalora la existencia compartida. No se trata simplemente de fomentar la empatía, ni siquiera la compasión, sino de encontrar la revaloración del otro en trance de minusvalía a través de la compañía. Si bien no está explícito, hay un trasfondo moral al quitar la condena de la enfermedad. Enseña a destruir el muro de silencio que se establece con frecuencia en torno a estos enfermos, cuando los familiares, y a veces también los médicos, tienden a evitar hablar del tema porque sienten que agravan el sufrimiento del enfermo y se alejan, dejándolo solo. Sucede, por otra parte, que al observador le es difícil asumir la realidad de su propia muerte. Fui testigo de cuando una enferma en agonía dijo: «Los médicos me abandonan porque ven en mí lo que les puede pasar a ellos».
Pero no todas las personas toleran la verdad. Decir o no decir depende de la forma de cómo se maneje la información, del deseo del enfermo de saber o no, de cuánto desee saber, de cómo se soporta luego lo dicho, es decir, del acompañamiento, de los cuidados, del cariño. No hay fórmulas mágicas salvo el respeto y la autenticidad.
Se trata de un material ineludible en relación con la discusión parlamentaria sobre el derecho a la eutanasia, para conocer lo que ocurre en la intimidad de una relación médico-paciente en situación de agonía, pero no porque resuelva el problema, sino para comprenderlo como un asunto humano para el que no hay recetas ni dogmas que valgan. Los preconceptos aquí no son válidos. Lo que importa, lo que queda a la vista, es la revalorización del enfermo en trance de morir –y, por añadidura, también del médico– y de lo que significa la escucha y, sobre todo, la palabra.
Todo esto es completamente independiente del trámite parlamentario sobre la legalización de la eutanasia, a pesar de que en este caso el paciente la solicitó hasta su muerte. El documental, en este sentido, no toma partido. La necesidad de los cuidados paliativos que de alguna manera son la base del diálogo tampoco están en discusión. Tampoco nosotros tomaremos aquí partido –a pesar de que sí tenemos posición al respecto– porque desvirtuaría el sentido último de este importante documental.