Cada tanto, la incomprobable fantasía nazi de un Carlos Perciavalle y de la China Zorrilla se vuelve real y existen documentos que lo prueban. Hace días un programa de televisión, emitido por France 3 y denominado Les artistes sous l’occupation, entró de lleno en esa olla podrida llamada colaboracionismo con el régimen nacionalsocialista. Lo sorprendente fue que el olor de la caldera de los dóciles estaba en las antípodas de la pestilencia, hediendo a Chanel nº 5.
La agente “F-7124”, más conocida como Coco Chanel, trabajó como espía para el servicio secreto alemán entre 1940 y 1944. Al menos así lo demuestran los documentos encontrados por el archivista Frédéric Quéguineur, del Ministerio de Defensa galo. El archivo viene a confirmar lo que hasta ahora eran rumores. Hacia el año 2011 se editaba Sleeping With the Enemy. Coco Chanel’s Secret War, biografía publicada por Hal Vaughan en la que la dama de la alta sociedad no quedaba precisamente bien parada. Era pintada como una feroz antisemita y admiradora de Hitler.
Días después de que el Führer cruzara triunfal el Arco del Triunfo, la diseñadora rondaba los 57 años, contaba con un imperio de alta costura y artículos de belleza, y una suite en el Ritz de Vendôme, lujosísimo hotel que la alta oficialidad alemana utilizó como residencia.
París era una fiesta, pero exclusiva para nazis, que ocupaban un territorio ajeno ante la odiosa mirada de los parisinos. La capital gala –célebre por su vida nocturna y sus galerías– quedó reservada para el entretenimiento de las tropas. Por su parte, Coco, mujer de muchos affaires, durante la primavera nazi tuvo, para no ser menos, un amorío con Hans Günther von Dincklage, diplomático alemán y reclutador nazi de espías, quien logró la liberación de su sobrino Gabriel por su influencia en la cúpula de la Gestapo.
Una de las misiones de Coco en su calidad de agente al servicio de la inteligencia alemana, la Abwehr, data de 1943. Allí, bajo el alias de “Westminster” (por otra relación con otro alemán en los años veinte) llegó a Madrid para negociar la derrota alemana con el embajador británico en territorio ibérico, hombre de confianza de Winston Churchill.
Aprovechando las normas antisemitas que rigieron en Francia durante la ocupación, intentó arrebatarle a su socio, el judío Pierre Wertheimer, la empresa Bourjois, encargada de comercializar el célebre “número cinco”. Cosa que finalmente no pudo hacer, puesto que para evitar esto Pierre dejó su firma a nombre de Félix Amiot, quien se la devolvió al final de la guerra. Chanel, lejos de ser una partisana rebelde, fue una hábil empresaria. “El perfume anuncia la llegada de una mujer y alarga su marcha”, decía Coco.