El martes Jair Krischke estuvo en la Marcha del Silencio. Sentado en silla de ruedas, se lo vio a la cabeza de la manifestación, en los primeros puestos. Había llegado unos días antes a Montevideo desde Porto Alegre, en ómnibus, como se debe para este pibe de 85 años que desde hace décadas milita en el ámbito de los derechos humanos. «El hombre que rescató dos mil vidas», lo llamó tiempo atrás un diario brasileño en alusión a los cientos de personas (uruguayos, chilenos, argentinos) que Krischke, fundador en 1979 del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil, salvó de una muerte segura en las décadas del 70 y el 80. El sábado, apenas desembarcado en Montevideo, se enteró de la muerte de Belela Herrera, una mujer de la que se sentía «colega» en tanto «rescatista». «Era admirable en muchos aspectos: ese cuerpo chiquito que escondía una leona, esos modales finos que no lograban ocultar una tremenda voluntad», le confió a Brecha emocionado. Krischke conoció a Belela cuando ella era funcionaria de Naciones Unidas. «Una funcionaria muy particular. Detestaba la burocracia, porque le importaba la gente», dice, y recuerda las «tantas veces» que Herrera se saltó las normas para salvar la vida de perseguidos, como cuando colaboró indirectamente, en 1980, estando en el Alto Comisionado para los Refugiados en Buenos Aires, en la fuga del científico Claudio Benech, detenido en un cuartel uruguayo, en el marco de una operación rocambolesca ideada por Jair (véase «Un activista», Brecha, 19-V-18), o cuando, ya como vicecanciller, ayudó a cercar al represor uruguayo, asentado entonces en Brasil, Manuel Cordero. Belela, admite Krischke, era de la estirpe de diplomáticos como el sueco Harald Edelstam, embajador sueco en Chile cuando el golpe de Estado de 1973, una época en que Herrera estaba también en Santiago como esposa del encargado de negocios de Uruguay César Charlone. Edelstam fue quien organizó el salvamento de 57 latinoamericanos detenidos en el Estadio Nacional de Santiago que estaban a punto de ser fusilados. «Los sacaron de urgencia en una cantidad de autos, entre ellos el Fiat 600 rojo de Belela, que iba de aquí para allá transportando, desde el estadio hacia el aeropuerto, a todos aquellos perseguidos. Había que ser valiente para una cosa así, y Belela lo fue. Empezaba su carrera de militante humanitaria.»
Con Jair Krischke sobre Belela Herrera
Belela y la diplomacia bien entendida

Belela Herrera. Jorge Ameal.