¿Qué lleva a unos seres humanos a jugarse la vida, muy lejos de sus países y de la comodidad de sus hogares, por otros seres humanos a los que ni siquiera conocen, y de los que no esperan ningún beneficio material? Más llamativo aun: cuando entre ambos grupos existen diferencias culturales y sociales que excluyen la posibilidad de obrar a favor de algo que pueda considerarse como “los nuestros”, ya sea por afinidad religiosa, étnica, racial o de género.
Es muy probable que la pregunta no pueda ser respondida con los valores al uso en los ajetreados comienzos del siglo XXI. Tan dramáticos que han llevado a muchos a practicar miradas rastreras (a ras del suelo), interesándose apenas en lo más inmediato, sobre todo si esa inmediatez está relacionada con el confort individual (plasma, coche, viajes), devenido en medida de todas las cosas, y sobre todo de todas las causas. Lo más seguro es que haya que hacer una suerte de investigación rigurosa, una espeleología histórica, para responderla con un mínimo de fundamento.
Puede ensayarse una respuesta en sólo dos palabras: James Yates. Nacido en 1906 en un pueblo de Misisipi, en el seno de una familia negra –es decir pobre–, era apenas adolescente cuando emigró a Chicago. Allí comenzó a trabajar en una planta de envasado de carne y más tarde como camarero en el comedor de una línea férrea. En la difícil década de 1930 se mudó a Nueva York, donde se unió a los sindicatos y más tarde se integró a las filas comunistas.
En febrero de 1937 se embarcó rumbo a España como parte de la Brigada Lincoln, para defender a la República de la guerra desatada por el golpe de Estado de Francisco Franco. La brigada la integraron casi 3 mil combatientes estadounidenses, como parte del vasto movimiento de 50 mil internacionalistas de 54 países que fueron a defender la libertad en la primera trinchera antifascista europea.
Entre ellos había 85 negros. Entre ellos estaba Yates. Debió regresar a su país un año después. Fiel a sus ideas de juventud, siguió apoyando sindicatos. En 1986 publicó su autobiografía De Misisipi a Madrid, y falleció en 1992.
Este mes de octubre se estrena en Madrid el documental Héroes invisibles. Afroamericanos en la guerra de España, de Antonio Domingo y Jordi Torrent, una cuidadosa reconstrucción de la vida de Yates y de otros combatientes negros, quienes desgranan en 74 minutos las razones de su compromiso republicano, filmada en escenarios históricos de Misisipi, Chicago, Nueva York, Madrid, Aragón, Cataluña y Pirineos. “En España fue por primera vez donde, como hombre negro, me sentí libre”, se le escucha decir a Yates. En España se nombró al primer comandante negro en la historia estadounidense.
“Casi adolescente, vino para luchar por la libertad de un pueblo al que no conoce, un pueblo de blancos. Combate en Brunete, sufre los bombardeos de Madrid y conduce su camión hasta que cae herido en un bombardeo. Luego, en su regreso a Estados Unidos, el peso, otra vez, del racismo y del anticomunismo, le golpea más duro que las bombas fascistas”, comenta Domingo (Diagonal, 7-X-15).
En la década de 1960 Yates se incorporó al movimiento de los derechos civiles, apoyando la lucha de Martin Luther King, y fue responsable local de la célebre National Association for the Advancement of Colored People