Los blancos perdieron la elección. Si nos abstraemos del comprensible nerviosismo de los últimos días, el resultado no fue una sorpresa: todas y cada una de las encuestas de balotaje que se habían hecho este año daban ganador al Frente Amplio (FA). En principio, no hay nada raro en que el favorito gane. La derecha, sin embargo, pensaba que iba a ganar. Las lágrimas en la sede de Álvaro Delgado eran sinceras. A todos nos ha pasado. Las encuestas son claras, el escenario es desfavorable, pero necesitamos contarnos historias para seguir mientras haya chance. De todos modos, simplemente decir que el FA era favorito no alcanza para explicar.
1. LA HIPÓTESIS MATERIALISTA
La forma más sencilla de especular sobre cómo puede salir una elección es ver cómo está el bolsillo de la gente. Así lo explicó en estos días José Mujica. Un gobierno en el que hay tres años de pérdida salarial va a tener problemas para ser reelecto, cosa que es un problema para los partidos cuyos programas suelen producir estancamientos del salario. A esto se suma que este período fue especialmente turbulento. Las crisis económicas, sociales, sanitarias, geopolíticas y ambientales de los últimos años hicieron difícil la vida de los oficialismos en todo el mundo.
2. LOS CONTRAFÁCTICOS SON POCO EFICACES
Todo el relato del gobierno se basó en una idea: si la pandemia hubiera caído en un gobierno del FA, las cosas habrían ido peor. El primer problema con esa idea es que es completamente inverificable. El segundo, que, aunque busque celebrar la gestión, no puede no recordar a las personas que las cosas estuvieron muy mal. Decir que pudo ser peor lleva implícito decir que fue malo, que no es, normalmente, lo que conviene recordarle al electorado durante una campaña cuando se busca ser reelecto. El gobierno podrá decir que manejó bien una situación difícil, pero para eso necesita que se olvide, por ejemplo, a los muertos del primer semestre de 2021 y las ollas populares. La pandemia fue un período traumático para la sociedad, y aunque ciertamente no fue culpa del gobierno, no es bueno para las chances de ningún oficialismo que la gente se quiera olvidar de que los años de su gestión sucedieron.
3. LA TIBIEZA
En las zonas libertarian-friendly de la coalición oficialista estos días está circulando la idea de que el oficialismo perdió por tibio. Los politólogos se ríen de esta hipótesis, ya que dan por obvio que en Uruguay gana el que conquista el centro. Convendría ser prudentes antes de sacar esta conclusión demasiado rápido, especialmente viendo a tantos países donde hace no tanto la competencia también pasaba por el centro. Por lo tanto, esta no es una hipótesis descabellada, y seguramente veremos, en los próximos años, intentos de importar mileísmos, bolsonarismos, trumpismos, bukelismos y melonismos. El problema con esta hipótesis es que no es evidente qué quiere decir ser «tibio». Efectivamente, Delgado intentó dar señales hacia el centro y buscó presentarse como no ideológico, pero también desplegó una campaña muy agresiva, negativa y crispada que buscaba la descalificación del rival, en una versión de la idea de batalla cultural que la derecha uruguaya tomó de sus primas extranjeras hace unos años. Entonces, lo interesante no es tanto que su estrategia de ataque y crispación haya sido menos intensa de lo que podría haber sido, sino que no haya dado resultado. El lunes, en una entrevista, la senadora electa Blanca Rodríguez explicaba que «si hay una lección que deja el resultado de esta elección es que la rispidez, la agresión, la descalificación, la mentira, el agravio, la ridiculización que vivieron muchos dirigentes políticos no pagan, a los uruguayos eso no nos gusta». En una época en la que la combinación entre derechismo y estridencia en las redes parece imbatible, hay que prestar atención a que el FA logró deslegitimarla y desactivarla apelando a las ideas que tenemos los uruguayos sobre cómo deberíamos hablar entre nosotros. Esto debe ser considerado una hazaña, que no se puede reducir a la forma como esta operación discursiva vino acompañada de posiciones políticas centristas. El FA no venció en la batalla cultural, sino que venció a la idea de batalla cultural.
4. LA HIPÓTESIS RÚSTICA
Desde la profundidad del interior, Carmelo Vidalín se quejó de que no hubo suficientes ingresos al Estado ni cargos de confianza, con lo que no se imitó a nivel nacional las prácticas de los intendentes. Sergio Botana, mientras tanto, especuló sobre que una de las causas de la derrota electoral puede haber sido el exceso de rigor en el control de las inspecciones sanitarias, del Banco de Previsión Social y de la Dirección General Impositiva en la frontera. Los buenos resultados electorales del Partido Nacional (PN) en Artigas pocos meses después de que se destapara su festival de clientelismo dan credibilidad a esta hipótesis.
5. LA CORRUPCIÓN
El reverso de la hipótesis anterior es el elefante en el salón. Muchos votantes llegaron a sus circuitos indignados y hartos por la corrupción del gobierno de Luis Lacalle Pou. En este período hubo mandos policiales haciendo investigaciones paralelas para encubrir la pedofilia de un senador, un guardaespaldas presidencial intermediando servicios de espionaje contra senadores opositores, acomodos en Salto Grande, un pasaporte exprés otorgado a alguien que el Ejecutivo sabía que era un narco peligroso, y la lista sigue. Podría especularse que, a pesar del lema escrito en el escudo del PN, hay un problema entre los blancos y la ley: desde los límites de velocidad hasta las buenas prácticas de contratación, desde los ediles hasta la cúpula del Ejecutivo. Quizás esto tenga su origen en la lejana memoria de los hombres sueltos, que no tenían otra ley que su facón, o quizás, en su más moderna identificación, en la incomodidad que las regulaciones producen a la plata que quiere moverse más allá del bien y del mal. El problema es que, aun en la era de la incorrección política, las cosas tienen un límite. Conviene a los blancos preguntarse si no será un problema que las únicas dos veces que llegaron al gobierno en 40 años se fueron sin ser reelectos envueltos en la corrupción de la administración de un Lacalle.
6. EL BALDE
Se suele reconocer como una virtud del oficialismo saliente su manejo técnico de la comunicación. Especialmente cuando empezó la sucesión de escándalos, la estrategia era sencilla: negar y contraatacar. Aun los hechos más evidentes debían ser rechazados y los blancos debían mostrarse ofendidos ante quien osara dudar de lo impoluto de sus prácticas, para inmediatamente decir que el FA había hecho lo mismo o peor. Esta táctica discursiva tiene su eficacia, al maximizar la simplicidad y la repetición del discurso, pero tiene también el riesgo de que la negación de la realidad haga perder el contacto con esta. En otras palabras, es creerse el verso propio.
7. LA COALICIÓN SUFRE POR NO SER UN PARTIDO
En estas semanas se habló hasta el hartazgo de que, si se hubieran sumado los votos de los partidos de la coalición en la primera vuelta, esta hubiera tenido mayoría parlamentaria. Los blancos hablaban de esto como si fuera una injusticia. El problema es que la Corte Electoral no puede computar los votos de cinco partidos como si fueran uno solo. A pesar de la buena voluntad de todos los que durante este mes dijimos que el FA competía contra la coalición, lo cierto es que competía contra el PN y que, como en cualquier balotaje, ese partido debía conseguir los votos de quienes habían elegido no votarlo en primera vuelta. La solución evidente es crear un partido político nuevo que una a toda la derecha, aunque eso traería muchos problemas nuevos. El primero es que el todo va a ser menor que la suma de las partes y se producirían fugas en todas direcciones. Los blancos y los colorados saben que tienen que unirse desde que la elección del triple empate de 1994 hizo evidente que el FA iba a transformarse en el partido más grande. La solución fue la reforma constitucional de 1997, que creó la segunda vuelta no tanto para evitar que el FA ganara, sino para evitar la desaparición del partido tradicional que quedara tercero, al polarizarse la competencia entre el FA y el segundo. La segunda vuelta existe para favorecer la existencia del sistema de tres partidos. Si blancos y colorados se unieran, el sistema podría favorecer la aparición de otros terceros partidos. Es posible que esta sea la causa de que estas semanas se esté poniendo arriba de la mesa una nueva reforma constitucional para eliminar la segunda vuelta, cosa que quizás también podría convenir a un FA de extremo centro preocupado por sus propias futuras fugas. Aunque estas especulaciones puedan parecer lejanas, ayudan a entender la magnitud histórica de la aparición de un solo gran partido de derecha.
8. ES MUY DIFÍCIL GANARLE AL FA
El FA ganó cuatro de las cinco elecciones del siglo XXI, y la otra, en su peor momento, en 2019, casi la gana también. Incluso para quienes hemos dudado de que el FA fuera la herramienta capaz de producir las transformaciones necesarias en el país, no queda duda de que como máquina electoral y tradición política tiene una fuerza formidable que fue galvanizada por el intento blanco de arrinconarla en la batalla cultural. La explosión de alegría del domingo en Montevideo muestra algo que no se compra en la granja de bots.