El poder está en otro lado - Semanario Brecha
Un año de genocidio impune a manos de Israel

El poder está en otro lado

Mujeres y niños palestinos en medio de la destrucción en la ciudad de Gaza, el 7 de octubre Afp, Omar Al-Qattaa

Por estos días se cumplió el primer aniversario de lo que los medios de comunicación se han acostumbrado –nos han acostumbrado– a mencionar como una «nueva guerra» en Oriente Medio. El 7 de octubre de 2023, Hamás y otros grupos palestinos lanzaban su mayor ofensiva en suelo israelí, que se saldaría con el asesinato de unas 1.200 personas y la toma de unos 250 rehenes. A las pocas horas, Israel comenzaría a vomitar sobre la Franja de Gaza –lo ha hecho hasta ahora, con apenas una semanita de tregua– una andanada de misiles, bombas, metrallas. Para mayo pasado, cuando esos conteos todavía se hacían –se consideraba que tenían algún sentido–, hubo organismos que calcularon que las Fuerzas de Defensa de Israel habían dejado caer hasta entonces sobre Gaza unas 75 mil toneladas de explosivos, grosso modo, unos 36 quilos por gazatí. Naciones Unidas estimaba en esa época que si los ataques cesaban de inmediato harían falta al menos 15 años para retirar los escombros dejados por los bombardeos israelíes. ¿Cuántos se necesitarían hoy? ¿Cuántos en unos meses más?

Cerca de 42 mil personas han muerto en un año en la Franja como consecuencia de esta barbarie, más de la mitad de ellos mujeres y niños. Es un mínimo, porque la cifra –avalada por la Organización Mundial de la Salud– no comprende, por ejemplo, a los miles y miles de sepultados bajo los edificios y las casas, ni los comercios y las universidades y las escuelas y los hospitales destruidos ni a quienes murieron como consecuencia de la hambruna y el bloqueo al que ha sometido Israel al territorio palestino. Gaza era, hasta el 7 de octubre de 2023, la mayor cárcel a cielo abierto del planeta. Hoy es una pila informe de ruinas.

* * *

La sistematicidad de la destrucción y su planificación hicieron que a las pocas semanas el discurso israelí –que era también, y sin fisuras, el de sus aliados y financiadores y proveedores militares occidentales– se fuera desmoronando. Ya no se escucha con tanta regularidad como hasta hace unos pocos meses aquella fábula que hacía del Ejército israelí el «más moral del mundo». «Hay más moderación, Israel ha perdido buena parte de su legitimidad de antaño a ojos de los occidentales, y ese es el mayor avance de este año, de los muy pocos que ha habido», comentaba esta semana un intelectual palestino instalado en Estados Unidos. Tenía, eso sí, un lamento, más allá del obvio de que hubo que esperar a esta nueva masacre, de lejos la peor, pero no la primera, para que el rey quedara, si no desnudo, al menos casi. Lamentaba el hombre la escasísima fiabilidad de «la palabra palestina». «Para creernos a nosotros –al menos en algún grado–, en Occidente necesitan la mediación de alguien que sientan como propio. Seguimos siendo en gran parte inaudibles. Hay racismo allí también», se quejaba.

Levantaba, de todas maneras, el medio vaso lleno, porque han sido muchos –muchísimos– los «propios» que se han animado a dar el paso y a ponerle nombre a eso que todavía muchos medios de comunicación –incluso de por aquí, y no hay que mirar solamente a la «gran prensa»– se limitan a llamar «lo que está pasando en Gaza».

* * *

Uno de los primeros «propios» en llamar las cosas por su nombre debe de haber sido el neoyorquino Craig Gerard Mokhiber. A fines de octubre de 2023, es decir, apenas unas semanas después del inicio de los ataques israelíes en Gaza, Mokhiber renunciaba a su cargo como director de la oficina en Nueva York del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. No podía más con la inacción de la ONU, con su ineficacia, decía. «Como abogado de derechos humanos con más de 30 años de experiencia en este campo» –escribía en su carta de renuncia–, «soy muy consciente de que el concepto de genocidio ha sido a menudo objeto de abusos políticos. Pero la actual matanza del pueblo palestino, arraigada en una ideología colonial etnonacionalista, una continuación de décadas de persecución y limpieza sistemáticas, basadas enteramente en su condición de árabes, junto con declaraciones explícitas de intenciones por parte de los líderes del gobierno y el Ejército israelíes, no dejan lugar a dudas ni debates. En Gaza, hogares, escuelas, iglesias, mezquitas e instalaciones médicas están siendo atacados sin motivo y miles de civiles están siendo masacrados. En Cisjordania, incluida la Jerusalén ocupada, las viviendas son confiscadas y reasignadas únicamente en función de la raza. Además, los pogromos violentos perpetrados por los colonos van acompañados de unidades militares israelíes. En todo el país reina el apartheid», decía. Y agregaba: «Este es un caso de genocidio de manual». Mokhiber rescataba el papel jugado por un buen número de funcionarios intermedios de la ONU, por las comisiones de investigación y de expertos, por los relatores especiales independientes. No así por sus más altas autoridades. «En las últimas décadas, importantes miembros de las Naciones Unidas han cedido ante el poder de Estados Unidos y el miedo al lobby israelí, abandonando estos principios y renunciando al propio derecho internacional. Hemos perdido mucho en este abandono, incluida nuestra propia credibilidad global», apuntaba. Tiempo después, António Guterres, el secretario general del organismo, sería declarado persona non grata por Israel y la ONU, calificada de «pantano antisemita» por el primer ministro Benjamin Netanyahu. Igual que la Corte Penal Internacional. Sin embargo, los avances no se han traducido en nada demasiado importante. Israel siguió bombardeando Gaza, atacando Cisjordania y extendiendo su guerra a toda la región. El poder está en otro lado.

* * *

El miércoles 9 por la tarde, un grupo que se identificó como Anarquistas contra el Genocidio vandalizó un monumento en honor a la comunidad judía inmigrante instalado este mismo año en Montevideo. «Antisionistas siempre, antisemitas nunca», explicó en un volante. El hecho –parece haber bastantes mejores maneras de denunciar el genocidio que atacar un monumento de este tipo– fue abundantemente cubierto por todos los portales informativos. Mucho menor destaque (algunos diarios ni la mencionaron) tuvo la marcha en solidaridad con Palestina que se desarrolló en el centro de la ciudad esa misma tarde-noche. No hubo en la marcha ningún dirigente de primer plano de los principales partidos, como sí los hubo dos días antes en el acto organizado por el Comité Central Israelita del Uruguay, una organización que ha venido negando reiteradamente la evidencia del horror en tierras palestinas y justificando al gobierno de Netanyahu. Ninguno de esos dirigentes presentes en el acto –ninguno– tuvo palabras para, ¿cómo llamarlo?, el sufrimiento palestino. De algunos era claramente esperable. De otros, presuntamente, no. Una vez más la cosa quedó en la presunción. El poder, decididamente, está en otro lado. 

Artículos relacionados

Con la embajadora palestina Nadya Rasheed en sus últimos días en Uruguay

«Si criticás a Israel, recibís mucha presión e intimidaciones»

Cómo el 7 de octubre transformó la sociedad israelí

La nueva Esparta