Una mujer gorda que ha sufrido el desamor desea tatuarse de manera temporal, en todo el cuerpo, pedazos de textos que ha seleccionado con cuidado. Quiere verse escrita, pasar por la experiencia sensorial de cubrirse con palabras en un gesto que trascienda la semiótica de la escritura y la convierta en imagen viva, quizás con el objetivo de saciar su apetito vanguardista y obligarse a sí misma, y a les lectores, a reconocer la materialidad del lenguaje. Este motivo narratológico, si bien sofisticado, no es del todo original –basta pensar en la película Escrito en el cuerpo (The Pillow Book, 1995), de Peter Greenaway–, pero en un irreverente gesto de apropiación Mayra Nebril lo reinventa en una Montevideo a la que también convierte en muro posmoderno, ciudad que esconde en capas un cúmulo de...
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