Hubo un tiempo en que se podía ser mujer en Irak. Nadie las obligaba a casarse, ni a compartir techo con otras 16 esposas de un fulano de tal. Tenían protección legal contra la violencia doméstica y el acoso sexual, un sueldo por maternidad y los mismos derechos que los hombres para recibir una herencia, divorciarse o custodiar a los hijos. Amanecía la década del 60 y eran tiempos de descolonización, panarabismo y socialismo.
Para 1985, el 85 por ciento de las mujeres sabía leer e Irak era un ejemplo en la región en cuanto a la igualdad de género. A pesar de su prédica belicista y las continuas denuncias de violación a los derechos humanos, la dictadura de Saddam Hussein –quien gobernó desde 1979– mantuvo el Estatuto Personal de Irak, el corpus normativo que consagraba los derechos de la mujer. Hussein era miembro del partido Baath, que se autodefinía nacionalista, socialista y laico. Sin otro argumento que la falsa retórica de llevar la “democracia” a Irak, George W Bush derrocó a Hussein en 2003 para instalar una república parlamentaria que prometía el “reino de la libertad” en el país. Ahora, esa “democracia” hija de la guerra se apresta a sancionar una ley que legaliza la pedofilia y vuelve a la mujer sierva de su marido. En febrero el consejo de ministros iraquí aprobó un proyecto que desconoce el Estatuto Personal de Irak y legaliza el matrimonio con niñas de 9 años. El texto ahora pasó al Poder Legislativo, que lo estudiará después de las elecciones parlamentarias a celebrarse el 30 de abril.
Los defensores del proyecto dicen que regula una práctica extendida en Irak, en donde un cuarto de las mujeres se casa con menos de 18 años. Pero la ley es la expresión del islamismo más extremo y la violencia sectaria típicos de la posguerra iraquí, dicen los analistas. Es que Estados Unidos, al barrer con el partido Baath también aplastó cualquier movimiento laico y pro defensa de la mujer. Sin ellos, se robustecieron las milicias islámicas reaccionarias, financiadas por Estados Unidos para aplastar a la insurgencia durante la guerra, y el poder político religioso. Ergo, los derechos civiles quedaron subordinados a las interpretaciones más estrictas y extremas de la sharía, el código de comportamiento del buen musulmán.
El poder del islamismo radical es tal que el presidente Nuri al Maliki, considerado un moderado, debe negociar con el Fadhila (un partido de derecha fundamentalista que apoya el proyecto) para tener mayoría parlamentaria. De hecho, los activistas por los derechos humanos en Irak interpretan que el proyecto es un guiño de Al Maliki a los extremistas, para ganar su apoyo y asegurarse la gobernabilidad después de las elecciones parlamentarias.
En 2002, para justificar la invasión a Irak, Bush decía ante la ONU que “la libertad del pueblo iraquí es una gran causa moral y un importante objetivo estratégico. Estas naciones pueden mostrar con su ejemplo que el respeto a las mujeres puede conseguirse en Oriente Próximo y más allá”. Cínico, impúdico ante el desastre iraquí, hoy descansa en Dallas, donde se dedica a la pintura.