—¿Cómo será el show del viernes 23 en cuanto a repertorio y formato?
—Es un concierto del ciclo llamado Grandes Solos, dedicado a 12 cantantes uruguayos. Somos “grandes músicos”, pero también grandes en edad (risas). El hecho es tocar las canciones prácticamente solos, con un mínimo acompañamiento y tal como uno las compuso. Va a estar conmigo el chelista Matías Fernández, pero en realidad está todo basado en el piano y la voz.
—¿Piano o teclado?
—Piano acústico. Nunca hice un concierto así. Y quiero decir que la mayor parte de mis canciones las compongo en la guitarra, pese a haberme formado como pianista. Yo nunca toco la guitarra en público porque no soy guitarrista. El repertorio lo armé seleccionando canciones de todas las épocas, desde las que hice hace muchos años hasta canciones nuevas a estrenar, que van a estar incluidas en el disco que estoy grabando.
—¿Estas canciones nuevas son con textos de alguien más, o la letra y la música son tuyas?
—Las nuevas son todas con letra y música mías. Salvo una canción que tiene letra de Eduardo Mateo. En el recital hay muchas coautorías. Tengo letras de Jaime (Roos), de Mateo, de Mauricio Rosencof.
—¿Qué importancia tuvieron tus padres, Estela Ibarburu, cantante y pianista, y Dante Magnone, un célebre director de coros?
—La música era algo completamente natural en mi casa. Era el aire que se respiraba. Los ensayos del coro que dirigía mi padre eran en casa. Mi mamá siempre tocó el piano. Y siempre estaba la CX 6 del Sodre encendida. Y además teníamos como un corito íntimo en la familia. Para mí esa atmósfera musical era tan natural que recién muchos años después entendí que, de hecho, era algo bastante extraordinario.
—Llegaste tarde a la música popular, con toda esa formación clásica.
—Sí, me formé en el piano y cantaba en el coro con mi padre. Recién en 1978 llegué a la música popular. Primero cantando canciones de otros, y al poco tiempo ya componiendo mis propias cosas.
—¿Cómo fue el proceso que te llevó a descubrir que querías y podías hacer tus propias canciones?
—Arranqué a componer en los talleres de música popular que hacía Coriún Aharonián…
—Un montón de nosotros anduvimos por allí.
—Exacto…, en aquel apartamento del Parque Posadas. Coriún nos hacía musicalizar determinadas cosas… Recuerdo que el primer poema que musicalicé fue “Ya no”, de Idea Vilariño. Empecé como un mero ejercicio, pero luego componer se fue haciendo más y más necesario para mi vida.
—Te voy a preguntar por los grupos “de señoritas” que integraste. ¿Cómo recordás a Travesía?
—Ese trío inicial y en realidad todo lo que vino después lo recuerdo con mucha emoción, porque aprendí muchas cosas. Travesía fue un grupo bastante autosuficiente, formado por tres mujeres. Tocábamos todos los instrumentos nosotras tres. Grabamos un disco tal cual tocábamos en vivo, bien sencillito, pero con arreglos que hoy los escucho y sigo pensando que son muy sofisticados. Creo que la experiencia que teníamos de cantar en coros nos ayudó en la parte armónica. Hace poco nos juntamos de nuevo, en una de las canciones del disco para niños Villazul. Hice los arreglos como de memoria, y cuando volvimos a cantar juntas era, sin dudas, Travesía.
—¿La experiencia del grupo Las Tres?
—Fue algo bastante diferente. Había una banda de acompañamiento. Y cada una tenía una propuesta más solista. La experiencia de Las Tres fue muy importante en una época en que la música recién se estaba profesionalizando.
—El disco que hicieron para el sello Orfeo tuvo mucha repercusión.
—Sí, fue Disco de Oro. Hasta hoy hay mucha gente que me reconoce diciendo “vos sos una de Las Tres”.
—En 1994 armaste el grupo Seda.
—Siempre había querido armar un grupo de mujeres. Pero no tan artesanal como Travesía, sino tipo banda. Pero no fue posible del todo, ya que en ese entonces aún no había bateristas y percusionistas femeninas, como por suerte ahora hay. Y entonces Nelson Cedrés tocó la batería y Edu Lombardo la percusión. Pero las dos tecladistas, Cinthia Gallo y yo, la bajista, Shyra Panzaro, y Malena Muyala como cantante éramos mujeres. Creo que ese proyecto mereció mejor suerte.
—Hay una lista impresionante de gente con la que tocaste: Jaime, Mateo, Maslíah, el Choncho Lazaroff, Laura Canoura, Galemire, Mandrake Wolf… ¿Qué te quedó de ese recorrido?
—Pienso que la mejor forma de aprender es tocar con otros músicos. Y con cada uno aprendés distintas cosas. También toqué con Níquel, un grupo de rock, que era algo totalmente diferente a todo lo que yo hacía. Toqué con mucha gente en grabaciones, pero no tanto en vivo.
—Integraste nada menos que el proyecto La máquina del tiempo, de Mateo, sola y con Travesía.
—Todos los que participamos de eso recordamos a La máquina del tiempo como el concierto más importante de nuestras vidas. Mateo sacaba lo mejor de cada músico.
—Es curioso, porque suele recordarse a Mateo como un loco, un delirante…
—También era así, no debemos idealizarlo. Pero cuando empecé a trabajar con él, a partir de 1983, cuando intervinimos con Travesía en el disco Cuerpo y alma, en “Canción para Iemanjá”, me encontré con un tipo muy exigente.
—En mi opinión sos la autora femenina más importante de la música popular uruguaya. Te voy a tirar los nombres de algunas de tus canciones y tú me contás algo sobre ellas, ¿sí?
“Andenes”, que es muy emblemática en tu obra.
—La sigo haciendo hasta hoy y me sigue gustando. Me dio la alegría de que la grabara mucha gente. Es la primera canción que compuse en letra y música. Y me acuerdo, además, de que la hice toda de un tirón en 1982.
—“Carbón y sal.”
—Hice la música, la letra es de Jaime. La hice en el balneario La Floresta escuchando muchísimo el disco Double Fantasy, de John Lennon.
—Dos canciones del disco Vals prismático: “Olvidando el adiós” y “No te vayas niña mía”.
—“No te vayas niña mía” habla de mi hija y del proceso de crecimiento, cuando empieza a “levantar vuelo”. “Olvidando el adiós” se llamaba “Esperando el adiós”. Yo hice la letra y Jaime me la corrigió, como pasaba cuando hacíamos temas en conjunto. Y le cambió el nombre.
—Laura Canoura cantó muchas cosas tuyas, como “Las puntillas de mi amor” y el bolero “No hay lugar”.
—“Las puntillas de mi amor” fue escrita para alguien que estaba lejos. Y “No hay lugar” fue inspirada por las mujeres que iban solas al pub La Barraca. Intenta retratar la psicología de una mujer sola en un lugar nocturno.
—Llegamos a Bruma de abril, de 2007. Me llamó la atención el tema que abre el disco, “El juego del amor”, con base de murga.
—Un poquito rara pero no deja de ser una murga… Ese disco tiene las dos únicas murgas que compuse en mi vida, que son el tema que abre y el que cierra el disco, “Los años que van pasando”. “El juego del amor” la escribí al piano.
—Capaz que la mano izquierda, con las notas graves, te dio ese clima como de bombo de murga marcando la llevada de la marcha camión.
—Seguro. Y fue una canción bastante difundida, porque tuvo un videoclip, que siempre ayuda.
—Hay muchos temas bellísimos en Bruma de abril. Me conmueve “Reina la noche”. Tiene dos versos en la letra que son un sacudón fuerte: “qué no daría por ver de nuevo/ tu ropa limpia en el placard”.
—Tiene su origen en un hecho real. Habla de una amiga mía cuyo marido se suicidó. Siempre pensé que esa canción era muy “buarquiana”, en especial la letra.
—Como “Trocando em miudos”, de Chico Buarque.
—Exacto, y como “Con azúcar, con afecto”. Siempre pensé que si yo no hubiese escuchado a Buarque, no habría hecho “Reina la noche”.
—¿Cómo fue la experiencia del disco Pies pequeños, con textos de Mauricio Rosencof?
—Un disco muy querible. Tuve esos poemas de Mauricio mucho tiempo antes de hacer la música. Y curiosamente Mauricio no escuchó las canciones hasta que el disco estuvo terminado. Tiene un genuino clima de ternura, relacionada con la historia de Mauricio y su hija mientras él estuvo preso. Me maravilla que haya hecho textos de esa pureza sin estar contaminado por la situación tremenda que vivía.
—¿Tres grandes canciones uruguayas?
—“Tus abrazos”, de Jorge Galemire, “Sueño otoñal”, de Eduardo Mateo, y “Duérmase la mamá”, de Jaime Roos.
—¿Tres grandes discos uruguayos?
—Siempre son las 4, de Jaime, Cuerpo y alma, de Mateo, y Segundos afuera, de Galemire. Este último una obra maestra, y creo que todo Jaime está resumido en Siempre son las 4, hay como un antes y un después de ese disco.
—Paralelamente a tu actividad como música tuviste una gran labor gremial, integrando Agadu y el Fonam, por ejemplo.
—Capaz que es una herencia del espíritu peleador de los años sesenta (risas).
—¿Cómo va a ser el disco que estás grabando?
—Canciones mías en letra y música. Salvo una que tiene letra de Mateo. Una letra escrita a mano por él que guardé como un tesoro. El disco va a incluir “No hay lugar”, el bolero, que hasta ahora nunca había grabado. Y otras que terminé este año aunque las empecé hace un buen tiempo, porque me lleva mucho procesar una canción. Va a ser un disco mucho más “pianístico” que el anterior, Pies pequeños, y con ciertos toques electrónicos.
—Acabás de recibir un premio Graffiti al mejor disco infantil.
—Sí, por Villazul, que fue una idea original de un músico que toca conmigo desde hace mucho, Fabián Marquisio, que tiene un hijo autista y sintió la necesidad de hacer un disco para niños como su hijo. Son 26 canciones, e hicimos la mitad cada uno. Participaron 50 músicos de primer nivel.