No se tardará en reconocer la similaridad de las peripecias atravesadas por Lilia la Ñata –como la llamaban– con la de más mujeres hijas de su mismo tiempo. De familia obrera sanducera y de ascendencia indígena, era la mayor de seis hermanos. A los 15 años, y tal vez como hito que ya dejaba entrever su inclinación por el trabajo de sanar al otro, decidió ser enfermera y asistió así a los cañeros de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas en su primera marcha a Montevideo, a principios de los sesenta.
Eran tiempos convulsos. Tiempos de crisis. El viejo mundo moría y la revolución cubana prometía uno nuevo y más justo. Sobre la mitad de la década, bajo esa promesa, «en el error o en el acierto» –diría ella–, la Ñata se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y se convirtió en guerrillera. De militancia activa entre la capital y su Paysandú natal, quiso un amor turbulento que diera a luz a su hijo Guillermo en 1967, a quien apenas pudo criar perseguida por el terrorismo de Estado.
Detenida por las medidas prontas de seguridad en 1969, la tortura del plantón le quitó un segundo hijo. Fue procesada y recluida en la cárcel de mujeres Cabildo, en Montevideo, donde formó parte de la Operación Paloma, el 8 de marzo de 1970, y protagonizó una de las historias más emblemáticas que aquella época lamentable conoció: la fuga de 13 presas políticas que, custodiadas entonces por monjas de una capilla lindera, escaparon un domingo de misa con el apoyo de compañeros que las esperaban afuera, en una camioneta.
Un mes y una semana bastaron para que cayera de nuevo en Cárcel Central, fuera derivada otra vez a Cabildo y finalmente llevada a la ex Escuela Naval (convertida en la Escuela de Nurses Dr. Carlos Nery) en 1971. Le dieron luego el ultimátum para abandonar el país en condición de desterrada si quería ser liberada. Lilia aceptó e intentó llevarse a Guillermo, pero la influencia de la familia y la negativa del padre impidieron que lo hiciera, cargándola para siempre con la pesada culpa de haberlo dejado durante casi dos décadas. En octubre del mismo año se exilió en Chile, luego viajó a Cuba en 1972 y a Argentina en 1973, país del que –acechada por el Plan Cóndor– terminó huyendo con destino a Europa presuntamente en 1974. Cuentan quienes compartieron con ella esas vueltas que la Ñata se hacía llamar Inés, y que Inésera muy querida.
CON LA FRENTE MARCHITA
Y aunque el Cóndor parecía hacer de Sudamérica un nido de sangre y lágrimas, la necesidad imperiosa de acercarse a su hijo, familia y amigos y al lugar que la vio nacer y crecer fue más fuerte. Se instaló en Brasil a principios de los ochenta y con el nombre de Elena pasó a ser una artesana que vendía peluches en medio de la enormidad de San Pablo, donde continuó hasta la vuelta de la democracia a Uruguay. Cuando le fue posible, regresó para rearmar su vida.
Un ejercicio sostenido de la resistencia le enseñó a seguir en la lucha por lo que creía justo, y, al contrario de lo que muchos esperarían, las heridas del pasado no fueron obstáculo sino abono para esa tarea. De regreso al país, como Lilia, la Ñata trabajó otra vez como enfermera en el Casmu, en la ex Mutualista Israelita de la Salud y en Salud Pública, donde también ejerció la militancia sindical. Y como si el destino la hubiera elegido para estar en los lugares y momentos exactos, llegó incluso a ser una de las enfermeras que atendió a los vascos detenidos en el Hospital Filtro, en 1994.
Más adelante, sobre el año 2008, ya a punto de jubilarse, Lilia se acercó al movimiento indígena de Uruguay a través de un viaje con la asociación de expresos políticos, Crysol, a la localidad de Salsipuedes, donde asistió a un homenaje a las víctimas de la matanza a los charrúas –sus antepasados–, ocurrida allí el 11 de abril de 1831. Primero, como parte de la Unión de Mujeres del Pueblo Charrúa y, luego, como parte de la Comunidad Cultural Charrúa Basquadé Inchalá y del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha). Fiel a su estilo, dio también desde allí la pelea por los derechos de los eternos postergados; fue vicepresidenta del Conacha en el período 2015-2017 y delegada para asistir al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la ONU, celebrado en Ginebra en 2016. Fundó, además, el colectivo de mujeres descendientes de indígenas Hum Pampa en 2018.
LA QUE NUNCA PARÓ
Afincada en Neptunia desde 2009 en una humilde casita de barro y madera que levantó en el barrio Las Cumbres, rodeada de sus plantas y animales, la Ñata nunca paró. Y en su última etapa, pese a las evidentes facturas que el tiempo ya le pasaba a su cuerpo, también supo echar raíces como militante de la zona. Organizó a los vecinos para la conformación de plazas, la construcción de escuelas comunitarias, la plantación de árboles y el combate a los desalojos. Una prueba irrefutable de que sus convicciones por el derecho a la tierra y la dignidad humana seguían inalteradas.
Lilia se fue un viernes de luna llena, sin libro ni película, pero con la tranquilidad de haber trabajado por un mundo mejor que creía necesario y posible. Seguramente, su historia se parezca a la de muchas otras mujeres: esas mujeres revolucionarias del pasado reciente de nuestro país. Vaya a la memoria de todas ellas, a la familia, seres queridos y amigos dela Ñata, con amor, el recuerdo de su vida, ejemplo de inquebrantable solidaridad y genuino sentido de la justicia. Esa discreta inmensidad.




