Los suaves gestos de Mangala se detienen. Entrecruza sus manos sobre la mesa, piensa en silencio, su mirada busca entre los muebles, lápices y carpetas, un momento que su memoria parece haberle escondido. “No. No sé cómo llegué aquí”, dice sigilosamente, casi avergonzada. Y no tarda en añadir un sincero “qué le vamos a hacer”, zanjando el asunto con una sonrisa amable que nos acompañaría durante toda la conversación.
Mangala tiene 46 años y es asistente de enfermería en su ciudad, Chennai (sureste de India), donde un día fue rescatada por las mujeres que están al frente de la organización no gubernamental The Banyan. Su caso es uno de los tantos que se encuentran bajo este techo, un sólido edificio de tres plantas que acoge a mujeres pobres, la mayoría abandonadas en las calles, con diferentes enfermedades mentales. Mangala sigue un tratamiento para el trastorno bipolar severo que la apartó de su familia y la tuvo dando tumbos hasta llegar aquí, donde con el tiempo se volvió una de las referentes del programa integral desarrollado por la organización que durante 16 años ha atendido a 1.500 mujeres.
El nombre The Banyan hace referencia al baniano, un árbol poderoso que crece vigorosamente en tierras tropicales como ésta y es venerado por su sombra protectora y acogedora. Como las ramas de este árbol, las tareas que desempeñan psicólogos, trabajadores sociales, psiquiatras, enfermeros, fisioterapeutas, profesores de yoga y artesanos están entrelazadas, en el permanente diálogo interdisciplinario que caracteriza a esta Ong. Su alma máter, el centro de tránsito Adaikalam, alberga en estos días a 152 jóvenes, adultas y ancianas que reciben ropa limpia, tres comidas diarias, una cama, cuidados médicos y participan en distintas actividades a medida que su salud evoluciona. Aquí llegó Mangala como paciente y es donde hoy reside con parte del equipo técnico.
“Quien tiene una enfermedad mental sigue siendo blanco de burlas. La gripe es una enfermedad y sin embargo nadie se burla de una persona con gripe. Mucha gente siente miedo de nosotros y huye por desconocimiento. Otras personas simplemente nos ignoran”, señala Mangala. Cuenta que desde su recuperación ve a sus dos hijos, de 23 y 27 años, una vez al mes. “El mayor está casado, pero mi nuera no sabe nada de todo lo que ha pasado.” Por ese motivo, antes de comenzar esta conversación ella misma escogió un nombre ficticio y pidió que no se hicieran fotos. “Si llegase a ser vista, no tomarían en serio mi trabajo”, agrega.
El centro de tránsito Adaikalam es un lugar abierto, no es un hospital psiquiátrico al uso aunque tenga las licencias para serlo. Aquí las mujeres van y vienen del patio a la recepción, de la recepción al gimnasio, del gimnasio al comedor. Unas conversan, otras caminan. Algunas lloran, otras barren o juegan a las cartas. En medio de ese trajín siguen su rutina los administrativos, médicos y cocineros. Reciben además a voluntarios y estudiantes de todo el mundo, porque de un tiempo a esta parte la formación académica es otra de las ramas que ha cobrado fuerza en The Banyan. Sus responsables consideran prioritario profundizar en el conocimiento de estas enfermedades, observar sus múltiples causas y reflexionar de forma autocrítica sobre el trabajo que realizan. Este abordaje de la salud mental ha obtenido, entre otros, el premio Grand Challenges, otorgado por el gobierno de Canadá.
Leela Philip, una de las responsables de Adaikalam, destaca la importancia de trabajar muy próximos a la comunidad, con actividades de sensibilización e información, manteniendo una línea telefónica abierta y relaciones con otras instituciones gubernamentales o de la sociedad civil. “Nos interesa que la atención mejore, tanto para hombres como para mujeres. Pero es cierto que la mujer, sobre todo en nuestra sociedad, es especialmente vulnerable –explica–. De hecho, a muchas de ellas las encontramos semidesnudas, tiradas en la calle, con claras evidencias de haber sido abusadas sexualmente. No sabemos de dónde vienen. Algunas no hablan o no recuerdan su nombre. Tenemos que recomponer su historia para intentar localizar a algún familiar.”
A partir del momento en que auxilian a la mujer en la calle –continúa Philip– toman contacto con la policía para poder identificarla, y si, como ocurre con frecuencia, habla una lengua que no es el hindi o el tamil de Chennai, recurren a la asistencia de traductores (en India se reconocen 22 idiomas oficiales y cientos de dialectos regionales). Al llegar al centro la mujer recibe atención primaria, un plato de comida, un baño y ropa limpia. El siguiente paso es el diagnóstico médico, al que le seguirá el tratamiento, acompañado de otras actividades. “Aquí la más joven tiene 19 años y la mayor 90. Una puede sufrir esquizofrenia y otra de trastorno bipolar. Cada caso es distinto al otro”, remarca.
ENFERMEDADES “DE POBRES”. En India, segundo país más poblado del mundo, con 1.250 millones de habitantes, se estima que entre 65 y 70 millones de personas viven o sobreviven con algún tipo de enfermedad mental. “Los servicios destinados a la salud mental son en su mayoría inadecuados, tienden a tratar estos trastornos sin tener en cuenta el complejo contexto económico y social. Estas enfermedades están fuertemente ligadas a la pobreza, y en India cerca del 70 por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día, mientras que 1,8 millones de personas se encuentran sin techo”, apunta Vandana Gopikumar, fundadora de The Banyan, citando fuentes del Banco Mundial y del gobierno de este país. Asimismo, un artículo firmado por Noopur Desai (portal Urban Poverty Intellecap, 2013) sostiene que en India “hay sólo unos 3 mil psiquiatras, 30 mil camas para enfermos psiquiátricos y 43 hospitales de salud mental”. Un claro reflejo del estigma que pesa sobre el enfermo, quien termina aislado e ignorado.
Mientras los fogones arden y comienza a notarse el revuelo del comedor, en la terraza varias mujeres cosen a máquina bolsos y carteras, otras confeccionan almohadas o tejen minuciosamente cestos de fibras naturales. Estos son algunos de los productos que se venden en la tienda del centro Adaikalam, permitiéndoles generar su propio ingreso económico. The Banyan ha establecido relaciones con empresas privadas que también ofrecen formación y dan empleo a mujeres que logran estabilizar su salud. En el centro de tránsito trabajan cien profesionales, pero la organización mantiene también un programa de atención y cuidados médicos dentro y fuera de la ciudad.
Luego de pasar por esta fase de cuidados transitorios, las mujeres pueden reunirse con sus familias, pero nadie las obliga ni presiona. Uno de los grandes desafíos ha sido encontrar alternativas para las enfermas que por diferentes motivos no pueden o no quieren regresar con sus familiares. Para estos casos la organización ha desarrollado un programa de hogares comunitarios, casas alquiladas donde viven seis o siete mujeres que consiguen desenvolverse independientemente. Se reparten las actividades domésticas y trabajan fuera, generalmente en casas de familia, durante media jornada; en el tiempo libre pasean, leen o miran tele. Y continúan sus tratamientos supervisados por psicólogos y trabajadores sociales de The Banyan.
Mangala aprendió su oficio cuidando a otros pacientes, acompañándolos y observando las tareas cotidianas de los enfermeros, algo que pudo hacer a diario tras decidir quedarse a vivir en el edificio principal. Asegura que ya no tiene tiempo de leer biografías, una de sus pasiones. “Llego muy cansada y me duermo enseguida. Solía leer todos los periódicos y los libros que me traían mis hijos, pero ahora me falta tiempo”, comenta. Se la ve contenta con lo que hace, irradia confianza y generosidad. “En los primeros meses no tenía la menor idea de cómo lidiar con la vida. Aquí encontré una segunda oportunidad, una segunda vida. Es la mayor recompensa que cualquiera de nosotras puede tener”, dice.