Imagínate una ciudad de 130 millones de habitantes. Cien veces Montevideo. Seis veces San Pablo o Nueva York. Si estas dos últimas son megalópolis, ¿qué nombre ponerle a ese tsunami humano que todos los días sube y baja de ómnibus y trenes, atraviesa calles en todos los sentidos, entra y sale de supermercados, edificios, centros culturales, fábricas y oficinas?
El gobierno chino había controlado el tamaño de Beijing, la capital de la nación de 1.300 millones, restringiendo el otorgamiento de permisos de residencia. Así y todo, la capital alberga ya 22 millones. Pero ahora las autoridades se embarcaron en la creación de una supercity porque, suponen, será una megacontribución al desarrollo económico del norte del país.
Jing-Jin-Ji es el nombre. Jing por Beijing, Jin por la ciudad portuaria de Tianjin, y Ji por el nombre tradicional de la provincia de Hebei, vecina a la capital. El objetivo es fomentar el desarrollo de la región para ponerse a tiro de las más prósperas del país, como el delta del río Yangtze alrededor de Shanghái y Nanjing, en el centro, y el delta del río Perla en torno a Guangzhou y Shenzhen, en el sur.
En realidad se trata de adensar un área ya muy poblada y hacerlo de forma planificada. El principal problema a resolver es el transporte. Buenos candidatos para el emprendimiento son los célebres trenes chinos de alta velocidad, que pasan por ser los mejores del mundo. Hospitales, mercados mayoristas y oficinas gubernamentales serán removidas del centro hacia los suburbios. Se termina la disposición por la cual las oficinas gubernamentales debían estar en el centro de la ciudad imperial.
Habrá que mover 1.200 empresas contaminantes y se estima que 50 hospitales deberán ser descentralizados. La modernización del área urbana Jing-Jin-Ji supone una poderosa reestructuración económica: las empresas contaminantes de coque y acero en el área metropolitana de Beijing (que hacen de la capital una de las ciudades más contaminadas del mundo) serán desplazadas para crear en su lugar centros turísticos.
Actualmente los barrios-dormitorio son una sucesión interminable de torres de 25 pisos. Sus pobladores deben viajar hasta cinco horas diarias en autobús, en las escuelas se amontonan hasta 65 niños por aula, no hay cines y los pocos parques son minúsculos. Los abuelos hacen largas filas durante horas para que sus hijos viajen sentados hasta el trabajo.
Lo bueno es que hay mucho por hacer y en China hay dinero de sobra para obras de infraestructura y transporte. Eso permitirá trenes a más de 200 quilómetros por hora que unirán Beijing y Tianjin en 37 minutos, contra las tres horas actuales. Lo malo, es la vida. Imagínate.