Ese grito –los barrotes en las manos, la cara asomándose– y una pregunta: «¿Cuándo van a cerrar este infierno?». Lo dice con fuerza un preso, para ser oído pese a la distancia, y se impone sobre el resto. Despacio, los gritos conforman un zumbido que empieza a carcomer lentamente y va aumentando su intensidad con la proximidad. Ya en el módulo 10 son una mezcla que es imposible descomponer: hay diálogos, risas y alaridos de locura, presos que gritan en una queja, en un dolor permanente. Como las palomas que vuelan –piolas larguísimas con un paquetito en la punta que desde el segundo piso se abalanzan y sirven para intercambiar objetos con los vecinos del frente–, así cruzan, también, los gritos. Los separan las rejas y los separa «un patio» al que nadie debería llamar patio y al que nadie ...
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