Llámesele moda, globalización, bonanza económica, consumismo o fashion emergency, pero la llegada de Forever 21 al tercer nivel del Montevideo Shopping despertó la curiosidad de cientos de personas. Desde aquella multitudinaria inauguración en noviembre, que abarcaba varias cuadras de los alrededores del centro comercial de Pocitos, hombres y mujeres hacen cola día a día al pie de la escalera mecánica –rigurosamente custodiada por una empresa de seguridad– con el fin de obtener esa prenda especial que, por lo que parece, no es tan única.
Junto a H&M, Forever 21 es la cadena de tiendas estadounidense líder en indumentaria femenina. Con sede en California y un poco más de 30 años en el mercado, supera las 450 sucursales. Fue fundada por el inmigrante coreano Do Wong Chang y su esposa en 1981 con el nombre Fashion 21, y fue cambiando de nombre hasta adoptar definitivamente el de Forever 21 en 1984.
Una de las particularidades de sus diseños son las estampas con palabras o frases católicas –religión que practican los Chang–, que incluso se manifiestan en las bolsas de empaque con la inscripción “John, 3:16”, referida a un pasaje del Nuevo Testamento.
Pero parece que la difusión de valores queda por el camino cuando se indaga un poco en el historial de la firma. En una treintena de años carga con más de cincuenta denuncias y causas legales por plagio, tanto a pequeñas empresas como a diseñadores de renombre. Entre los afectados se encuentran las marcas Anthropologie, Harajuku Lovers (perteneciente a la cantante Gwen Stefani), Levi Strauss & Co y Anna Sui.
Uno de los casos más sonados ocurrió en 2007 cuando la diseñadora belga Diane von Fürstenberg denunció que uno de sus vestidos había sido fielmente copiado, y exigió que retiraran no sólo el clon, sino toda la publicidad en la que apareciera. Más tarde, la marca Trovata hizo una demanda legal por el supuesto robo de diseños de remeras que replicaban hasta la selección, el uso y disposición de elementos decorativos, como botones y bordados.
En su defensa los abogados de Forever 21 apelaban al término “interpretación”. En otras instancias, el mismísimo Do Won Chang afirmaba sentirse decepcionado por “alguien” que había faltado a su confianza, insinuando que la culpa era de uno de sus diseñadores. Pero no quedó ahí.
Según publica el diario Canada Sun, a principios de enero de 2015, Brian Hirano, propietario de una pequeña empresa de tejidos a mano llamada Granted Clothing, revisaba sus actualizaciones de Instagram cuando se encontró con la imagen de un suéter exactamente igual a uno de su tienda. Inmediatamente ingresó al sitio web de Forever 21 y se encontró con la réplica de una segunda prenda de su colección. La diferencia era clara: las copias eran más baratas y de calidad inferior. Su reacción fue tomar ambas fotografías y subirlas a su cuenta junto con sus diseños, difundiendo el hecho.
Si bien lo corriente en estos casos es tomar el rumbo legal –Hirano planea hacerlo–, el gran problema que enfrenta el canadiense es no haber registrado sus diseños previamente. La docente de la Universidad de Fordham de Nueva York Susan Scafidi, especialista en leyes que refieren a la moda, asegura en declaraciones al sitio Jezebel que la justicia es reticente a considerar a la moda como un medio creativo sujeto a copyrights y considera que el fenómeno de copiar y quedar expuesto es parte de una estrategia: “toman lo que quieren y cuando son atrapados, pagan lo que corresponde. Probablemente sea más barato que pedir las licencias”.