Cuatro lecciones que aprender de la victoria de Mamdani - Semanario Brecha
Existe una gran distancia entre ser progresista, como puede serlo Kamala Harris, y lo que propone la candidatura de Zohran Mamdani para esta ciudad.

Cuatro lecciones que aprender de la victoria de Mamdani

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¿Cómo ha llegado el progresismo radical al despacho del ayuntamiento de la capital del capitalismo? Hay cuatro ideas fundamentales que han llevado a Zohran Mamdani hasta una victoria sin precedentes, provocando además un terremoto político en el mejor de los sentidos.

Nada de lo que ha pasado en Nueva York habría sido posible sin el papel del Democratic Socialists of America (DSA). Mamdani forma parte de esta organización independiente del Partido Demócrata, aunque sus candidatos se presentan bajo sus siglas. No es nuevo que exista un partido o movimiento de este tipo, pero sí lo es que, en Estados Unidos, reúna a más de 80 mil afiliadas y afiliados, lo que la convierte en la mayor organización socialista del país. Lo verdaderamente distintivo del DSA y del DSA en Nueva York es su capacidad de hacer gimnasia política: una flexibilidad que le permite articular múltiples formas de discurso y adaptarse a distintos públicos sin perder coherencia ideológica.

El DSA tiene muchas contradicciones internas, pero esa tensión, lejos de debilitarlo, parece hacerlo más fuerte. Gracias a ello, tanto el DSA como la candidatura de Mamdani han sabido mostrarse radicales cuando la situación lo requiere. Al mismo tiempo, la organización ha entendido que existe un espacio todavía en disputa entre lo woke y la working class: un terreno común que necesita otra manera de hacer y de comunicar la política.

Esa estrategia ha logrado movilizar a más de 90 mil personas voluntarias, que a lo largo de la ciudad han llamado puerta a puerta hasta 3 millones de casas. Esta gente, hasta hace poco, apenas se interesaba por la política. Ahora salen dos veces por semana a recorrer las calles y tocar las puertas de todos los barrios para hacer campaña.

La izquierda –y ahí sí que da igual en qué contexto occidental te encuentres– se desenvuelve mejor en el catastrofismo que en la proyección ilusionante de que la vida digna (en su sentido más ambicioso) no es un proyecto agotado y que la política no va de esperar a que todo salte por los aires para que llegue «nuestro momento».

Esta idea de esperanza política conecta a su vez con un espíritu de la resistencia: el de la aldea gala que desafía al imperio o el de la princesa Leia enfrentándose al lado oscuro de un gobierno que, a través de una fuerza paramilitar como es el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas, hace desaparecer a migrantes. Estos elementos hacen que por las calles veas a seguidores, fans, voluntarios y militantes de la campaña de Zohran, del DSA o de sindicatos y organizaciones de base orgullosos por completo de su momento histórico.

El establishment demócrata no se ha cansado de repetir que la derrota ante Trump fue culpa de la «radicalidad woke». Lejos de temer esa etiqueta, la campaña de Zohran ha sabido explicar que lo woke tiene mucho más de clase trabajadora que de la caricatura que se ha construido en torno a ese término.

La cuestión trans, el feminismo, el ecologismo y las luchas migrantes no suben el precio del desayuno ni del alquiler ni se niegan a la sanidad y la educación pública. Casualmente, las estructuras que niegan todo aquello que denominan lo woke son las que están haciendo de Nueva York una ciudad cada vez más inhabitable.

Hay dos convicciones que han guiado tanto al DSA como a la campaña de Mamdani. La primera: que cualquier victoria de un candidato marginal no podía alcanzarse sin el fortalecimiento de los sindicatos y las organizaciones de base. La segunda: que el primer día de su mandato necesitará un músculo social sólido para resistir los ataques, más que anunciados, de la administración Trump.

Estos factores combinados han creado un ambiente de fortaleza y de verdadero contrapoder: pese a las diferencias internas, se ha consolidado la idea de cerrar filas ante la posibilidad real de ganar en uno de los momentos más oscuros de la historia reciente de Estados Unidos.

Se ha entendido que ganar la ciudad, en el sentido profundo del término, implica fortalecer la organización y la sindicalización hasta de los sectores menos familiarizados con esto. Y eso se nota no solo entre los militantes más convencidos, sino también entre quienes nunca antes habían participado en política.

La victoria de Mamdani no solo supone una victoria institucional. En primer lugar, es la primera bofetada, de muchas que seguro vendrán, al autoritarismo fascista de Trump. Un punto de inflexión que no estaba en la hoja de ruta de la extrema derecha estadounidense (ni global), que abre camino para que la construcción de nuevas formas de contrapoder, con una ambición de mayoría, vayan despertando y plantando cara.

En segundo lugar, es una bocanada de aire de esperanza: la prueba de que los retratos sociales monolíticos son contratransformadores y que abrazar la complejidad de la sociedad y sus relaciones es la única vía posible para disputar una vida verdaderamente digna. En tercer lugar, esta victoria redefine las formas de articulación entre los movimientos de base, los sindicatos y las organizaciones políticas. Por último, una importante lección: movilizar desde el constante señalamiento de que todo es una auténtica mierda y que nada vale tiene un recorrido muy corto. La rabia, si no se acompaña de un proyecto que le dé sentido, esperanza y en una clave «alegre», no sirve de nada.

En definitiva, esta victoria, además de que debe ponernos muy contentos porque da muchas nuevas coordenadas para repensar el hacer político, también abre una oportunidad de que mejoren las condiciones de vida de la clase trabajadora, que, en definitiva, debe de ser el punto de partida de cualquier proyecto emancipador.


Pablo Martínez es doctorando en Sociología en la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador del proyecto Likealocal. Tomado de El Salto, por convenio. Brecha reproduce fragmentos.

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