Ética, arte, ética del arte y poder - Semanario Brecha
Luis Camnitzer, XXIX Premio Figari

Ética, arte, ética del arte y poder

Un jurado integrado por Pilar González, Martín Craciun y Carolina Porley le otorgó el XXIX Premio Figari a Luis Camnitzer, que el pasado martes lo recibió en persona, a pesar de que ya se había despedido. Ese mismo día, quedó inaugurada en el Museo Figari su muestra «La resurrección de Simón Rodríguez», con curaduría de Gabriel Peluffo Linari.

Luis Camnitzer. Facultad de Artes.

En el fútbol, cuando el juez estuvo muy bien nadie empieza por hablar de él porque interpretó el sentir general. Algo así pasa con este premio: resulta natural. Un sentimiento de «ya era hora» es la mejor felicitación para el jurado.

Al propio Camnitzer sí le caben dudas, como lo expresó en su sobria y sincera alocución, porque hace mucho tiempo que vive en el exterior, y los artistas locales tienen un mercado pequeño y escasos estímulos. Pero habíamos convenido en que el fallo del jurado es inapelable y eso podría incluir al premiado. Y Camnitzer vive en el exterior, pero no se fue. Y, sobre todo, es un intelectual que ha generado y genera pensamiento y escuela.

El Figari premia la trayectoria y la de Camnitzer se destaca no solo por larga –como dijo también–, sino por fecunda y coherente. Hay temas éticos constantes que desarrolla a través de distintos enfoques y medios. Él dice que es artista plástico por circunstancias, pero que la ética lo define como persona individual y social.

Arte, información, conocimiento, educación, ética y poder

Ve en el arte un instrumento para buscar información relevante y transmitirla. Los canales de transmisión, en las telecomunicaciones y en la comunicación humana, tienen capacidad limitada, atenuación y ruido. Lo que en tecnología son limitaciones de ancho de banda y ruido, en las comunicaciones humanas son tiempo, incomprensión o distorsión. Sin embargo, Shannon1 mostró que en ciertas condiciones se puede transmitir sin error. El artista, consciente de las limitaciones, transmite no solo información sino pensamiento. En esta época de información redundante, sobreabundante y muchas veces vacua, vienen al caso las jerarquías que establece T. S. Eliot: «Where is the wisdom we have lost in knowledge?/ Where is the knowledge we have lost in information?».2

El conocimiento lleva a la educación, otro de los temas del artista. El conocimiento se crea, se enseña, se aprende, se re-crea. Enseñar y aprender son distintos, pero no existen uno sin el otro; en francés son la misma palabra. Para Camnitzer, arte y educación están estrechamente vinculados.

Dice el artista: «En la relación ética-política-arte, por lo menos en lo que se refiere a mi posición personal, es la plataforma ética la que informa el resto. La política es el campo de las estrategias a utilizar para implementar esa ética, y el arte es uno de los varios instrumentos apropiados para ello».3 Hay una ética en el ejercicio del arte: el artista no expone su visión personal buscando adeptos, no asume una posición de poder. Quiere generar pensamiento independiente, como los grandes maestros. La obra de Camnitzer es constantemente pedagógica y democrática en este sentido.

Su concepto de ética está directamente relacionado con el poder, que pocos detentan (en el sentido más propio de la palabra) y muchos sufren. El poder se comporta como un recurso limitado, que convendría distribuir equitativamente para bien de la humanidad, pero está muy mal distribuido. El poder a su vez es tiempo, el bien más preciado: tener tiempo y poder disponer de él.

Algunos trazos de la exposición «La resurrección de Simón Rodríguez»

La exposición instalada en el Museo Figari es fiel a la trayectoria que se reconoce, a sus temas y a su constante renovación. Simón Rodríguez vivió entre los siglos XVIII y XIX; es muy conocido por haber sido maestro de Simón Bolívar. Fue un gran pensador; dejó interesantes escritos sobre la independencia latinoamericana, la educación y el poder, que contienen brillantes aforismos y están a veces ilustrados con diagramas. Resulta muy oportuna su presencia en el Museo Figari, dado que Figari también fue pensador y pedagogo.

Simón Rodríguez logró transmitir ideas precursoras a través del canal ruidoso del tiempo por medio de sus escritos. Además, Camnitzer, que quisiera tomar un café con él, lo busca (¿lo encuentra?) ayudado por mediadores: médiums (de ahí su nombre) e inteligencia artificial, lo que puede dar lugar a varios mensajes. Entre ellos, que el uso acrítico de la inteligencia artificial no se diferencia de otros ocultismos. O que, entre creer y reventar, siempre es mejor creer, sobre todo cuando de ahí surgen curiosidad e investigación.

  1. Claude E. Shannon, «A Mathematical Theory of Communication», Bell Systems Technical Journal, 1948. ↩︎
  2. T. S. Eliot, The Rock, 1934. ↩︎
  3. L. Camnitzer, «Arte y deshonra», Colección Signos de la Memoria, 2013. ↩︎

Discurso de Luis Camnitzer al recibir el XXIX Premio Figari

Francamente, cuando me dieron el premio no me esperaba que me iba a encontrar con una ceremonia formal. En realidad, vine para la inauguración de la exposición y también porque tenía ganas de venir. Cuando hace dos semanas vi el anuncio, me asusté porque deduje que iba a tener que decir unas palabras, incluyendo un agradecimiento protocolar. Cumplo rápidamente con esto y agradezco la presencia del ministro Mahía, de la directora de Cultura, Maru Vidal, de Julio Sanguinetti, director del Banco Central, y de Martín Craciun, coordinador de Artes Visuales. También quiero agradecer el cariño expresado por el jurado con su unanimidad y, de paso, por supuesto, también a Thiago Rocca por su ayuda en todo este proceso y por organizar esta exposición. Pero, separadamente, quiero agradecer a Gabriel Peluffo.

Hace muchas décadas Gabriel publicaba una historia del arte uruguayo, en realidad, la mejor historia que se escribió sobre el arte nacional. Siguiendo la tradición del siglo XIX, esa historia aparecía por entregas en forma de fascículos. Cuando yo suponía que estaba por llegar el turno de mi generación, la serie se cortó abruptamente. No lo tomé como un agravio personal, pero, como se lo comenté repetidamente a lo largo de los años: que me la debía, me la debía. Hoy, con la curaduría de esta muestra y su catálogo, finalmente se completó su serie y se saldó la cuenta. Quizás sea en forma un poco rimbombante, pero me hace feliz.

En cuanto a lo del premio, esa es una cosa más ambigua, conflictiva y de doble filo. Por un lado, yo no creo en los premios ni en las jerarquías que implican. Creo que generan orgullos falsos y pasajeros, y que funcionan en detrimento de los colegas que no los reciben. Por otro lado, reconozco, sin embargo, que satisfacen el ego que está escondido en mi personalidad y al cual detesto cuando sale a la luz. Tengo entonces que confesar públicamente que este premio me encanta. Soy de esos que cada tanto inspeccionan lo que ponen en el muro de Facebook para luego verificar cuántos likes consiguieron. Mi excusa, por supuesto, es que solamente quiero ver si el mensaje llegó bien. En el fondo sé que es cuestión de una maldita vanidad que no logro extirpar.

Otro punto referente al premio fue mi duda sobre si era correcto que me lo dieran, dado que vivo en Nueva York. Siempre consideré que el Premio Figari era para promover a los artistas que trabajaban en el país. Creí que ayudaba a llenar un hueco que, con un mercado reducido y en la ausencia de una promoción gubernamental organizada de apoyo a las artes, mantenía la vulnerabilidad de los artistas. Por lo tanto, me creía correctamente excluido de consideración. Me tranquilizó bastante cuando vi que el premio era, más abstractamente, a la trayectoria y no a la producción. Buena o mala, no puedo negar que tengo una trayectoria, y puedo entender el premio como algo más objetivo, un premio a la edad.

De cualquier manera, el evento refrescó el recuerdo de cuando me fui del país con una beca. Me fui solamente por un rato. Inesperadamente ese rato sobrepasó las seis décadas y, sorprendentemente, las décadas no afectaron su calidad de rato. Me había ido sin irme. Eso fue una contradicción que merece la creación de un nuevo verbo, algo que describa la llegada, no a un lugar concreto, sino a una ausencia indeterminada y dolorosa.

Siempre traté de compensar mi aterrizaje en ese no lugar. Primero lo hice continuando el diálogo con el público que dejé físicamente y que pasó a vivir en mi memoria. Por suerte ese público sigue allí, porque en la realidad quedan muy pocos de sus integrantes. Después de la dictadura traté de volver con la mayor frecuencia posible para responder a un nuevo presente. Lo reconfortante fue que nunca volvía como turista. El retorno siempre fue, y es, volver a casa. Es así que hoy no acepto este premio como un honor. Lo acepto como algo mucho más importante y duradero: como la expresión de la calidez hogareña de mi lugar que, por suerte, todavía está. Muchas gracias.

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